La bofetada

 

Algunas eran traicioneras, como Halgerda la Hermosa. Tres maridos tuvo y causó la muerte de todos. Su último señor fue Gunnar de Lithend, el más valiente y el más pacífico de los hombres. Una vez, ella obró de un modo mezquino, y él le dio una bofetada. Ella no se lo perdonó. Años después, el enemigo sitió su casa. Las puertas estaban cerradas; la casa, silenciosa. Uno de los enemigos trepó hasta el alféizar de una ventana y Gunnar lo atravesó de un lanzazo.
– ¿Está Gunnar en casa? -preguntaron los sitiadores.
– El, no sé, pero está su lanza -dijo el herido, y murió con esa broma en los labios.
Gunnar los tuvo a raya con sus flechas, pero al fin uno de ellos le cortó la cuerda del arco.
– Téjeme una cuerda con tu pelo -le dijo a su mujer, Halgerda, cuyos largos cabellos eran rubios y relucientes.
– ¿Te va en ello la vida? -ella preguntó.
– Sí -respondió Gunnar.
– Entonces recuerdo esa bofetada y te veré morir.
Así Gunnar murió, vencido por muchos, y mataron a Samr, su perro, pero no antes que Samr matara a un hombre.