Capitalismo, desastres y rescates

La crisis sin fin

La crisis financiera de 2008 dejó muchos interrogantes por responder. Para tratar de encontrar las respuestas es necesario entender qué pasó en concreto y determinar cuáles fueron las causas que llevaron a esa situación, que no tuvo nada de imprevisible.

Adrián Eduardo Duplatt
[email protected]

La crisis de 2008

En La Meca financiera de Wall Street se evaporaron entre uno y tres billones de dólares en activos financieros. La Reserva Federal de Estados Unidos y el Departamento del Tesoro virtualmente estatizaron el sistema bancario. La empresa de seguros AIG fue nacionalizada, rompiendo con todos los dogmas capitalistas conocidos. El gobierno norteamericano realizó el mayor rescate financiero desde la Gran Depresión (cerca de 700 mil millones de dólares). Una de las empresas más grandes de ese país -Lehman Brothers- se declaró en quiebra. Los rescates, nacionalizaciones y/o estatizaciones se llevaron adelante para impedir la desconfianza y el pánico de los accionistas que habrían retirado sus fondos del mercado financiero, llevando la crisis a niveles exorbitantes.

¿Por qué ocurrió? El economista Walden Bello (2008) responde que, en principio, por la codicia capitalista, una codicia que está ínsita en sus postulados. No se veía -o no que se quería ver- nada malo en el proceso económico en curso. La International Financing Review (IFR) había dicho el 17 de diciembre de 2005 que Lehman Brothers “… es el más innovador en el espacio de preferencias precisamente por hacer cosas que no pueden verse en ningún otro sitio…”.

La optimista visión de la IFR estaba enmarcada en la falta de regulación, propia del paradigma neoliberal. Todo estaba en las manos invisibles del mercado que llevan todo a su justo lugar, como diría el sumo sacerdote Adam Smith. En este postulado religioso-capitalista Wall Street vio nacer nuevas instituciones financieras, sobre las cuales el Estado no tenía ninguna capacidad financiera. El sistema no lo permitía. Por ello, quizás, es que no se habla de crisis sistémica en los altos mandos financieros mundiales. Sin embargo, el economista Jacob Goransky habla de crisis global y sistémica. Global por remisión a su alcance geográfico (todo el planeta) y sistémica porque se trata de una crisis del sistema capitalista en sí mismo (Goransky en Aruguete, 2010). Por su lado, Dominique Plihon -autor del libro “El nuevo capitalismo”- cree que la crisis global del capitalismo se debe a sus contradicciones internas: estancamiento del poder adquisitivo en un inicuo reparto de la riqueza, sumado a la falta de regulaciones (Plihon, en Febbro, 2010).

También George Soros, el llamado gurú de los consultores financieros, afirmó que “el sistema capitalista mundial está reventando por las costuras” (Bello, 2008), ergo, sus vestiduras no resultaron tan inconsútiles como se pensaba. Las explicaciones distan de ser originales. Marx ya había sostenido que la tendencia a la caída de la rentabilidad empresaria era inherente al funcionamiento del sistema económico capitalista. En todo caso, el punto principal de rotura fue la sobreproducción, una contradicción central del capitalismo.

La sobreproducción, consecuencia de la sobreacumulación y la sobrecapacidad, hizo que la capacidad productiva rebasara la de consumo. Los ciudadanos, después de años de desigualdades sociales y del vil reparto de riquezas, tenían limitado su poder de compra. El fin del Estado de Bienestar a mediados de la década del 70 dejaba ver sus heridas.

Fin de los años dorados

Entre los años 1945 y 1975 se vivió la época dorada del capitalismo. Fue un período de crecimiento económico, tanto en los llamados países centrales, como en los subdesarrollados. La reconstrucción de la posguerra -fin de la Segunda Guerra Mundial- y la competencia con el bloque socialista -Guerra Fría mediante-, vieron surgir el Estado Keynesiano o Estado Social o Estado de Bienestar, donde la gente estaba amparada por un sistema que reducía sus incertidumbres en lo laboral, en la salud, en la educación… y potenciaba sus derechos sociales de la mano de salarios altos. Paralelamente, después de los acuerdos de Bretton Woods, instituciones como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM) regularon las actividades económicas y financieras a nivel mundial, mejor dicho, a nivel occidental, para evitar, v.gr., la inflación.

Pero, a finales de los setenta, las economías centrales entraron en estanflación: un bajo crecimiento, con alta inflación. Esto resultaba imposible para la teoría económica clásica.

La estanflación se debió a cuatro elementos que se combinaron entre sí:

1) la reconstrucción en la posguerra de Alemania y Japón

2) el crecimiento económico de países como Brasil, Taiwán, India y Corea del Sur

(dos elementos que aumentaron la capacidad productiva mundial y generaron una mayor competencia en los mercados)

3) la desigualdad, tanto entre países como dentro de los países

(la gente tenía menor poder adquisitivo y, por ende, cayó la demanda

4) la crisis petrolera de 1973

(todo era más caro)

La solución capitalista a la crisis por estanflación vino por tres vías: a) la reestructuración neoliberal, b) la globalización y c) la financiarización (Bello, 2008).

Las soluciones

a) Reestructuración neoliberal

La reestructuración neoliberal fue impulsada por los gobiernos, v.gr., de R. Reagan en Estados Unidos, M. Thatcher en Inglaterra y las dictaduras en latinoamérica, siempre justificada por think tanks afines. Su Norte fue revigorizar la acumulación del capital.

Las principales medidas tendieron a remover las restricciones estatales al crecimiento y a los flujos de capitales y riquezas, y la redistribución del ingreso. Es decir, por un lado se buscó una libertad económica lejos de la regulación de los gobiernos y, por otro, se dejó la distribución equitativa de la riqueza a cambio de un direccionamiento de abajo hacia arriba, para que los de “arriba” puedan invertir en la economía. Explica Juan Torres López que “En los últimos decenios las políticas liberales han reformado los mercados laborales, han dominado a los sindicatos, han desguarnecido a los trabajadores mediante el empleo precario y el endeudamiento y le han dado todo el poder a las empresas… por eso hoy tenemos la peor distribución de la renta de los últimos decenios, la mayor desigualdad. Y por eso cae el poder de compra” (Torres López, 2009).

Sin embargo, la estanflación continuó. Los pobres fueron más pobres, sin demanda; y los ricos fueron más ricos, sin inversión. La tasa de crecimiento en los sesenta fue del 3% y la de los noventa, tan solo del 1,2%.

b) La globalización

La globalización buscaba una acumulación extensiva con una rápida integración de zonas semicapitalistas o no capitalistas (China) y precapitalistas, a la economía global de mercado.

La economista y revolucionaria alemanda, Rosa Luxemburgo (1870-1919), se había percatado de este mecanismo necesario para restaurar la tasa de beneficios en las economías centrales. De esta manera se accedía a un trabajo barato, a nuevos mercados, a materias primas baratas y a nuevas áreas de inversión. Los axiomas principales de esta vía son la liberalización del comercio, el fin de todo tipo de restricción al movimiento del capital y la apertura total de las fronteras.

La revista Fortune elabora anualmente un ránking de las 500 empresas más grandes del mundo. Un porcentaje importante de ellas trasladaron parte de sus operaciones a China, donde consiguieron mano de obra barata e inagotable.

El gran problema de la globalización es que exacerba la sobreproducción al añadir capacidad productiva. China misma es un ejemplo de ello con su inmensa producción que la ubica como una de las potencias comerciales mundiales.

Para evitar la recesión, las empresas vieron limitadas sus ganancias. En la década del sesenta fueron del 7,15%, en la del ochenta, del 5,3%; en la del noventa, del 2,3% y en el período 2000-2002, del 1,3%.

Por lo tanto, la globalización fue insuficiente para salir de la crisis.

c) La financiarización

Para la teoría económica clásica, el sistema financiero es el mecanismo por el cual se juntan el ahorrista con excedente de fondos y el empresario que necesita fondos para invertir en producción.

Pero, en el capitalismo tardío la inversión en la industria y en la agroeconomía redunda en magros beneficios debido a la sobreproducción. Los grandes fondos excedentes circulan y son invertidos y reinvertidos en el sector financiero. El sector financiero, entonces, gira sobre sí mismo. Se produce, así, un hiato entre la economía real y la financiera. La primera queda estancada; la segunda, hiperactiva (ambas crecieron, pero la financiera lo hizo en forma exponencial). El resultado no fue contingente. El crecimiento desmesurado de la economía financiera quiso hacer frente al parate de la economía real (consecuencia de su sobreproducción).

Ahora bien, el inconveniente principal de la financiarización es que la reinversión en el sector financiero exprime el valor del valor ya creado; puede crear beneficios, pero no crea un nuevo valor, como sí lo hacen los sectores industriales, agrícolas, comerciales y de servicio.

Las operaciones en las bolsas de valores son volátiles, con acciones que divergen radicalmente de sus valores reales. Además, los oportunistas compran bonos, títulos y acciones y los venden antes de que sus precios se acomoden al valor real.

El alza excesiva radical de los precios de los activos, más allá de su valor real, produjo las llamadas burbujas financieras. Las burbujas son en extremo etéreas, ya que dependen de golpes especulativos. Los inversionistas van de burbuja en burbuja, de una manía especulativa a otra.

Así, el capitalismo financiero, gracias a los mercados de capitales desregulados y a las liberalizaciones de los ochenta, fue dominado por la especulación que provocó diferentes crisis: Efecto Tequila (94/95), Tigres Asiáticos (97/98), Rusa (2001) y Argentina (2002).

Las burbujas

a) El modelo asiático de los noventa

Un ejemplo de burbuja financiera fue la crisis asiática de 1997/1998. Las etapas que se cumplieron fueron las siguientes:

– la balanza de pagos y la liberalización financiera fueron impuestas por el FMI y el Departamento del Tesoro de Estados Unidos

– entrada de fondos extranjeros buscando rápida rentabilidad: invirtieron en el mercado inmobiliario y en el mercado de valores

– se produjo una sobreinversión, lo que llevó a un desplome de precios en los mercados inmobiliarios y de valores; la baja de precios provocó pánico en los inversores y la retirada de sus fondos (en 1997, en pocas semanas, se fueron del este asiático cerca de 100.000 millones de dólares)

– entraron al rescate de los especuladores extranjeros organismos como el FMI

– colapsa la economía real en todo el este asiático

– a pesar de ello, se rechazaron cualquier tipo de regulaciones nacionales o globales al sistema financiero (las razones fueron puramente ideológicas y dogmáticas) (Bello, 2008)

Después de la crisis, estos países comenzaron a protegerse amasando enormes cantidades de fondos de activos extranjeros, exportando capital al resto del mundo y llenándolo de dinero barato, cuya mayor parte fue a los Estados Unidos (Krugman, 2009).

b) La actual burbuja inmobiliaria

La crisis presente arranca a finales de los noventa, con una burbuja tecnológica. Las acciones relacionadas con internet se dispararon para luego caer estrepitosamente, provocando pérdidas por siete billones de dólares y la recesión del 2001/2002.

Las lábiles políticas monetarias de la Reserva Federal al mando de Alan Greenspan estimularon esa burbuja. Para evitar una recesión mayor o de larga duración, Greenspan bajó las tasas de interés al 1% en junio de 2003, un nivel sin precedentes en los últimos cuarenta y cinco años. La depreciación de los intereses estimuló una nueva burbuja: la inmobiliaria.

Otro ingrediente que multiplicó el negocio inmobiliario fue la apertura -en 1998- del mercado a todo tipo de inversores externos. Los préstamos dejaron de ser exclusivos de los bancos. Cualquier fondo intervenía en el sistema financiero por intermedio de operaciones en la bolsa. El negocio se hizo global La primera consecuencia fue el abaratamiento de comisiones y otros costos; el segundo, la búsqueda, por parte de los inversores, de mejores rendimientos para su dinero. Así aparecieron las hipotecas subprime (clientes con niveles de ingresos insuficientes para una hipoteca tradicional). Las pocas posibilidades de cobro no importaban, ya que el precio de las casas no tenían motivos para bajar (De Zárate, 2010; Bleger et al, 2010). A este escenario se sumó la adopción de reglas contables que permitían eliminar de los registros propios la existencia o el paso de los títulos hiperriesgosos (Rubinzal, 2010). Como dijo Paul Krugman, “los banqueros estadounidenses, fortalecidos por un cuarto de siglo desregulador, llevaron al mundo a considerar sofisticadas las formas de enriquecerse ocultando el riesgo y engañando a los inversores” (Krugman, 2009).

En 2002, Dean Baker, del Centro de Investigaciones en Políticas Económicas, advirtió sobre los peligros en el mercado inmobiliario; sin embargo, Ben Bernanke, asesor presidencial, afirmó que el aumento en el precio de las viviendas se debía a fundamentos económicos robustos y no a la especulación financiera. En junio de 2010, el presidente de la agencia de calificación de riesgo Moody’s, Raymon McDaniel, reconoció que la empresa sobreestimó títulos de mala calidad y contribuyó a la crisis financiera (Clarín, EFE, 3.6.10). Tanto Moody’s, como Standard & Poor’s y Fitch -principales agencias de calificación- asignaron alta calidad a títulos inmobiliarios que contenían hipotecas subprime.

En las audiencias ante la Comisión de Investigación sobre la Crisis Financiera de Estados Unidos, creada por el Gobierno y el Congreso Norteamericanos, ex empleados denunciaron que la compañía se amoldaba a los intereses de los bancos que emitían los títulos, en vez de realizar dictámenes independientes; por otro lado, Mark Foeba, antiguo vicepresidente de Moody’s, acusó a los directivos de premiar a los analistas que cooperaban con esa política permisiva, y castigar a los que no (Clarín, EFE, 3.6.10).

Soros explicó que las instituciones hipotecarias instaron a los hipotecados a refinanciar sus títulos para aprovechar el precio alto de las viviendas. Con las tasas de interés por el piso, se rebajaron los criterios de préstamos y se inventaron nuevos tipos de hipotecas, como ser: con bajos intereses, promocionales, de interés variable… Los dueños de las viviendas se sintieron nuevos ricos y aumentaron su consumismo, manteniendo la economía a flote en los últimos años. Pero, a la vez, la especulación con los títulos inmobiliarios aumentó sin miramientos.

El inconveniente principal no fue que la oferta superara a la demanda real, sino que la demanda fue fabricada por la especulación. Las hipotecas eran vendidas agresivamente a personas que normalmente no podrían pagarlas, pero eran seducidas con el bajo interés. Los vendedores de hipotecas juntaron esos títulos con otros productos -v.gr., seguros- y crearon los activos segurizados u “obligaciones de deuda colateralizada”. Muchos de sus poseedores, sabedores de sus riesgos, vendían y revendían los títulos (hipotecas subprime, variables, etc.) a financieras, bancos, sucursales y entre estos organismos hacían lo mismo. Así, los títulos se desparramaron como un virus por todo el sistema financiero.

En 2007 el precio de las casas comenzó a bajar y cuando aumentaron las tasas de interés en 2008, terminó la especulación con las viviendas. En los próximos dos años vencían seis millones de hipotecas subprime, de las cuales el 40% es impaga; en siete años vencían otros cinco millones de deudas impagas, debidas a otros tipos de títulos y préstamos.

La empresa Lehman Brothers tuvo pérdidas por títulos tóxicos mucho mayores que sus reservas, en consecuencia, la empresa quebró. En el caso de AIG, gracias a un área no regulada de contratos de protección crediticia derivada, se permitió a los inversores apostar dinero a la posibilidad de que las empresas no devuelvan el dinero, llegando a formar un mercado de 45 billones de dólares. La dimensión del efecto multiplicador era tan grande que el gobierno norteamericano intervino para rescatar a la empresa de una segura caída.

Consecuencias en el tiempo

Las previsibles bancarrotas de muchas empresas hicieron necesaria la intervención del Estado en la economía norteamericana. Aún así, el presidente George Bush se apresuró a decir que no significaba el fin del capitalismo ni de ninguno de sus proposiciones, sino, simplemente, un reacomodamiento a la situación actual. Lo cierto fue que el país entró en recesión y que ésta se derramó al resto del mundo. Por ejemplo, el principal mercado de China es Estados Unidos; y China compra sus materias primas en el sudeste asiático, por lo que la merma económica de Norteamérica repercutió en todo Asia.

En resumidas cuentas, la actual crisis no se explica sólo por la codicia capitalista y la falta de regulación estatal, sino que su génesis puede encontrarse en el problema de la sobreproducción iniciado en la década de los setenta.

Las soluciones primeras, reestructuración neoliberal y la globalización, no alcanzaron para escapar de la recesión. La financiarización provocó beneficios momentáneos para unos pocos, pero, ineludiblemente condujo a la formación de burbujas especulativas que desembocaron en el derrumbe de empresas y la recesión en la economía real.

¿Cómo se saldrá de la recesión?, pues, las especulaciones hablan de la formación de otras burbujas, como la militar-industrial o, al decir de Naomí Klein, con el capitalismo del desastre.

La doctrina del shock

Naomí Klein (2007) habla del capitalismo del desastre para referirse a un programa de ingeniería social y económica que ayudó a implantar el libre mercado como una religión a nivel planetario.

Cuando habla del discurso oficial sobre el triunfo democrático del mercado libre y global o de que el capitalismo sin restricciones es sinónimo de democracia, Klein los refiere directamente como mitos. El capitalismo se impone por la violencia. Aprovecha las crisis para introducir impopulares medidas de choque económico, de la mano de otras medidas menos metafóricas de shock: la represión, las dictaduras, la policía de gatillo fácil… Este modus operandi se aplicó durante la dictadura de Pinochet, la reconstrucción de Beirut, después del Katrina o del tsunami, del 11-S al 11-M, etc. Entonces, las crisis económicas o las catástrofes ambientales son usadas para justificar la aplicación de políticas neoliberales que demolieron el Estado de Bienestar.

El origen del proceso, Klein lo ubica en la Guerra Fría con la prédica del futuro Premio Nobel Milton Friedman, que construyó una red de intelectuales favorables al mercado libre. En pleno Estado de Bienestar, sus ideas no podían aplicarse sin gran resistencia sindical y social. De todos modos, sus institutos de investigación son solventados por empresas y gobiernos.

Los discípulos de Friedman, se desperdigaron por todo el mundo pregonando las virtudes del neoliberalismo. Pero no se pudieron emplear pacíficamente. Por ejemplo, en Latinoamérica, fue necesaria la ayuda de dictaduras para lograr políticas económicas ultraliberales. La década de los setenta puede ser vista como la primera ola neoliberal.

Luego, ante lo insostenible de los gobiernos militares apoyados por USA, vendría la segunda ola neoliberal, con otro apóstol: Jefrey Sachs. Este quiere demostrar que, a diferencia de lo que ocurrió en Latinoamérica, el capitalismo no es incompatible con la democracia. Se trata de un auténtico evangelista del capitalismo democrático. Con la caída de la Unión Soviética vio la posibilidad de concretar sus ideas. Aconseja a la Rusia de Boris Yeltsin y a la Polonia de Lech Walesa para desregular sus economías. Fracasa. La situación, entonces, es propicia para una terapia de shock. El FMI -sin economistas keynesianos- cambia deuda por políticas neoliberales, Consenso de Washington mediante.

En consecuencia, todas las actividades económicas en manos del Estado debían pasar al mejor postor privado, aún al costo de la desocupación. La pobreza sería momentánea, ya que la mano del mercado se encargaría de poner las cosas en su lugar.

Las reformas debían ser hechas en gobiernos democráticos, aunque significara ralentizar los cambios. En definitiva, se utilizarían programas electorales keynesianos y posteriores políticas económicas neoliberales con la excusa del “desastre” que debía solucionarse. El desastre podía ser económico o ambiental, pero allí estaría el FMI o el BM para realizar su negocio (Klein, 2007).

El Estado quedó cuasivacío de funciones principales, incluso la de la guerra. Se crea en la práctica un “Estado Corporativista”, donde los empresarios pasan a ser funcionarios de los gobiernos y viceversa, sin ningún tipo de miramientos (por ejemplo, el director de cine Oliver Stone califica al gobierno de su país como una “corporatocracia” (La Nación, 4.6.10)). Por otra parte, la guerra al terrorismo justifica acabadamente su accionar: guerras preventivas y vigilancia interna. Negocio redondo.

Final con punto seguido

El naufragio económico de la Europa de 2010 es un capítulo más de la crisis financiera originada en 2008. Las soluciones propuestas hasta el momento para esta última -ajuste drástico del gasto público- hacen que no se detenga. Ricardo Aronskind afirma que es económicamente erróneo la proposición para la salida: “lleva al estancamiento productivo, a la agudización del conficto social y a la guerra comercial” y al ajuste de grandes sectores de la población que se harán cargo de la crisis con sus propios bolsillos (Aronskind, 2010).

El impacto político de la crisis es notorio. Existen crecientes niveles de malestar en los electores, caídas o desgastes de los gobiernos, ausencia de liderazgos fuertes, incertidumbres sobre el rumbo social y económico y aparición de nuevos actores desde los márgenes del sistema (Aronskind, 2010). Esto se ve reflejado, v.gr., en Estados Unidos con nuevas leyes antiinmigrantes como la de Arizona y la irrupción del derechista Tea Party, que son potenciados por el clima reinante azaroso.

La solución que se busca aplicar en Grecia -2010- contiene dos demandas implícitas: más garantías económicas y menos democracia (Aronskind, 2010), tal como previó Naomí Klein con su doctrina del shock. “Los culpables de los problemas griegos serían los jubilados, los empleados publicos y otros despilfarradores compulsivos que gastan “por arriba de sus necesidades”. No parece haber responsabilidad alguna de los banqueros que prestaron en forma aventurera y en muchos casos corruptamente sin relación con la capacidad de pago de los receptores de los fondos (Aronskind, 2010, Lewcowicz, 2010).

Es que, como enseña Plihon, los gobiernos están cautivos de los lobbies financieros. Para contrarrestarlos hace falta “instaurar una nueva relación de fuerzas mediante una alianza entre los movimientos sociales, la sociedad civil, las organizaciones sindicales, las organizaciones de defensa de los consumidores y ciertas fuerzas políticas de izquierda que están dispuestas a luchar y cortar con el sistema (Plihon, en Febbro, 2010). El economista cree que ese es el único medio para obligar a los gobiernos y a los grupos financieros a que cambien.

Se trata, en definitiva, de una disputa añeja. Salvando las distancias tecnológicas, los mecanismos que desataron la actual crisis son los mismos que provocaron el crack de 1929 (Rapoport, 2009).

Hoy, las soluciones parecen pasar por el keynesianismo militar y el capitalismo del desastre. Hasta que el ciclo se reinicie.

BIBLIOGRAFÍA:

ARONSKIND, Ricardo (2010): “Neurosis”, en Página/12,1.6.10. www.pagina12.com.ar

ARUGUETE, Natalia (2010): “Crisis global y sistémica”, en Página12, 1.6.10, www.pagina12.com

BELLO, Walden (2008): “Todo lo que usted quiere saber sobre el origen de esta crisis pero teme no entenderlo”, en Rebelión, 6.10.08. www.rebelion.org

BLEGER, Leonardo et al (2010): Crisis global: una mirada desde el sur. Orígenes y enseñanzas del crac financiero. Buenos Aires. Siglo XXI.

CLARIN – EFE (2010): “Moody’s reconoce que sobreestimó títulos de mala calidad y contribuyó a la crisis financiera” en Clarín, 3.6.10. www.clarin.com

DE ZARATE, Francisco (2010): “Claves para entender la crisis financiera de Estados Unidos…, y no morir en el intento”, en Clarín, sup. “iEco”, 1.6.10. www.clarin.com

FEBBRO, Eduardo (2010): “Los pobres tuvieron que endeudarse”, en Página/12, 28.5.10. www.pagina12.com.ar

KRUGMAN, Paul (2009): “Exceso de capital, mercado sin regular y banqueros engañosos”, en Clarín, 3.3.09. www.clarin.com

KLEIN, Naomí (2007): La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre. Barcelona. Paidós.

LA NACIÓN (2010): “Oliver Stone, con la “actriz” Cristina Kirchner” en La Nación, 4.6.10. www.lanacion.com.ar

LEWCOWICZ, Javier (2010). “Cuesta…”, en Página/12, supl. Cash, 7.3.10. www.pagina12.com.ar

RAPOPORT, Mario (2009): “Diez razones de la crisis internacional”, en Página/12, cit. en Rebelión, 11.3.2009. www.rebelion.org

RUBINZAL, Diego (2010): “Burbujas especulativas”, en Página/12, 1.6.10. www.pagina12.com.ar

TORRES LÓPEZ, Juan (2009): “Las causas de la crisis y sus soluciones”, en Rebelión, 5.6.09, www.rebelion.org

Publicado en Revista Narrativas, nro. 21, abril / junio de 2011, ISSN 1668-6098.