Leyendas urbanas en el periodismo patagónico

El fantasma del Pancho Martínez

Se trata de relatos inverificables, pero ahítos de detalles. Más que la veracidad de su historia, lo importante es ver qué es lo que se esconde detrás de la leyenda, qué es lo que ocurre en la sociedad para posibilitar su nacimiento y su difusión.

Adrián Duplatt
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Cuentos chinos

La historia la relató el periodista Jorge Halperín ante un auditorio de alumnos y profesores del Colegio Pestalozzi de Buenos Aires, poco después de publicar su libro Mentiras verdades:

En los años cincuenta cuando Perón gobernaba y entregó casas a familias pobres, la gente del interior que las recibía, hacía asados con los parqués de los pisos. La idea era que eran tan brutos que no entendían el valor de esos pisos y los utilizaban para hacer asados. Este rumor circuló en todo Buenos Aires y todos estaban convencidos de que era cierto. En los años sesenta un antropólogo que se llama Hugo Ratier mandó a un grupo de estudiantes a distintos lugares a verificar el rumor. Llegaron a la conclusión de que no tenía ninguna base real. Era una construcción pública. Entonces un señor, entre el público, se levanta indignado y me dice «Ud. lo califica de leyenda porque no sabe nada, yo soy un empresario de la construcción y sabíamos perfectamente que en el albergue Warnes la gente arrancaba los parqués y con los inodoros hacía macetas». Otro señor, más atrás, se levante y dice «eso es imposible porque el albergue Warnes nunca llegó a tener parqués ni inodoros». Al mirar al primer señor se notaba que no le importaba nada porque él había dicho su verdad y no importaba lo que otro pudiera cuestionarle. Para él era cierto y punto (Halperín, 2000b).

Se trataba, entonces, de rectificar un relato que, a pesar de su refutación, sigue circulando en parte del imaginario argentino. Sin embargo, esta ambivalencia no es un exclusivo atributo vernáculo. ¿Qué ocurre, por ejemplo, con la maldición de Tutankamón? ¿Es verdad que los descubridores de su tumba murieron en extrañas circunstancias? Aunque muchos así lo crean, esto no ocurrió así.

El diario Clarín dio cuenta en su edición del 21 de diciembre de 2002, que el médico australiano Mark Nelson, investigador de la Universidad de Monash en Prahan, estableció que «las personas presentes en el descubrimiento de la tumba del faraón murieron a una edad promedio de 70 años» (Camps, 2002). La conclusión era el fruto de una investigación publicada en el British Medical Journal. Por lo tanto, no existió ninguna maldición y si una leyenda urbana1.

Estos dos ejemplos pueden ser precisados en el tiempo. Uno, en la Argentina de Perón en la década del cincuenta y, el otro, los descubridores de la tumba de un faraón egipcio, a principios del siglo XX. Al ser identificables, era fácil investigarlos para rectificarlos o ratificarlos. Pero, qué ocurre con los relatos vagos, transnacionales y atemporales que circulan esporádicamente por las sociedades? Relatos como el del «encuentro con la joven muerta», en el que un muchacho va a bailar con sus amigos y se encandila con una bella joven. Baila con ella toda la noche y cuando salen le presta su abrigo y la acompaña hasta su casa, olvidándose de pedir su prenda. Al otro día regresa y pregunta por la chica, y el padre, que lo atendió, le dice que ella falleció hace varios años. Cuando va al cementerio, encuentra su abrigo en la tumba de la chica.

Existen otras historias parecidas: 1) los coreanos -chinos, vietnamitas…- comen perros, gatos y ratas. El que cuenta la historia siempre tiene un amigo/pariente/testigo que le dijo de un caso de alguien que se atragantó en un retaurante con un hueso que resultó ser de rata. 2) Secuestran chicos para robarles los órganos, que son vendidos al exterior (o directamente venden los chicos a europeos que quieren tener hijos). 3) La empleada doméstica que le cocina el hijo al matrimonio que la contrata. 4) El perro pequeño y mansito que traen de mascota cuando vuelven de vacaciones y resulta que no es un perro y tampoco muy sociable que digamos. 5) El Club del Sida: el/la joven que sabiendo que está enferma contagia adrede a sus parejas eventuales…2

Este tipo de relatos circula por todo tipo de comunidades y en cualquier tiempo. En épocas de Internet y sociedades mediáticas, su divulgación es cada vez mayor3. Ahora bien, ¿qué son en realidad estas narraciones? ¿Cuáles son sus características? ¿Son sólo relatos fantásticos o tienen un contenido mucho más profundo? ¿Son baladíes o cumplen una función? Los folkloristas y antropólogos parecen ser los adecuados para despejar estas incógnitas.

Relatos orales y leyendas urbanas

La revolución industrial del siglo XVIII produjo innumerables cambios económicos y sociales que se potenciaron con los cambios tecnológicos contemporáneos y la actual sociedad massmediática. Uno de los cambios provocó el vaticinio de la muerte de la narrativa oral, en haras de la escritura y la transmisión de información por los medios de comunicación masiva. Martha Blache cree que los relatos orales fueron asociados con estilos de vida agraria, precapitalistas y rudimentarios (Blache, 1999a).

Juan Sasturain, por su parte, afirma que la definición acertada y más pobre de las leyendas, como variante de las narraciones orales, es que son relatos míticos que se dan en todo tiempo y lugar y que hacen referencia a hechos y personajes

[…] que se confunden con el origen mismo de la comunidad y de la lengua que los ha conservado durante siglos por tradición oral hasta que alguien los escribió para ser leídos. Son o han sido funcionales porque explican el origen, fundan los tabúes, refuerzan la identidad necesaria (Sasturain, 2001).

Para Sasturain, todo señalaría que se trata de relatos que sólo se dan en estadios primitivos de las civilizaciones y que con la irrupción de la historia como ciencia, del periodismo como actividad sistemática y de la literatura como espacio de la ficción, aquéllos verían acotados sus espacios de funcionalidad. Pero -agrega Sasturain, esto no ocurre así.

Otros intelectuales concordaron con esa visión. Los folkloristas estuvieron atentos a los cambios sociales y a las fuerzas que moldeaban a las sociedades y afectaban a la gente en su vida cotidiana. En un principio se centraron en la manera en que las sociedades tradicionales mantenían su continuidad con el pasado y, por ello, la tradición sirvió como sustento ideológico a la formación de los Estados nacionales. La tradición era el elemento que cohesionaba y homogeneizaba al pueblo; debía pasar ilesa de una generación a otra. Pero, después, la visión inmutable de la tradición dejó lugar, en el siglo XX, a una idea de tradición como «proceso en constante cambio, variable según las transformaciones operadas en la sociedad y en el sistema de valores de sus distintos segmentos sociales» (Blache, 1999a:7). Es que existe una permanente tensión entre lo tradicional y lo innovador. En la tradición actúa un

[…] activo mecanismo de selección realizado por un grupo social al reinterpretar determinados aspectos de su pasado para legitimar su presente. De tal manera, el pasado queda construido y resignificado desde el presente (Blache, 1999a:8).

Las transformaciones en el estudio de lo tradicional abarcaron a las narrativas orales. Blache (1999) explica que los especialistas observaron las variaciones que sufrían los relatos tradicionales al pasar de una cultura a otra, de un territorio a otro y de un tiempo a otro. Los cuentos maravillosos fueron los primeros que concitaron interés, pero en la actualidad no existe un clima propicio para su creación. En su lugar aparecieron otros tipos de narraciones con mayor capacidad de adaptación: las leyendas contemporáneas, narraciones de experiencias personales, historias de víctimas y victimarios, anécdotas, rumores y chistes (Blache, 1999a, Sasturain, 2001).

Los cambios en el estudio de estos relatos no se atuvieron al texto en sí, sino que, para poder explicarlos, se valieron de nuevas estrategias empíricas y metodológicas. El contexto del relato pasó a tener especial importancia4. «Así cobran relevancia las estructuras socioeconómicas que sirven de marco e invisten de significado a las narraciones» (Blache, 1999a:9). Otras aproximaciones se dan a través de la situación narrativa, el intercambio de roles entre narrador y oyente, la identidad de los participantes, las formas de captar el auditorio, el modo de acentuar o minimizar ciertos detalles o de manejar pausas y suspensos. El significado de un texto sólo puede lograrse con un abordaje multidisciplinario del mismo texto y su contexto (lingüïstica, filosofía del lenguaje, semántica, semiótica, psicología cognitiva…).

En la actualidad la narrativa oral responde a problemáticas coetáneas, pero pueden tener su raíz anclada varios siglos atrás. Por otra parte, los relatos tradicionales no se circunscriben a la oralidad. Muchas veces se difunden velozmente por medios escritos y audiovisuales. Es que

[…] la comercialización y la orientación del consumidor de los mass media no contuvo la propagación del folklore, como muchos estudiosos lo predijeron. Por lo contrario, los modernos medios tecnológicos de comunicación ayudaron a la folklore a viajar más rápido y más lejos, acomodando y transformando creativamente las tramas de las historias, los motivos y los episodios para nuevas audiencias, con reformulaciones diversas según el pueblo receptor (Degh, 1999:23).

En los Departamentos de Folklore y Cultura Popular de algunas universidades norteamericanas se define a la leyenda metropolitana como narraciones de hechos a los que les falta una fuente como verificación, pero que son muy ricas en detalles (Colombo, 1997). Jorge Halperín se refiere a ellas como «historias, informaciones que circulan entre la gente, que son proposiciones para creer […], transmitidas de boca en boca sin medios probatorios que verifiquen si es cierto o no. La gente lo transmite y lo cree sin fijarse si es verdad o no» (Halperín, 2000b).

Para Linda Degh (1999), la leyenda es más contenido que forma porque está construida sobre hechos del mundo real y sobre problemas existenciales de los hombres reales. «La propuesta del cuento es relatar un embuste, para fantasear; la de la leyenda es interpretar la experiencia observada» (Degh, 1999:36). Esta última presenta características muy marcadas: el testimonio de un testigo, la oportunidad de tiempo y situación, la internalización mediante el relato en primera persona, la dubitativa entrega de información, su contenido emocional -a veces incoherente…

Los relatos pueden originarse en función de un cambio radical en la sociedad. Blache (2003) explica que la leyenda del hombre atragantado con un hueso de rata en un restaurante puede tener su inicio en los cambios de la sociedad norteamericana, donde la mujer deja de ser la proveedora de alimentos de la familia y sale a trabajar. Ya no está más en su hogar preparando ella misma la comida con la materia prima que compró en el conocido almacén del barrio. Y precisamente este es otro ingrediente en la historia. El responsable no es un comercio pequeño y conocido, sino los grandes capitalistas de cadenas de restaurantes y comidas rápidas.

Muchas leyendas urbanas tienen su génesis varios siglos atrás. Los relatos se van aggiornando a los nuevos tiempos y a los países por donde circulan. Martha Blache (1999b) cita la leyenda peruana del Pishtaco, personaje que mataba y extraía la grasa o los órganos de sus víctimas para venderlos. Posiblemente tiene su origen en el siglo XVI, cuando los lugareños se negaban a llevar provisiones a casa de los españoles por temor a que los mataran para sacarles la grasa. Luego, en el siglo XVIII, los indígenas creían que la orden religiosa de los Bethlehemitas lo hacían. Mas la historia del Pishtaco puede remontarse a la América prehispánica -v.gr. los incas- cuando la grasa humana era utilizada en rituales de comunicación con los dioses y las víctimas eran los intermediarios. El personaje puede cambiar su nombre a El Degollador o Sacaojos, según la época y la región del Perú de que se trate. Recientemente, estuvo referido más que nada a extranjeros y en Ayacucho, donde más se sintió la guerrilla de Sendero Luminoso, a gringos que traficaban órganos para cobrarse la deuda externa, con el plácet del gobierno peruano.

Otras leyendas pueden nacer de un acontecimiento real que se va adornando con el paso del tiempo y los narradores. Ocurriría un proceso similar a la teoría de la cristalización de Stendhal. Un dato trivial puede convertirse en una gran novela, explica Tomás Eloy Martínez (2000), que cita a Stendhal para explicar dicha metamorfosis:

[…] En las minas de sal que hay en Salzburgo se deja caer a veces una rama sin hojas al fondo de un pozo en desuso. Dos o tres meses más tarde, cuando se recupera la rama, está ya cubierta por brillantes cristalizaciones. Las ramitas más chicas, semejantes a las patas de una golondrina, se adornan con innumerables diamantes deslumbradores, y ya no es posible reconocer la rama original. Lo que yo llamo cristalización es la operación mental que extrae de todo lo que la rodea el descubrimiento de que el objeto amado tiene ocultas perfecciones (Stendhal en De l’amour -1822-, cit. por Martínez, 2000).

De manera similar, un suceso que se remota en el tiempo puede ser adornado por un narrador que recupera la historia, la adecua -consciente o inconscientemente- a la cultura actual y a los problemas actuales, para hacerla circular como una nueva leyenda urbana.

Radiografía de las leyendas

En general, se define a la leyenda como historias extranormales contadas como verdaderas, pero que en realidad son falsas. Su propósito «es hacer surgir una cuestión concerniente a una idea involucrada en una historia y discutir su credibilidad » (Degh, 1999:45). Para Degh (1999), tiene tres cualidades esenciales: a) es de importancia existencial para las personas que participan en su presentación, b) está rodeada por la incertidumbre, la falta de conocimiento sólido y c) es polémica e invita a la expresión de diversos puntos de vista. La leyenda aparece

[…] para tantear a la gente, en sus dominios culturales pero contradictorios, acerca de las normas y valores aceptados por la sociedad en su totalidad […] (Degh, 1999:54).

Lo polémico no es un rasgo más en las leyendas, es su razón de ser, su fin. «La leyenda demanda respuestas, pero no necesariamente resoluciones, a las más misteriosas, críticas y menos discutibles cuestiones de la vida» (Degh, 1999:57). Y esto es así porque, como señala Rodolfo Florio

Una de las particularidades y méritos atribuidos por la mayor parte de los investigadores a la leyenda urbana es la de permitir el alivio de tensiones individuales y grupales. Por lo tanto, cualquier grupo social enfrentado a una situación emocional de ansiedad es proclive a generar leyendas y hacerlas circular en el seno del mismo (Florio, 1999:85).

Por lo tanto, estos relatos son mucho más que una narración falsa que se quiere hacer pasar por verdadera. A través su análisis se pueden descubrir características del grupo que la hace circular. Es posible descubrir, v.gr, cuáles son los valores predominantes y los miedos latentes de una sociedad en un momento dado. Los relatos relatos orales que produce, usa y consume una sociedad, dice Sasturain- funcionan «como un indicador social, termómetro ideológico, muestreo del imaginario colectivo» (Sasturain, 2001), «una especie espejo en el que se ve la cara de la sociedad, lo que piensa y lo que siente en un momento dado» (Bárbara Mikkelson, cit. por Sasturain, 2001). En este sentido, León Tenenbaum opina que para acercarce a las leyendas es necesarios suspender por un momento los límites de la credulidad porque antes que validar científicamente esas historias, de los que se trata es de entender su sentido más profundo. «No se trata de salir a cazar fantasmas. El tema es entender qué están diciéndonos estas creencias, de qué aspecto de nosotros mismos hablan» (Pogoriles, 2002).

Dentro de este discurrir, se encuentra la función de control social de las leyendas. Halperín piensa que la gente cuenta estas historias no para decir verdades, sino para realizar operaciones de control social, por ejemplo: cuidado con los extraños, cuidado con los extranjeros, con los empleados domésticos, con los pobres… Otra función que les atribuye es la de castigo simbólico: te pasó esto por lo que hiciste.

En el caso del secuestro de personas para robarles algún órgano, Blache explica que

Llegan a nombrar el nombre de algún hospital público, donde siempre trabaja alguien conocido del relator. Sin embargo, no existe ninguna denuncia por parte de los hospitales de haber recibido un paciente en esas condiciones […] si bien no puedo decir que no exista el tráfico de órganos, creo que la gente tiene una cierta inquietud ante los avances tecnológicos, como es el tema de los transplantes, que es algo no tan fácil de entender con claridad (Blache, 2003).

Las historias de secuestro y robo de órganos funcionarían como una prevención ante lo nuevo, en este caso la tecnología de los transplantes y, asimismo, como lo mostró una investigación en Perú citada por Blache (2003), a modo de metáfora en el que el joven sería el propio país y los que extraían los órganos, los acreedores de la deuda externa.

De este modo, las leyendas no son importantes por la veracidad de su historia, sino por la verdad de lo que transmiten simbólicamente. Y esa verdad ayuda a cohesionar los grupos o las sociedades, construye identidades.

(El caso de las narraciones sobrenaturales es pasible de un análisis similar. De por sí resulta difícil creerlas; sin embargo, circulan sin miramientos por la sociedad. La religión es un ámbito de lo sobrenatural que es aceptado por un segmento mayoritario de la sociedad. Pocas o ninguna prueba existe de lo que cuentan, sin embargo, el relato general es capaz de construir un marco dentro del cual sentirse identificado, puede educar, inculcar valores, ética a quienes confían en ella.)

La creencia en las leyendas podría deberse a la necesidad de incrementar los conocimientos sobre el mundo con herramientas informales, cuando las formales -v.gr. la ciencia, discursos autorizados- no explican acabadamente los acontecimientos o no se entienden sus dilucidaciones. Además, las leyendas serán más creíbles cuanto menos contradigan la experiencia cotidiana de quien las oiga y cuanto más refuercen su punto de vista sobre el tema en cuestión.

La forma del relato también incide en la credulidad del oyente -o lector/televidente-. Cuantos más detalles de lugares, de testigos sin identificar, de cercanía con estos o con quien narra, más adeptos tendrá la historia. Lo propio ocurre con la posición del narrador: si es enérgica o dubitativa generará disímiles grados de aceptación en su comunicación.

Las leyendas en el periodismo

Para comenzar con la relación de las leyendas con los medios, es pertinente comenzar con una cita de Linda Degh:

Una de nuestras dificultades en reunir datos proviene del hecho de que usualmente nos enteramos del nacimiento de una «nueva» leyenda por los media. Si somos afortunados, un curioso y ambicioso periodista puede llamarnos para la consulta con el objeto de ser el primero con la nueva historia y la opinión experta del folklorista. Podrían mencionarse muchos ejemplos, desde los huevos de araña en la goma de mascar a los intentos de los satanistas de corromper el mundo. Y la historia central, ayudada a través de los media, es aumentada y fuera de proporción casi desde el principio. La historia, cristalizada en sí misma, es variada por el estilo personal de los escritores tanto como por el estilo o la calidad del diario, la radio o el programa de televisión, y es variada creativamente por la publicación repetida mientras no aparezca otro tema de leyenda digno de noticias (Degh, 1999:41).

Los medios, entonces, le agregan nuevas características a las leyendas: amplia difusión y un estilo que depende del modo de hacer del medio. Furio Colombo coincide con la responsabilidad de los medios en la aparición de leyendas:

El periodismo escrito y televisivo es responsable de las leyendas metropolitanas porque, dado su carácter dramático, favorece su difusión, y, dado el medio de la difusión, las hace más sólidas y verosímiles. Y después las abandona porque la nada que está detrás no constituye noticia (Colombo, 1997:195).

La difusión de leyendas sin seguimiento, sin investigación, sin comprobación, sin controles, puede resultar peligrosa al ser retomadas por gente común o autoridades políticas que las insertan en sus discursos.

Las leyendas en la prensa norteamericana constituyen una serie de hechos que se dividen en series de subhechos cada vez menos probables y se rodea de constelaciones de hechoides. Las leyendas son favelas de la información que están en las proximidades de grandes acontecimientos comprobables, apasionantes y preocupantes (Colombo, 1997).

Colombo piensa que la circulación libre de leyendas demuestra la

[…] debilidad de las verificaciones periodísticas, la ausencia de autoridad y credibilidad de los reporteros, la escasa voluntad de los diarios y de las televisiones de esclarecer las cosas, la preferencia por la parte impresionista de las historias respecto de la verificación, el escaso interés por las fuentes, la disponibilidad a relacionar fragmentos y jirones de narraciones populares hasta convertirlas en historias, con una dignidad periodística que no debieran tener […] En cualquier caso la fuerza de la leyenda metropolitana en la cultura popular (y a veces en la oficial) es directamente proporcional a un fracaso del periodismo en su versión más moderna: descubrir, comprobar, reconstruir, desmentir, tranquilizar, impedir la niebla peligrosa de la superstición (Colombo, 1997:198/199).

Algo similar opina Halperín, para quien la circulación de leyendas urbanas en el periodismo depende de la seriedad con que el periodista trabaje y del control del medio sobre sus noticias (Halperín, 2000b). Para Halperín, las leyendas se conectan con el periodismo

[…] en tanto estos relatos urbanos tienen una fuerte ligazón con el rumor, esa materia incierta que, sin embargo, es fundamental para el trabajo del periodista y que es una pieza clave en el fenómeno de la comunicación. Incluso algunos de los estudiosos del relato urbano lo llaman directamente rumor. Y los medios se manejan mucho con el rumor, con esa serie de informaciones que tienen menos que ver con la verdad que con la formación de opinión, con la afirmación de la identidad (Cristoff, 2000).

Y, de manera similar a los folkloristas, Halperín, como periodista, le asigna a los medios y los mitos urbanos una función similar, ya que cuentan mucho acerca del modo como funciona el mundo. De alguna manera se están refiriendo a los fantasmas de toda una cultura. Ambos -medios y mitos- ponen en juego historias que expresan temores colectivos y funcionan como control social y castigo simbólico, que buscan respuestas a grandes preocupaciones. «[…] tienen esa función, pero nunca la de erigirse como verdades […] a nadie le importa que sean verdaderos. Lo único que queremos es que nos los cuenten» (Halperín, cit. por Cristoff, 2000).

En un sentido periodístico estricto, Mar de Fontcuberta encuadraría a las leyendas en su tipología de no-acontecimientos, entendidos estos como «la construcción, producción y difusión de noticias a partir de hechos no sucedidos o que suponen explícitamente una no-información en el sentido periodístico»5 (1995:26). Los no-acontecimientos implican convertir en noticia un suceso que no se ha producido, ni se prevé cuándo ocurrirá. De Fontcuberta los divide en: 1) noticias inventadas, 2) noticias erróneas y 3) noticias basadas en una especulación.

En lo que aquí interesa, las noticias inventadas son definidas como aquellas «publicadas en los medios y construidas a partir de elementos, declaraciones, hipótesis, etc., que no existen en la realidad y que no reciben posterior rectificación por parte de los medios»6 (De Fontcuberta, 1995:28). Las leyendas urbanas pertenecen a este taxón, ya que los medios recogen declaraciones que dan detalles inconfirmados de los hechos y el medio los reproduce sin preocuparse por verificarlos, ni chequear las fuentes. Se difunden acontecimientos dudosos que luego no merecen mayor tratamiento y son relegados al olvido sin nunca haber sido aclarados.

El porqué de la proliferación de los no-acontecimientos merece una respuesta variopinta que excede el estudio de las leyendas urbanas. Pueden mencionarse especulaciones como la mutación del periodismo en una actividad comercial más, con el paradigma de noticia como mercancía y no como bien público, la necesidad de «vender» todos los días un producto en competencia con otras empresas periodísticas, la delicuescencia de la actividad profesional, las lábiles fronteras éticas de periodistas y dueños de medios, los cambios en los conceptos de información y comunicación7

Por ello, el estudio de las leyendas en los medios abarca explicaciones superficiales8, como lo son las recién mencionadas de la actividad periodística y las rutinas y fines que Furio Colombo le asigna al periodismo. Pero, también es dable recordar que la función del periodismo no terminaría allí, en la refutación del relato legendario, sino que tendría que ir, con la ayuda de las ciencias sociales, más allá de la desmentida desapasionada. Si la leyenda es un indicio de los miedos y valores que predominan en la sociedad, es dable esperar que el periodismo indague en sus narrativas para interpretarlas, comprenderlas y, luego, comunicar a la audiencia el sentido profundo de lo que está percibiendo, explicando y echando luz sobre acontecimientos complejos que ameritan mucho más que una sonrisa mordaz.

Las leyendas urbanas en el periodismo de Comodoro Rivadavia: «El Fantasma del Pancho Martínez»

La información periodística

El 2 de agosto de 2002, el diario Crónica presentaba en su tapa, una isotopía notable. La información más destacada decía, en amplia tipografía, «Misterio: no hallan al buque Don Víctor». En la bajada explicaba sobre un buque pesquero desaparecido en alta mar junto a sus siete tripulantes. Una amplia fotografía ilustraba la noticia. En el resto de la primera plana se publicaron media docena de noticias varias: críticas por la venta de tierras en Santa Cruz, reunión de piqueteros y la petrolera Repsol, el Concejo Deliberante rechazó subas de tarifas… noticias sin relación con la principal. Sin embargo, se producía una coincidencia con una de las noticias por fuera del tópico estrictamente informativo. El tono de misterio estaba presente en ambos titulares. En uno, por la desaparición de un buque; en el otro, por un interrogante inusual «¿Un fantasma en tribunales?».

El diario completaba en la tapa su intrigante titular. «Tras los testimonios de al menos cinco personas que dicen haber observado la aparición de un extraño con sobretodo, se creó una especie de psicosis en parte del personal que debe trabajar en horario nocturno en los tribunales». En el retiro de contratapa, a página completa, un informe brindaba los detalles del caso. El titular de la nota principal rezaba: «Creen que un fantasma ‘con sobretodo’ ronda el edificio de Tribunales». En el cuerpo de la Crónica se leía:

[…] Nadie sabe a ciencia cierta por qué, ya que al supuesto aparecido no han podido verle el rostro. No obstante, el imaginario colectivo comenzó a relacionar dichas apariciones y ruidos extraños con las del desaparecido Francisco Jesús ‘Pancho’ Martínez, tristemente célebre cuando el 31 de diciembre de 2001 cayera abatido junto a Rubén Chandía Tapia tras el asalto con toma de rehenes a la distribuidora ‘La Salteña’ […] (Crónica, 22/8/02:23).

En un recuadro se explicaba qué son los fantasmas, basados en libros sobre mediums y el mundo de lo oculto: Grandes enigmas. El fascinante mundo de lo oculto, de Tomás Doreste y El libro de los médiums, de Allan Kardec, aportados por la parapsicóloga Mari Chávez, de la que no se daban mayores referencias. En otro recuadro se reproducían testimonios de empleadas de limpieza, guardias policiales y empleados judiciales. En ningún caso se individualizó la fuente.

El 23 de agosto de 2003, el tópico continuaba en la tapa del diario, conjuntamente con la desaparición del buque pesquero. «Desconcierto: sin novedad en la búsqueda del pesquero», fue el titular sobre el barco, y «Sugestión y psicosis: policías dicen haber visto fantasma en calabozo». Continuaba, de esta manera, la isotopía de misterio en torno a la primera plana de Crónica.

En el retiro de contratapa, ambas informaciones coinciden con igual sentido. En lo que respecta a Francisco Martínes se leía: «Fantasmas: la sugestión creció en Tribunales y se extendió hasta una Comisaría». La nota hablaba del «tristemente célebre Francisco Jesús ‘Pancho’ Martínez», a quienes muchos quisieron reivindicar como una especie de ‘Robin Hood’ de estos tiempos. Pero los acontecimientos no se circunscribieron al edificio de Tribunales. También se informaba que en las Comisarías vivían experiencias semejantes:

[…] Una mujer policía que pidió reserva de su nombre contó lo sucedido mientras se encontraba en la guardia una noche, un mes después de la muerte de Martínez. Dijo que encontrándose sola con otro guardia, de pronto escucharon gritos y rotura de un vidrio que provenían del fondo de la sala donde usualmente los detenidos reciben a las visitas. «Nos miramos asombrados ya que nos parecía que era la voz de Martínez… llamé al guardia y pedimos a otros del sector que se acercaran por la parte de atrás ya que pensábamos que otros detenidos intentaban una fuga».

El relato de la mujer corresponde con el de otros colegas; los policías avanzaron y llegaron a la sala donde se reciben a las visitas, pero no había absolutamente nadie. Lo que sí les dio mucho escalofrío fue percatarse que realmente los vidrios estaban destrozados y si el lugar estaba vacío, era imposible que alguien los rompiera desde el exterior. «Pensamos hacer un informe, pero después desistimos ya que nos iban a tomar por locos», señalaron. Hay más testimonios similares que, en voz baja, vienen escuchándose desde hace un tiempo y sobre los que en próximas ediciones nos referiremos (Crónica, 23/8/02:27).

La nota hacía mención a un sinnúmero de comentarios que nacieron con la publicación de la primera noticia, a que «muchos empezaron a sacar algunas conclusiones» y a la molestia de «algún magistrado» que no quería que el tema saliera en la prensa.

El 25 de agosto el tema reaparece en página 11 con el título: «Creer o reventar: el fantasma del sobretodo está dando mucho que hablar». En esta ocasión el género utilizado fue el comentario. El centro del artículo de opinión -sin firma- no fue el fantasma, sino el impacto de la noticia en la sociedad. Por ello se daba cuenta de empleados judiciales, de limpieza y policías que protagonizaron los sucesos; de que taxistas, remiseros y mesas de bar fueron testigos de conversaciones sobre el fantasma; del comentario teatralizado de una radio de Trelew; de que el Jefe de Policía Provincial «dialogó distendidamente del asunto» y que un «importante magistrado» rogaba por la aparición de una «señal divina» que lo orientara en el caso criminal. La última frase del comentario fue

Creer o reventar, blanco o negro, escepticismo o credulidad, en fin… el tema está inserto en la sociedad y para muchos es una novedad distinta entre tantas pálidas» (Crónica, 25/8/02:11).

La información se completaba con una noticia titulada: «Dos profesionales aseguran haber visto al fantasma del sobretodo al pasar por Tribunales». Aquí, la «prestigiosa profesional» pidió reserva de nombre porque la conocía «medio Comodoro». Relató la abogada que

[…] Donde termina la vereda que va a la compañía de seguros, vimos una figura toda vestida de negro con un sombrero de ala ancha… jamás en mi vida me llevé un susto tan grande, señaló. La mujer, asimismo, se ocupó de aclarar que «soy una persona muy cuerda y seria; no sea que vayan a pensar que estoy loca […]

El 27 de agosto de 2003 el tema vino con refuerzos nacionales e internacionales. La nota se titulaba «Este espíritu aparece porque quiere ayudar a alguien querido como un familiar o un amigo», resumiendo lo que señalaban desde Brasil.

El cuerpo contiene las siguientes frases:

Algunos científicos opinan que aquello que no puede ser explicado en términos físicos, no existe. Sin embargo, los parapsicólogos en las últimas décadas han afirmado que, puesto que los fenómenos paranormales son una realidad, significa que no todo en la naturaleza puede ser explicado en términos físicos.

La supuesta aparición fantasmagórica de un hombre con sobretodo en los Tribunales […] pareciera ser uno de estos fenómenos denominados paranormales […] hasta los más escépticos sienten curiosidad y los crédulos creen ciegamente que el caso seguirá repitiéndose […] A todo esto reiteramos que hay algunas personas que atribuyen las apariciones fantasmagóricas al hombre abatido el 31 de diciembre del año pasado, Francisco Jesús ‘Pancho’ Martínez (Crónica, 27/8/02:17).

La nota informativa mencionaba los aportes desde la provincia de Catamarca -un diario que recordaba un caso similar en sus tierras-, y desde la Escuela Espiritista de Guaraya, Brasil, que hablaba de la posibilidad de apariciones futuras, mucho más fuertes y graves.

A partir de entonces, el tópico desapareció de las páginas de Crónica y no se publicó ni una línea más sobre el fantasma del Pancho Martínez.

Características de la cobertura noticiosa

El diario Crónica de Comodoro Rivadavia (Chubut, Argentina) es el de más venta de los dos con que cuenta la ciudad de 150 000 habitantes. En sus comienzos pudo haber sido tildado de sensacionalista en contraposición a la prensa seria de su competidor, El Patagónico, pero hoy dicha frontera se tornó lábil y confusa. No es fácil determinar cuál medio es más sensacionalista, ni cuándo un medio es sensacionalista o serio (Atorresi, 1995). Quizás pueda afirmarse que Crónica es más popular en el sentido de tener una mayor inserción en barrios humildes de la ciudad.

En cuanto a la serie periodística del «fantasma del Pancho Martínez», como ya se señalara, el tema irrumpió en la escena mediática de la mano de otro que compartía el mismo tono informativo. El misterio por la desaparición de un buque pesquero y el interrogante sobre un fantasma en Tribunales plantearon, desde el inicio, el tratamiento de la noticia como un relato sobrenatural. La palabra misterio, presente en la tapa del 22/8/02, resaltada por la tipografía y la topografía, parece marcar el camino que seguirá la información que versa, como si no quedara claro, sobre fantasmas.

La isotopía es un concepto que permite encontrar reiteraciones de elementos de igual significación en un marco determinado. La isotopía brinda coherencia a un texto y permite una lectura coherente y en un mismo sentido de los significados del discurso (Rolón y Saint-André, 1998). Aquí, la coherencia estaba planteada en términos de «misterio»; misteriosa era la desaparición del buque y misteriosos eran los relatos de fantasmas. La propia utilización del término «fantasma» remite a la «aparición, con forma de ser real, de algo imaginado, o bien aparición de un ser inmaterial como el alma de un difunto»9. Por lo tanto, el medio deja pocas dudas sobre la naturaleza de la información que se brinda.

Diacrónicamente, el tópico se fue diluyendo a través de una semana -en cuatro entregas-, hasta desaparecer por completo de la agenda del medio. En las primeras ocasiones se publicó en primera plana y en las dos últimas, en páginas interiores. La idea de un folletín de misterio se vio reforzada cuando el diario cerró una nota con la expresión «Hay más testimonios similares que, en voz baja, vienen escuchándose desde hace un tiempo y sobre los que en próximas ediciones nos referiremos» (Crónica, 23/8/02:27). De esta manera, el periodista10 deja planteado un interrogante más, que será develado en próximas entregas. Si se quiere saber cómo termina la historia, se deben comprar las próximas ediciones del diario. Fermín Fevre (1974) explica que el nacimiento de la literatura policial se da, entre otros factores contextuales, con el auge de la novela folletinesca y que el suceso extraordinario era, para ella, tema novelesco esencial. En el caso del fantasma del Pancho Martínez se dan estos tres elementos constituyentes: la literatura por entregas del folletín, el género policial con Martínez y el suceso extraordinario con el fantasma. Es decir, una mezcla sui géneris de literatura, delito, fenómenos paranormales11 y periodismo.

Ahora bien, las fuentes nunca fueron identificadas. Ni los empleados de limpieza, ni los empleados judiciales, ni los magistrados, ni los policías, ni las abogadas. Las informaciones se basaron en «una mujer policía que pidió reserva de su nombre» (Crónica, 23/8/02:27), «tres empleadas del sector limpieza», «otra empleada de limpieza», «los dichos de empleados judiciales» (Crónica, 22/8/02:23), «una prestigiosa profesional», un importante magistrado judicial» (Crónica, 25/8/02:11)… El habla de estos testigos pareciera que fuera modificada al pasar de fuente empírica a fuente textual12, endilgándole vocablos o giros que no parecieran acordes a quien los emite. Así, una empleada de limpieza dijo: «Yo también tuve la percepción de haber visto a un hombre de sobretodo…» (Crónica, 22/8/92:23).

La vaguedad en la cita de fuentes y las imprecisiones atentan contra un adecuado trabajo periodístico (Colombo, 1997). Es que, como explican Lucrecia Escudero (1997 y 1996) y Teun van Dijk (1996), la identificación de fuentes y la precisión en el relato son las bases para la credibilidad del mensaje periodístico. «La retórica del discurso periodístico sugiere forzosamente veracidad mediante la exactitud implícita de las cifras precisas. Esta es una de las razones de que en el discurso periodístico abunden tantas indicaciones numéricas de diferentes tipos» (Van Dijk, 1996:130).

Las fuentes expertas que podrían arrojar luz sobre el tema, fueron tratadas de manera disímil. La estrategia discursiva tendió, por un lado, a legitimar los testimonios que abrían la posibilidad a la existencia de fantasmas -detallándolos y dándoles más espacio- y, por otro, a mitigar la fuerza de quienes los refutaban -generalizándolos y minimizando sus espacios: «algunos científicos opinan […]» (Crónica, 27/08/02:17)-. También se apeló a ensalzar las fuentes sin identificar que avalaban la historia de fantasmas: una prestigiosa profesional, un importante magistrado, el propio jefe de policía de la provincia y un colega periodista de larga trayectoria.

Los acontecimientos extraordinarios relatados, como ascensores que suben y bajan sin ser llamados o roturas de vidrios en comisarías, nunca fueron aclarados. Tampoco se buscaron testimonios que dieran otras versiones o que explicaran, v.gr. un mal funcionamiento de los elevadores. La utilización de verbos en potencial ayudó -y protegió legalmente- al medio en su discurrir.

Por lo tanto, el discurso sobre el «fantasma» descansa en rumores sin confirmar, sucesos hueros de investigación, fuentes sin identificar y en testimonios de expertos en ciencias paranormales y ausencia de cientistas sociales.

Este discurso de Crónica fue mutando de la duda a la certeza, gracias a las apuntadas particularidades de su relato y a la metamorfosis en sus titulares.. En la tapa del primer día se pregunta «¿Un fantasma en el edificio en Tribunales?», en páginas interiores: «Creen que un fantasma…» y «¿Qué son en realidad los fantasmas?; en la tapa del segundo día plantea «Sugestión y psicosis»; al tercer día el título de las páginas interiores reza: «Creer o reventar…» y, finalmente, el último día el título de la información es la afirmación de la Escuela Espirita (sic) de Guaraya (Brasil): «Este espíritu aparece porque quiere ayudar a alguien querido…». Las dubitaciones del medio en el primer día se transforman en certeza en su última información que, incluso, advierte que puede haber manifestaciones mayores, más fuertes o graves (Crónica, 27/8/02:17). Este aviso de peligrosidad va acompañado, en la página del diario, de otra noticia de género policial: «Balearon casa de un policía en el barrio San Martín» (según la información, no se supo quiénes fueron). Y justamente el pretendido fantasma sería el alma en pena de un delincuente abatido por la policía.

Si de algo se ufanó el medio durante la serie del «fantasma del Pancho Martínez», no fue de la veracidad de su información, pero sí de la primicia y la generación de comentarios. Dijo Crónica el 23 de agosto de 2002 en su página 27: «[…] Lo cierto es que a raíz de la publicación exclusiva de este diario, se comunicaron con el cronista, empleados policiales […]«; «[…] el tema que parecía una ‘vox populi’ de entrecasa [salió] a la luz a través de Crónica«. Estas expresiones, junto a otras de carácter similar, dejan entrever la importancia que el diario se brinda por ser los primeros y únicos en tratar el asunto.

La usina de comentarios no le fue en zaga a la primicia en cuanto a su trascendencia. Ejemplos son: «[la información] provocó un sinnúmero de comentarios en dicho edificio» (Crónica, 23/8/02:27); [las publicaciones de este medio] motivaron variados comentarios en todos los sectores de la sociedad regional […] comentarios sarcásticos, cuando no soeces, aunque para una gran mayoría fue tema de conversación en las sobremesas, en charlas con taxistas y remiseros, en oficinas, restaurantes y, como no podía se de otra manera, en los juzgados y comisarías […] el tema está inserto en la ciudad […]» (Crónica, 27/8/02:11).

Para Lorenzo Gomis (1991) el hecho que es más noticia que otro es el que tendrá más repercusiones. Lo que es más noticia provoca más comentarios. Gomis cree que la prensa sensacionalista valora principalmente la perspectiva de comentarios. Las ventas del medio dependen más de la expectativa de comentarios de una información, que de sus consecuencias en acciones sociales concretas. Héctor Borrat13 define este proceso -generar comentarios- como de «interés periodístico», en contraposición con «importancia histórica», es decir, la capacidad de provocar hechos nuevos y trascendentes para la vida pública. Crónica parece haber actuado de acuerdo al primer proceso. Buscó generar comentarios con noticias de escasa importancia para lograr más ventas. Aunque esto no es posible afirmarlo. Tal vez sólo se trató de narrar una información inventada, un no-acontecimiento (de Fontcuberta, 1995; Colombo, 1996) en tiempos de escasez de noticias.

Si bien Crónica no puede ser enmarcado en su presente como un medio sensacionalista, el tratamiento dado al «fantasma del Pancho Martínez», lo acerca a ese modelo. No se verificó el rumor, no se investigó, no se cotejaron los testimonios, no se buscó otros puntos de vista, no se pretendió brindar otras explicaciones de los supuestos fenómenos paranormales -ascensores, vidrios rotos- y no se ofreció la palabra de expertos en ciencias «normales». Sí se dio cabida a fuentes imprecisas -cotizándolas en demasía-, fuentes inidentificadas, fuentes expertas en ciencias «paranormales» -topográficamente relevantes-, el discurso fue pletórico de dubitaciones, verbos en potencial -para no afirmar o guarecerse legalmente- y se jugó, tanto en la tapa del primer día como en la última información del último día, con las isotopías de la página para realzar la historia de fantasmas. Luego, sin preaviso, el tópico desaparece de la agenda del medio. De este modo, si no hay desmentidas, la noticia inventada puede convertirse en una leyenda metropolitana (Colombo, 1997).

La leyenda urbana del Pancho Martínez

A modo de propedéutica cabe desarrollar dos cuestiones en torno a la serie periodística del «fantasma del Pancho Martínez». Una tiene que ver con el personaje en sí y otra es relativa a un antecedente de Crónica en cuanto a materias sobrenaturales.

Francisco Jesús Martínez, alias Pancho, fue un inveterado conocido de la policía y la justicia comodorense. Se dedicaba a estafas varias, hurtos y robos que no representaban mayor violencia para los damnificados. Sus vinculaciones políticas lo llevaron a trabajar en la obra social de los empleados estatales de la provincia del Chubut (SEROS) y a estar llamativamente libre pese a su grávido prontuario. En este sentido no puede soslayarse su trabajo como puntero político en los barrios alejados del centro de Comodoro Rivadavia. Precisamente, después de su muerte, se conocieron algunos testimonios que los sindicaban como una especie de Robin Hood vernáculo, que compartía con el barrio los botines logrados en sus andanzas. Su muerte fue producto del asalto con toma de rehenes a una distribuidora de alimentos -«La Salteña»- el 31 de diciembre de 2001. El grupo especial de la policía provincial -GEOP- entró a sangre y fuego para rescatar a los rehenes y lo mató junto a uno de sus cómplices, Rubén Chandía Tapia, e hirió al otro, Fabrizio de Vigili. Sus conocidos dicen que el que enloqueció en el robo fue Chandía Tapia y que él no quería que todo terminara a los tiros. Los testigos del acontecimiento -inédito en la ciudad- dan cuenta de la familiaridad del trato de Martínez con el Juez de Instrucción No.2, Oscar Herrera, a cargo del operativo. Eran viejos conocidos.

Crónica cuenta con un antecedente notable en esto de historias de fantasmas: «la rubia del cementerio». La tapa del diario del 4 de agosto de 1973 rezaba: «El extraño caso de una aparecida. Por las noches aborda los automóviles y luego se hace llevar al cementerio. Dice ‘vivir’ en una tumba que data de 1933». También en tapa se publica un adelanto de la historia de una «esbelta muchacha rubia que aparecía de noche» y que uno de los que interactuó con ella «se encuentra ahora con una grave afección psíquica». El título de este copete: «Profundo misterio». Finalmente, el 9 de agosto de 1973, Crónica titula en tapa: «¡Cayó la rubia del cementerio!. La muerta estaba bien viva. Era una mujer que había llegado de Sarmiento. Vivía en Bo. Oeste». Sarmiento es una localidad a 160 km al oeste de Comodoro y el diario dice que la mujer cayó en la trampa de un remisero y que sus vecinas dijeron que «no hacía mal a nadie». En el medio, varias informaciones relataban las andanzas de la rubia. El final de la «rubia del cementerio» fue distinto al del «fantasma del Pancho Martínez». En 1973 la historia se desmintió y el fantasma resultó una mujer de carne y hueso -aunque no quedó claro cómo los testigos y el medio pudieron confundirse tanto-. En 2002, el relato sobre fantasmas dejó de aparecer en el diario, pero no fue impugnado.

Lo llamativo en la comparación, más allá de los fantasmas, es la construcción de las primeras planas en ambas oportunidades. En el caso de la «rubia del cementerio» de 1973, el titular predominante era «El extraño caso de una aparecida. Profundo misterio» y, a pie de página se informaba sobre un «Naufragio sin víctimas en el Estrecho de Magallanes». Durante el mismo mes -agosto-, casi treinta años después -en 2002-, el dueto se repitió. Se construyó una isotopía con base en el misterio y las apariciones enigmáticas, y con la noticia principal de un buque hundido en alta mar: «Misterio: no hallan al buque Don Víctor». El titular del»fantasma del Pancho Martínez» decía, en un espacio reducido contra el margen derecho de la hoja: «¿Un fantasma en tribunales». Ambas series ocuparon seis días: del 22 al 27 de agosto de 2002, la segunda y del 4 al 9 de agosto de 1973, la primera. En el comienzo del análisis de la cobertura periodística del último caso, se decía que Crónica era hoy un diario más popular que sensacionalista, etiqueta que se había ganado años antes gracias a coberturas como las de la «rubia…». El cambio estilístico del medio puede explicar la inversión en la jerarquía otorgada a los tópicos que se repiten en los dos casos. En 1973, los fantasmas ocuparon la mayor parte de la primera plana, con dos fotografías alusivas, y un buque hundido merecía una mención pequeña sin ilustración. En 2002, el naufragio de un buque predomina en tapa con una gran fotografía y los fantasmas reciben un lugar reducido en un costado de la hoja, sin ilustración.

En cuanto al caso del «fantasma del Pancho Martínez» en sí, cabe caracterizarlo como una leyenda urbana al estar a los rasgos enumerados en él.

Según Halperín (2000b), las leyendas urbanas son informaciones que circulan entre la gente para ser creídas; Crónica difunde los testimonios de la gente y advierte «Creer o reventar» (27/8/02:11). Para Colombo (1997) las leyendas metropolitanas son narraciones de hechos sin fuentes pero ricas en detalles; Crónica presenta los testimonios sin identificarlos y alardea sobre «La información con lujos de detalles sobre la supuesta aparición […]» (23/8/02:27).

Linda Dégh (1999) le atribuye tres características a la leyenda urbana: es importante para la persona, está rodeada de incertidumbre y es polémica. El primer atributo no puede ser aquí afirmado, pero sí los dos restantes. La narración periodística sobre el «fantasma del Pancho Martínez» estuvo ahíta de dubitaciones e imprecisiones que la tornaban poco creíble; en cuanto a la polémica, el propio medio dio cabida a los testigos que dijeron haberlo visto y a las voces que se burlaron del relato (aunque su tratamiento fue disímil para cada grupo: uno detallado y el otro somero).

Dégh amplía sus conceptos y señala la presencia de testigos, el relato en primera persona -que puede pasar a la tercera-, la información dubitativa y el contenido emocional del discurso. Los testigos son trabajados por Crónica sin reconocerlos, pero sus dichos en primera persona son rescatados y expuestos públicamente, con una visible carga emocional: «[…] vimos una figura vestida de negro […] jamás en mi vida me llevé un susto tan grande […] mi amiga tampoco sale de sus asombro… teníamos que contárselo a alguien» ( 25/8/2002:11).

El papel del medio, en este caso el diario Crónica de Comodoro Rivadavia, es fundamental para la difusión de la leyenda. Los folkloristas se enteran del nacimiento de una nueva si son afortunados y un periodista los llama para consultarlos (Dégh, 1999); pero con el «fantasma del Pancho Martínez no fue así. El periodista prefirió consultar a otro tipo de expertos que, en definitiva, avalaran el relato. El estilo del medio, resabio de lo narrado tres décadas atrás, viabilizó la difusión pública de la historia de fantasmas. El diario, en vez de iluminar las zonas umbrías de la leyenda, las oscureció aún más. De este modo, la sociedad urbana contemporánea y sus medios de comunicación, lejos de aventar las creencias populares, les encontró nuevas formas expresivas con ingente velocidad de propagación.

Restaría saber ahora por qué nació y circuló en Comodoro Rivadavia la leyenda urbana del «fantasma del Pancho Martínez». La elucidación de su falacia cabría arrogársela a los medios, que debieran investigar y brindar a sus lectores los elementos ciertos que verifiquen o ratifiquen el rumor circulante. Sin embargo, aquí no terminar el análisis. Podrá afirmarse que el fantasma no existió, pero de este modo no puede saberse por qué nació, se divulgó y se consumió su relato.

Tentativas de explicación

Las narraciones sobre el «fantasma del Pancho Martínez» se inscriben dentro de los relatos referidos a «seres y fuerzas sobrenaturales cuyos poderes actúan en tanto se crea en ellos […] este grupo está constituido por los relatos para los que puede usarse la denominación leyenda de creencia […], puesto que la creencia constituye el núcleo y la razón de ser de la narración14» (Chertudi, 1991:172).

El por qué se cree puede estar relacionado en la necesidad de acentuar los conocimientos sobre el mundo con métodos informales cuando los métodos oficiales no la satisfacen. En el caso, la ciencia no despejó dudas, en principio, porque no fue consultada. Esto ya fue analizado cuando se hizo referencia al tratamiento periodístico del «fantasma del Pancho Martínez». Cabe especular qué habría sucedido si se hubiese recurrido a sociólogos, antropológos, folkloristas, psicólogos, comunicólogos, físicos, técnicos en ascensores,… Se podrían haber despejado algunas dudas, pero otras, a falta de huellas o testimonios identificados, habrían continuado en la penumbra de la incertidumbre.

Las dubitaciones continuarían si, como en la circunstancia, el «fantasma» viene a reforzar los pensamientos generalizados de la gente en los tópicos involucrados: crisis económica y social y desprestigio de la justicia. La leyenda urbana no es importante por la veracidad de los acontecimientos narrados, sino por la verdad que el relato vehiculiza simbólicamente.

Fines de 2001 fue un tiempo de crisis para el modelo neoliberal que dominó la vida argentina durante la década del noventa. Ocioso sería desarrollar aquí las consecuencias negativas que repercutieron en la sociedad durante esos años. Solo se mencionaran algunos aspectos para caracterizar la época en que nació la leyenda urbana del «fantasma del Pancho Martínez»: aumento de la desocupación, de la pauperización, inicua distribución de la riqueza, movilidad social descendente, privatizaciones de servicios públicos, encarecimiento de esos servicios, inseguridad en todos los órdenes de la vida cotidiana (no solo el delictivo), descreimiento en la clase dirigente, sopecha de las instituciones, criminalización de la pobreza y la protesta social, caída del gobierno constitucional por los reclamos populares… (García Delgado, 2001; Filmus, 1999; Minujín et al, 1995; Villarreal, 1996, Pegoraro, 1997 y García, 2002).

Si, como dice Florio (1999), las leyendas nacen -aunque no siempre- cuando un grupo social se ve enfrentado a una situación emocional de ansiedad, diciembre de 2001 fue un momento propicio para el parto. La gente no sabía bien qué iba a pasar con el país y con su propio destino. La inestabilidad económica era ingente. Muchas familias perdieron los ahorros de sus vidas y sus trabajos. Los poderes del Estado no daban respuestas a las necesidades de la sociedad. Los excluidos sentían que la única relación con la sociedad era a través de la policía y sus actividades represivas.

En este contexto se desenvolvió Francisco Pancho Martínez. Asiduo protagonista de páginas policiales y conocido por demás en ámbitos judiciales. Al decir de su familia, Martínez era considerado una especie de «Robin Hood» en su barrio. Vivía en una casa de puertas abiertas para quien necesitara algún tipo de ayuda, dinero o comida.

Un asalto a mano armada con toma de rehenes fue la génesis de la leyenda. Allí, el bandido popular se enfrentó a la policía, y murió en tiempos de fiestas findeañeras. Ocho meses después nació la leyenda urbana.

El relato sobrenatural parece indicar los miedos latentes de un grupo social y los valores que pueden predominar en él. El imaginario colectivo podría insinuar un descreimiento en la policía y en la justicia. Descreimiento personalizado en Francisco Martínez que se enfrentó a las fuerzas que sojuzgan a parte de la sociedad. La justicia sólo atrapa «ladrones de gallinas» y los grandes ladrones continúan en libertad es un dicho popular que se repite cada vez con mayor frecuencia. La policía de gatillo fácil y cachiporra ágil sólo reprime a los pobres. El Estado empobrece y contiene por la fuerza a los díscolos. Pero esto parecería que no siempre sería igual.

Martínez volvió de la muerte para ajustar cuentas con quienes lo mataron. Los tribunales y las comisarían recibieron su visita anunciando una posible venganza, como informa el diario Crónica. Él, Francisco Jesús Pancho Martínez, es quien castiga a policías y jueces, llevando su venganza personal a límites colectivos. El castigo simbólico mencionado por Halperín (2000b) entra en juego junto con el control social. Este podría responder a dos motivaciones. Por un lado la narración estaría recordando a alguien que delinquió y murió fuera de la ley; ergo, no hay que caer en el delito. Por otro lado, ya en sintonía con el castigo simbólico, el control social estaría dirigido a policías y jueces para que no continúen en su alianza contra los sectores pauperizados de la sociedad. Esta forma de pensar podría traer una suerte de alivio a una tensión social representada por la angustiosa situación social. Si los que tienen que ayudarnos -el Estado, la policía o los jueces- no lo hacen, ¿quién podrá hacerlo o quién le podría poner fin a la injusticia? Al encontrar una respuesta a este interrogante, aunque se trate de una respuesta sobrenatural, podría generar una válvula de escape a la comprimida y aflictiva vida cotidiana.

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NOTAS:

1 Otro ejemplo: el relato dice que una joven quería verse tostada y se sometió a sesiones de cama solar más duraderas que lo recomendable. Pues bien, terminó muriendo porque se cocinó por dentro. El canal de cable Discovery, en su programa Mythbusters del 19/07/04 (12 hora argentina), realizó varias experiencias para corroborar o refutar esta idea. Llegó a la conclusión de que era imposible que sucediera así. Ni siquiera en un horno de microondas la carne se cuece de adentro hacia fuera.

 

2 Una descripción detallada de estos relatos se encuentra en Jorge Halperín (2000): Mentiras verdaderas. Buenos Aires, Atlántida.

3 Becky Villegas (2001) en su trabajo «Leyendas ciberurbanas: un nuevo medio, las mismas viejas historias» expone que los relatos son los mismos de siempre, sólo que cambiaron un poco para adaptarse a los tiempos y a las nuevas manera de difusión. Villegas narra la publicación en Internet de la carta de una muchacha que dice fue infectada de SIDA en un bar, al ser pinchada al azar por un agresor. También se cuenta su refutación en detalle, apelando al sentido común y al humor. En Comodoro Rivadavia también circuló esta leyenda. Se decía que en un conocido lugar bailable alguien andaba inyectando a los concurrentes con sangre contaminada de SIDA. El rumor sólo se aplacó cuando los medios publicaron una entrevista con un conocido médico infectólogo que desmintió que esa acción fuera posible.

4 Un detalle de las posturas internalistas y externalistas para explicar una actividad cultural, puede encontrarse en Bourdieu (1997).

5 Para ampliar los criterios de noticiabilidad ver: Stella Martini: Periodismo, noticia y noticiabilidad. Ed. Norma, Buenos Aires, 2000; Teun van Dijk (1996): La noticia como discurso. Comprensión, estructura y producción de la información. Ed. Paidós, Barcelona y Manuel Piedrahita (1993): Periodismo moderno. Historia, perspectivas y tendencias hacia el año 2000. Madrid, Paraninfo.

6 Por su parte, las noticias erróneas están construidas con datos que parecen verdaderos y después resultan falsos y se da a conocer tal circunstancia (el error es involuntario en el periodista); y las noticias basadas en una especulación son elaboradas sobre hipótesis no comprobadas o rumores no confirmados (De Fontcuberta, 1995).

7 Para extenderse sobre los cambios en los conceptos de información y comunicación en el periodismo, ver Ignacio Ramonet (2001): «Comunicación contra información» [en línea], en Sala de prensa, www.saladeprensa.org, No. 30, abril de 2001 [fecha de consulta:7/5/01] y Jean-Paul Fitoussi (2003): «Un mal regreso de las ideologías», en Clarín, 23/04/2003.

8 Al decir superficiales no se está haciendo referencia a una nimia actividad periodística de investigación de la leyenda, sino que se dedica a lo manifiesto del relato, lo que es más visible y explícito en el texto.

9 Diccionario El pequeño Larousse ilustrado, 1996, pág. 442.

10 Las notas no son firmadas, por lo que se hablará indistintamente de medio o periodista, recordando el concepto de «campo periodístico» en los términos que lo formulara Pierre Bourdieu para las ciencias (Pierre Bourdieu, op.cit.).

11 En el mundo policial, Martínez era conocido como Pancho Martínez o como Francisco Pancho Martínez; pero, en esta sucesión de noticias, Crónica lo nombra como Francisco Jesús Pancho Martínez, agregándole un aditamento misterioso más al acontecimiento.

12 Fuentes empíricas son los coprotagonistas de la labor periodística, en su devenir cotidiano; la fuente textual es ese testimonio bajado a la página impresa, con las consabidas modificaciones impuestas por la rutina productiva (Escudero, 1997 y 1996).

13 En cita de Gomis (1991), Héctor Borrat (1988): El periódico como actor político. Propuestas para el análisis del periódico independiente de información general, Tesis de doctorado, Universidad autónoma de Barcelona.

14 El otro grupo está constituido por las narraciones que dan cuenta de un suceso verdadero, acaecido una sola vez en un tiempo pasado; pueden ser relatos sagrados o profanos, se pueden ubicar temporal y espacialmente: leyendas históricas e histórico-culturales, religiosas y etiológicas (Chertudi, 1991).

Publicado en Narrativas. Revista patagónica de periodismo y comunicación, nro. 2, Octubre / Diciembre de 2004.