Precariedad, liquidez y exhibicionismo

El periodismo a la deriva

La modernidad líquida impactó en las rutinas periodísticas y en su discurso. Lo importante dejó paso a lo interesante y las interpretaciones abarcadoras, a la anécdota trivial. La utilidad de la información poco vale; como una profecía se cumplió el viejo refrán: “una imagen vale más que mil palabras”.

Adrián E. Duplatt
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El espectáculo

Hace algunos años, más precisamente en 2003, el periodista Juan Pablo Varsky comenzaba un nuevo programa en Canal 13: “Leyendas del Deporte”. En una entrevista publicada en el diario Página/12, Varsky señalaba cuáles iban a ser las pautas del programa que conduciría. Los contenidos no estarían exentos de la emoción, pero no se dejaría de lado el rigor periodístico. Se iba a dedicar a interpretar los hechos, no a generarlos. Debían estar presentes el análisis y la reflexión, y ausente la controversia baladí. También remarcó que no se desvivía por las primicias. Es decir, un programa periodístico y no un programa de espectáculos.

La distinción no es un dato menor en el campo periodístico, donde parece ser que el infoentretenimiento es el Norte que guía la mayor parte de los trabajos. Si la “noticia” rezuma emoción y lágrimas a raudales, si genera polémicas, aún forzadas, mejor; con una buena imagen alcanza para entender el acontecimiento. Las palabras que explican e interpretan se tornaron aburridas; la cita de fuentes, innecesaria; los contextos, fastidiosos. Si el cronista es amigo y camarada del entrevistado es signo de capacidad periodística. Los cánones de la profesión se volvieron lábiles. Como lo explica Mario Vargas Llosa,

En algún momento, en la segunda mitad del siglo XX, el periodismo de las sociedades abiertas de Occidente empezó a relegar discretamente a un segundo plano las que habían sido sus funciones principales –informar, opinar y criticar– para privilegiar otra que hasta entonces había sido secundaria: divertir. Nadie lo planeó y ningún órgano de prensa imaginó que esta sutil alteración de las prioridades del periodismo entrañaría cambios tan profundos en todo el ámbito cultural y ético. Lo que ocurría en el mundo de la información era reflejo de un proceso que abarcaba casi todos los aspectos de la vida social. La civilización del espectáculo había nacido y estaba allí para quedarse y revolucionar hasta la médula instituciones y costumbres de las sociedades libres (Vargas Llosa, 2007).

Aunque existan más que honrosas excepciones, el actual horizonte de medios y periodistas hace que se hable de periodismo líquido, parafraseando a Zygmunt Bauman y su libro “Modernidad líquida” (2002). Algunos que así lo hacen son los periodistas Miguel Wiñazki –Clarín– y Martín Becerra –Página/12-. Para entender mejor la idea es necesario recordar primero el texto de Bauman.

La modernidad líquida

Zygmunt Bauman (2002) trabaja conceptos como emancipación, individualización, espacio/tiempo, trabajo y comunidad en las sociedades occidentales. A partir de ellos caracteriza el desarrollo de una modernidad sólida con un capitalismo industrial floreciente, un estado-nación indiscutido, partidos políticos fuertes, al igual que los sindicatos, familias patriarcales, con la educación como herramienta de progreso…

Pero, en la actualidad, Bauman ve que las relaciones sociales son fluidas e inestables. El capitalismo global es desregulado, flexible, liberalizado, privado… el eslogan de la época es, para Bauman, “hágalo usted mismo”. La solidez de la modernidad se ha perdido. Todo es maleable e individual.

Se le exige a los individuos soluciones biográficas a contradicciones sistémicas. Los vínculos de mutua responsabilidad se rompen y el individuo se desatiende de la comunidad. Se privatizan problemas públicos y los problemas privados emergen en el espacio público. Todo esto lleva a una crisis de lo político y comunitario, a un triunfo de la privacidad.

Este escenario profundiza el sentimiento de inseguridad y nacen las identidades asesinas (Amín Maalouf, 1999). Por pertenencia a una identidad, por intereses de poder y por miedo se llega a la violencia. Se busca seguridad en comunidades cerradas y excluyentes, v.gr., barrios cerrados y ghetos. El otro es un enemigo.

Estas características de la modernidad líquida reflejan un círculo vicioso que no parece tener fin entre el mercado neoliberal y la violencia neocomunitaria.

Aún así, Bauman, retomando el pensamiento de Hannah Arendt, vio una salida a este umbrío paisaje. Dice que es necesario llegar a una concepción republicana y cosmopolita de la política, que el espacio público debe servir para la deliberación y el acuerdo y que es necesario recordar que la libertad no es dada naturalmente, sino que es una construcción política entre todos los ciudadanos y para todos los ciudadanos.

En dicha construcción, el periodismo debería ser un ladrillo imprescindible para generar la opinión pública crítica y racional que espera Jürgen Habermas en una sociedad democrática. Pero la prensa -especialmente la televisiva- no parece estar en sintonía con estas ideas. El periodismo, lejos de ser sólido como el ladrillo, se convirtió en una práctica lábil y fluida.

El periodismo líquido

Miguel Wiñazki (2005) dice que los fluidos se desplazan con facilidad: fluyen, se derraman, desbordan, salpican, se vierten, filtran, gotean, rocían, inundan, chorrean, manan, exudan… Por ser leves se mueven libremente. En cambio, lo sólido se detiene sencillamente.

Los flujos noticiosos comparten iguales características y similares efectos que los líquidos. La misma velocidad que llevan hace desvanecer la consistencia de los hechos, que se vuelven pasajeros y efímeros. Lo volátil conmociona si es espectáculo, si no, no.

Los flujos informativos se desarrollan en la superficie de los acontecimientos, no en la sustancia de la comunicación. Por ello –afirma Wiñazki, citando a Dominique Wolton-, los desafíos geopolíticos de la comunicación son pasar de la ideología de los sistemas de información a la problemática de la comunicación.

Para Wolton el problema principal no es la producción y difusión de todo tipo de informaciones, sino que las industrias culturales administran las visiones de mundo. La información es una estructura esencial de las industrias culturales. Desde una perspectiva cultural, su dinámica fluida ya no es leve: informar es difundir una visión del mundo.

Wiñazki explica que esa visión -y/o dicción- está determinada por una lengua y una antilengua. Esta última fue definida por Italo Calvino como “terror semántico”, la huida de toda palabra que tenga un significado por sí misma; no se muestra familiaridad o interés sobre lo que se habla; no hay contacto con la vida. Por ejemplo, Calvino describió, en un árticulo publicado en 1963 en «Il Giorno» , la antilengua: ese italiano surreal que ha contagiado al lenguaje cotidiano:

El comisario está delante de la máquina de escribir. El interrogado, sentado enfrente, responde a las preguntas:

«Esta mañana temprano fui al sótano a encender la estufa…»

Impasible , el comisario escribe en su máquina de escribir su fiel transcripción:

«El abajo firmante habiéndose dirigido en las primeras horas matutinas al local de la cantina para proceder al encendido de la instalación térmica…».

La pauperización del lenguaje conlleva una lengua autoritaria. Theodor W. Adorno creía que cuando se habla mal, se piensa mal. Se llega, así, al paradigma del pensamiento tipo ticket, al imperio del slogan, del panfleto hueco y del consignismo totalitario (una posible consecuencia de la antilengua).

El cénit de la antilengua es el periodismo sin periodistas. El oficio a cargo de robots no es una utopía. En la Universidad Northwestern se ideó un sistema con una red de computadoras que podían redactar artículos informativos. El sistema, llamado Stats Monkey, funciona con una persona que le indica qué tema debe cubrir. Una vez activado, v.gr., para tratar un partido de fútbol, el sistema comienza por cargar las tablas numeradas que publican los sitios de Internet sobre el deporte y luego recoge la información en crudo:

tantos, acciones individuales de los jugadores, estrategias colectivas e incidentes, entre otras. Procede luego a clasificar toda esta masa de informaciones y a reconstruir el desarrollo del partido. Extrae su vocabulario de una base de datos que incluye una lista con frases, expresiones habituales, figuras retóricas y palabras usadas con frecuencia por los periodistas deportivos. Redacta luego un artículo, sin errores gramaticales ni de ortografía. Es capaz de redactar varias versiones o de armar dos notas con el punto de vista del equipo victorioso y del vencido. Puede buscar en Internet fotos de los principales jugadores. Y todo eso en dos segundos, por cronómetro (Simonetti, 2010).

El camino antagónico de la palabra yerma guía al periodista a vincularse con el mundo. Dice Wiñazki, en la lengua existe relación con la vida: es comunicación.

El periodista puede escribir en una lengua -ser humano relacionado con el mundo- o en una antilengua -artículos huecos, escritos como autómatas-. Esta elección -concluye Wiñazki- define la visión de mundo de periodistas y lectores. Y la opción es más determinante si quienes la empalabran son periodistas mendigos.

El periodista mendigo

Martín Becerra (2009) retoma la idea de periodismo líquido de Wiñazki y afirma que la sociedad de consumo late al ritmo de una modernidad líquida ya caracterizada por Bauman. Los ideales y valores son fluidos vitales e inestables. Además, la impronta más evidente es la sobreinformación.

El exceso de información y sus consecuencias negativas para la sociedad ya fueron tratadas, v.gr., por Ignacio Ramonet (2001), Miquel R. Alsina (1989) y Herbert I. Schiller (1974). Ramonet habla directamente de censura y Schiller enfatiza que

la información es dada de forma fragmentada, por lo que se produce una visión focalizada de la realidad. Además, la enorme cantidad de información que recibe un ciudadano, colocando asuntos de gran trascendencia social con otros triviales, produce una trivialización de los contenidos que son significativos. No se llega a discernir cuál es la información más significativa, ya que esta información queda camuflada en la sobrecarga de la información (Alsina, 1989:155).

Aún con estos deméritos, el sistema de medios con su producción y circulación de información interactuando con el consumo de los ciudadanos define la identidad de estos, como antaño lo hacía el sistema escolar en una modernidad sólida.

Becerra explica que el dispositivo emblemático de esta acción es el periodismo. La modernidad líquida se nutre del periodismo líquido (como lo definió Wiñazki). Sin embargo, aquí existe una contradicción. Por un lado, los medios son megacorporaciones, hiperconcentrados y con un poder que desconoce fronteras. Ellos deciden quiénes tiene acceso a la palabra pública y quiénes están vedados a ella. Esto es solidez, no liquidez.

Pero esa solidez económica se complementa con una práctica periodística vaporosa. La prensa se volvió flexible, efímera, líquida y, por ende, menos sólida y menos metódica en sus objetivos, estilos, gramáticas, rutinas y convicciones. La ductilidad se volvió, asimismo, condescendencia con los dueños de las empresa periodísticas.

Los medios, como empresas que son, economizan recursos. Las personas y el tiempo se reducen al mínimo y se exprimen al máximo. La investigación y los análisis de los acontecimientos son cada vez más pobres. Becerra afirma que la comprensión y la explicación fueron reemplazadas por la instantaneidad irreflexiva. El periodismo líquido es, por definición, antiintelectual. Abusa de las opiniones, cuanto más vicerales, mejor.

De ese periodismo líquido nació un personaje típico de los tiempos actuales: el periodista mendigo.

El periodista mendigo limosnea las entrevistas, las notas o las declaraciones. No importa que sean breves o anodinas. No interroga, sino que da el pie para que el entrevistado diga lo que más le conviene. Tampoco repregunta ni incomoda a su interlocutor. Elogia si se trata de un amigo y condena en juicio sumario si no le conceden la palabra (obviamente, sin derecho a réplica).

Los criterios de noticiabilidad son el espectáculo y la intimidad. Becerra dice que se reduce la noticia al ámbito de lo espectacular y para sostener la espectacularidad se recurre a la intimidad, al fisgoneo y la develación de lo íntimo (muchas veces en complicidad con la fuente).

La liquidez no es patrimonio de la sección deportes o espectáculos. Las zonas duras del medio -economía y política- también son proclives a la fluidez. De igual modo, la televisión y la radio no tienen la exclusividad del periodismo líquido; la prensa escrita no escapa a sus cantos de sirena. “No se trata de un problema individual: es un síntoma de época”, afirma Becerra (2009).

El periodismo líquido es puro presente. El periodista mendigo, entonces, prescinde de la memoria y del archivo. Solo hace referencia a lo inmediato. La única excepción, explica Becerra, es la vida íntima o familiar del entrevistado. Conoce al detalle los nombres de sus parientes y mascotas. Las anécdotas surgen cómodamente y el periodista termina siendo amigo de su interlocutor. Esa es su mayor ambición.

Así como el periodista mendigo no exige coherencia en las respuestas del entrevistado -por desconocimiento del pasado o para no irritarlo-, tampoco respeta él mismo la lógica entre precedente y consecuente. Como explica Becerra, cambia con facilidad de postura, ídolos y camiseta.

En el periodismo líquido el anecdotario es la herramienta primordial para explicar la realidad que, vista de este modo, es una retahíla de anécdotas inconexas y sin historia.

Esto es contrario a la más fértil tradición periodística. Becerra puntualiza que en el periodismo las anécdotas eran utilizadas para respaldar argumentalmente las historias que se narraban y servían, también, para seducir a los lectores. Nunca fueron la razón de ser de la prensa.

Casos, anécdotas e intimidad

Con respecto al relato de casos, Aníbal Ford (1994:224) considera que “nuestras culturas se caracterizan por la narrativización, por la casuística, y por lo que llamaría procesos de sinecdoquización. Es decir, de la parte por el todo”. El fenómeno -explica- puede provenir de las crisis socioculturales, la pérdida de credibilidad en los grandes relatos y en las instituciones de la modernidad. En este escenario, el caso es válido en los sistemas de información cuando permite explorar una tendencia o algo difícil de generalizar y para “incorporar a la agenda que necesita el ciudadano para informarse, nuevos temas, nuevos problemas sociales, dispositivo que hoy es fundamental en la función periodística” (Ford, 1994:225/226).

Si bien Ford no se refería a las microreferencias (anécdotas), se pueden, mutatis mutandis, extrapolar algunas consecuencias del uso de la casuística en el periodismo.

Por un lado se estarían perdiendo las culturas discursivas y la capacidad de generalización necesarias para ordenar los debates públicos. A esto se le suma que los casos son presentados por periodistas con escaso conocimientos especializado y, por ello, incapaces de conectar el suceso con lo estructural. El lector de la información puede elaborar otras conexiones, pero siempre desde la precariedad.

Además, el culto por el caso es una de las razones “que motivaron la puesta en escena pública de la privacidad… el crecimiento de la casuística… lo que en gran medida abrió las puertas de la privacidad y desdibujó lo público” (Ford, 1994:226).

Son tiempos de «extimidad», un concepto del psicoanalista Jacques Lacan que puede entenderse como lo contrario de intimidad. Paula Sibilia (2008) explica que no hace falta hacer algo extraordinario o ser un profesional con voz autorizada para ganar visibilidad y celebridad, para conquistar el derecho a exponer públicamente la propia voz e imagen. Hoy se supone que toda experiencia es valiosa e interesante en sí; aunque sea banal y se exhiba o narre trivialmente.

Agrega Sibilia que

existe una crisis de la intimidad, la cual, como perteneciente al ámbito privado, ya no se opone al ámbito público, porque pasa a exhibirse. En el siglo XVIII se privilegió el espacio público; fue el siglo del hombre público. Y la privacidad, en ese contexto en el que empieza a configurarse la división entre lo público y lo privado, quedó como el ámbito de la familia y de la mujer. En el siglo XIX hubo una inflación del espacio privado, y el espacio público empezó a ser estigmatizado, temido por engañoso, hipócrita, y el espacio de la intimidad pasó a ser el de la verdad y la autenticidad, donde se podía estar sin máscaras, y era moralmente superior. La moralidad privilegiada era la del hogar, de las relaciones familiares, íntimas. Esa superioridad moral de la intimidad no terminó. El ámbito público está cada vez más estigmatizado, más asfixiado. En las décadas de 1960/70 algo empezó a cambiar de una forma compleja, desdibujando la frontera entre lo privado y lo público. Desde entonces, la intimidad pasó a mostrarse en el espacio público (Martyniuk, 2008).

Esa propensión a lo nimio, pero visible e interesante para algunos, que parece prevalecer en la sociedad, influye en el periodismo y se llega a lo que Furio Colombo llamó “la Disneylandia de las noticias”: una tendencia general que impone espectacularidad en la información y un periodismo sin criterios (Colombo, 1997). La influencia que han tomado los medios de comunicación audiovisuales plantean a los diarios una competencia salvaje. Esto lleva a los periódicos a trivializar y a fragmentar sus contenidos (Jorge Halperín, 2007). Ignacio Ramonet continúa por esos raíles y habla de “información contra comunicación”, explicando de qué manera la imagen mutó muchos conceptos del periodismo, tales como los tiempos, la actualidad, la censura, la veracidad y la idea misma de información (Ramonet, 2001).

El escenario reinante no se generó únicamente por las posibilidades tecnológicas actuales y sus usos sociales. Ya en 1971, Carlos Monsiváis hablaba de un periodismo precario o, mejor dicho, de la existencia precaria de un periodismo crítico, del pequeño número de reporteros cuyo nivel excede el de meros anotadores o consignadores de hechos, del nulo espíritu analítico de la mayoría de las secciones editoriales, del conformismo y la sumisión, de la antiprosa y la antisintaxis, del lugar común y la obviedad, de la censura y la autocensura (Aguilar, 2010).

La precariedad, la liquidez, los periodistas mendigos y la extimidad socavan, en definitiva, los principios rectores de la prensa de calidad: ayudar al ciudadano en su vida cotidiana y prepararlo para la participación pública.

BIBLIOGRAFÍA:

AGUILAR, Miguel Angel (2010): “Periodismo precario”, en El País, 22.6.2010, www.elpais.es

ALSINA, Miquel Rodrigo (1989): La construcción de la noticia. Barcelona. Paidós.

BAUMAN, Zygmunt (2002): Modernidad líquida. Buenos Aires. Fondo de Cultura Económica.

BECERRA, Martín (2009): “Periodismo líquido”, en Página/12, 23 de marzo de 2009. www.pagina12.com.ar

COLOMBO, FURIO (1997): Últimas noticias sobre el periodismo. Barcelona. Anagrama.

FORD, Aníbal (1994): Navegaciones. Comunicación, cultura y crisis. Buenos Aires. Amorrortu.

HALPERÍN, Jorge (2007): Noticias del poder. Buenas y malas artes del periodismo político. Aguilar.

MAALOUF, Amín (1999): Identidades Asesinas. Madrid. Alianza Editorial.

MARTYNIUK, Claudio (2008). “Entrevista a la antropóloga Paula Sibilia: ‘Antes lo íntimo era secreto, ahora se lo hace público en Internet’”, en Clarín, 21.9.2008, www.clarin.com.ar

RAMONET, Ignacio (2001): «Comunicación contra información», en línea, en Sala de Prensa, www.saladeprensa.org, No. 30, abril de 2001.

SCHILLER, Herbert I. (1974): Los manipuladores de cerebros. Buenos Aires. Granica.

SIBILIA, Paula (2008): La intimidad como espectáculo. Buenos Aires. Fondo de Cultura Económica.

SIMONETTI, Silvia S. (traductora) (2010): “Robots: ¿otra amenaza para el oficio periodístico?, en Clarín, 12.3.2010, en www.clarin.com.ar

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WIÑAZKI, Miguel (2005): “El periodismo líquido”, en Clarín, 21 de junio de 2005.