Las encuestas y la prensa

Adrián Eduardo Duplatt
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En su edición del 1 de septiembre de 2005, el diario Clarín publicó una nota que titulaba “Reacciones por una encuesta”, en la que reflejaba el punto de vista de candidatos oficiales y opositores ante una encuesta sobre intención de voto dada a conocer el día anterior por el propio periódico.

A 52 días de las elecciones, la medición para Clarín en provincia de Buenos Aires y Capital Federal había dado una diferencia de 20 puntos para la esposa del presidente de la Nación y senadora Cristina Kirchner por sobre la esposa de un ex presidente -también del Partido Justicialista- Chiche Duhalde (resulta llamativo que el diario llame a las candidatas por su apellido de casada y no de soltera, ¿impulso electoral matrimonial?).

El Jefe de Gabinete, Alberto Fernández, aseveró que las encuestas de este tipo demuestran “un sostenido apoyo de la gente hacia el gobierno”.

Por el contrario, desde el duhaldismo afirmaron que las informaciones que manejan son diferentes, “nosotros estamos creciendo y, por otro lado, la senadora Kirchner va descendiendo levemente”. Por su parte, otra candidata opositora, Elisa Carrió (ARI), fue más lejos todavía. Carrió no quiso “discutir encuestas” y agregó “que cada uno se haga responsable de la mentira que emite”; por último, le pidió a la gente que “se quede tranquila, porque estamos muy bien”.

Unos dicen que la encuesta demuestra el apoyo popular que ostenta el gobierno; otros, que la información es diferente, o que directamente son mentiras. ¿Qué ocurre, entonces, con las encuestas? ¿cómo quedan ante la opinión pública los periódicos que las da a conocer? Unas y otros, ¿son fiables?

Las encuestas y los medios

Cándido Monzón y José Luis Dader definen a las encuestas de opinión como un procedimiento “para conseguir información (opiniones) a través de mediciones cuantitativas de un grupo de sujetos (muestra) que pretende representar a un universo mayor (población), dentro de unos márgenes de error controlados (probabilidad)” (Monzón y Dader, 1992:465). Las encuestas no brindan información exacta, sino que, por definición, acercan datos aproximados o probables. Ergo, para Monzón y Dader, la decepción ante la verificación posterior de un error es psicológica y no científica.

El rigor y la precisión de la encuestas se basa, según Stoetzel y Girard, en una teoría probada y establecida (Monzón y Dader, 1992); a saber: a) volumen de la muestra, b) determinación de las personas consultadas, c) significación de las respuestas, d) procesamiento de datos y e) interpretación de los resultados. Como método de investigación, la encuesta consiste en una serie de fases que garantizan su efectividad.

El tratamiento periodístico de la información obtenida mediante encuestas es notoriamente desidioso. En otras ramas de la sociedad -economía, deportes, tecnología, etc.- existen periodistas especializados. En sondeos de opinión pública, no, pese a la importancia de este campo en la vida democrática de una república.

Los medios le dedican poco o nulo espacio a la configuración de la encuesta que les ofrece la información. La noticia es el pronóstico, no los problemas técnicos de su obtención -para ocuparse de ellos están los encuestadores-. Otro inconveniente que se presenta al periodista se da cuando la encuesta no dice nada significativo. La única noticia pasa a ser que no hay noticia (Monzón y Dader, 1992).

Ahora bien, cuando el periodista tiene en sus manos un vaticinio electoral basado en encuestas de opinión, lo da a conocer confiando en la empresa que realizó el trabajo. Sin embargo, si así procede, rompe con una regla sagrada del periodismo: dudar siempre. Si se tratara de temas religiosos, culturales o aseveraciones de políticos, seguramente el trabajador de la prensa estaría más inclinado a dudar, pero como está frente a un producto del campo científico, cree en su dogma, olvidando v.gr. a Karl Popper, quien sostenía que la verdad en ciencia es provisional y que el método científico se basa en la refutación. Por otro lado, el trabajo científico, como cualquier otro, se puede realizar bien o mal, por lo que es de esperar verificar mínimamente el procedimiento realizado. Para dar respuestas a estas cortapisas, hace su irrupción en el campo periodístico el periodismo de precisión, presentado en sociedad por Philip Meyer. Se trata de una especialidad que basa su labor en el manejo estadístico y el cruce de datos con la ayuda insoslayable de la informática.

Pero, a falta de periodistas de precisión, podrían verificarse las condiciones de producción de la información de encuestas. Para ello es importante -para el periodista y para el público- poder acceder a la ficha técnica del sondeo de opinión.

La ficha, al estar al Contrato Mediático de Lucrecia Escudero, permite la verificación de la información y le brinda al medio una pátina de credibilidad que se potencia con la cita fiel de las fuentes.

Monzón y Dader enumeraron los datos mínimos que tendría que tener la ficha: a) tamaño del universo, b) tamaño de la muestra, c) margen de error, d) nivel de confianza, e) situación de proporcionalidad más desfavorable contemplada, f) método de muestra y entrevista, g) fecha de realización, h) textos de las preguntas principales, i) instituto autor.

Aún con tales referencias, la información no sería completa. Monzón y Dader creen que también es necesario destacar el número de entrevistados por pregunta y no por encuesta completa. (El punto es similar al planteado con los votos en blanco en la Argentina: para establecer los porcentajes en las elecciones no se tienen en cuenta los votos en blanco, por lo que los números de adhesión a los candidatos son más altos que los reales). Otros puntos a esclarecer son el origen de los fondos (encuesta del propio medio o de un partido) y la autoría de los títulos de la nota periodística y sus conclusiones: no es lo mismo que las conclusiones y los títulos -la información más destacada- los realice un periodista novel en cuestiones estadísticas o que los haga un profesional de un organismo profesional. Asimismo se deberían controlar la existencia de preguntas sesgadas, la extrapolación de datos nacionales en las provincias y la mezcla indebida de respuestas “no sabe” y “no contesta” que podría dar lugar a márgenes de error todavía mayores que los habituales.

Ocioso es reiterar la teoría de la Agenda Setting (Mc Combs y Shaw) y la influencia de la prensa en la opinión pública (Van Dijk, Verón, Raiter…). Pero no se puede obviar el papel activista de los medios en el debate público (Price, 1994:109) y cómo la teoría de la “Espiral del Silencio” (Noelle Neumann, 1995) entra en acción en momentos de elecciones políticas.

Si los medios influyen -en forma compleja y no directa- en la opinión de la gente, y ésta, a su vez, tiende a concordar con la opinión mayoritaria, es dable pensar que la difusión de encuestas con determinado favoritismo podría incidir en futuras elecciones a cualquier nivel. No se quiere afirmar que se publiquen adrede encuestas falsas o mal confeccionadas, pero la falta de datos completos sobre ellas impide evaluar su efectividad a posteriori. En este sentido, la publicación de la ficha técnica de los sondeos -a la que se hizo referencia con anterioridad- sería una barrera importante a las posibles consecuencias negativas de un trabajo mal realizado o tendencioso, tanto en el campo periodístico como en el de análisis de la opinión pública.

En el caso de Clarín, v.gr., los datos publicados -sin autor- en su edición on line del 31/8/2005 fueron: “encuesta realizada en la provincia de Buenos Aires por el Centro de Estudios de Opinión Pública (CEOP), en exclusiva para Clarín y sobre un universo de 1.221 casos”.

BIBLIOGRAFÍA:

MONZÓN, Cándido y DADER, José Luis (1992): “Las encuestas y su tratamiento periodístico”, en MUÑOZ ALONSO, Alejandro et al: Opinión pública y comunicación política. Madrid, Eudema.

NOELLE-NEUMANN, Elisabeth (1995): La espiral del silencio. Opinión pública: nuestra piel social. Barcelona, Paidós.

PRICE, Vincent (1994): Opinión pública. La opinión pública. Esfera pública y comunicación. Barcelona, Paidós.