De piquetes y megaatentados

Las sendas de la globalización

Adrián Eduardo Duplatt
[email protected]

 

Un mundo perfecto

Si la Torre Eiffel fue considerada por Roland Barthes como símbolo de la modernidad, bien las Torres Gemelas podrían haberlo sido de la globalización.

Los dos edificios desmesurados, construidos en Nueva York bajo los cánones de la racionalidad, erigían a fuerza de vidrio, hierro y cemento su soberbia sin reparos. La capital del mundo les rendía pleitesía.

Las Torres eran la postal obligada de la ciudad. Bastaba alzar la vista y verlas para saber dónde se estaba. Cual tótem de una nueva cultura, Las Torres ofrecían seguridad y declamaban la prosperidad presente y la buenaventura futura. Eran, tal vez, la moderna catedral de la religión globalizadora.

¿Qué turista de cualquier parte del mundo que haya visitado Nueva York no se llevó consigo, en su viaje de vuelta, una foto en el vértice de uno de los dedos de Dios? Las casi cincuenta mil personas que trabajaban en ellas, ¿acaso no cumplían el ritual cotidiano de poner en funcionamiento el templo del mercado sacrosanto?

Los gobiernos del resto de los países, periféricos o no, estaban pendientes de lo que allí ocurría. Desde sus oficinas se podían digitar los avatares de sus economías de manera impía. Las Torres Gemelas eran el blasón perfecto de la globalización que encarna Estados Unidos. El mundo debía ser como eran -son- los norteamericanos. Democracia y capitalismo eran la culminación feliz de la historia, como pregonó entusiasmado Fukuyama. El american way o life, el atajo para llegar a ese pináculo. Los que así no lo entendían quedaban al margen de un mundo perfecto y entrelazado. Los disidentes eran ignorados o silenciados. A través de una imposición cultural, gracias a la tecnología y los medios de comunicación, al poderío económico, o a la fuerza, estos preceptos se derramaron por el mundo, como el cristianismo en la América del descubrimiento. Tanto Las Torres, como el Pentágono o la Casa Blanca, representaban ese poder omnímodo que, al parecer, no todos anhelaban.

No es de extrañar, entonces, que hayan sido elegido como blancos de la violencia, de un nuevo tipo de sacrificio ritual en el altar de la globalización.

Horacio Vertbistsky (2001) descalifica -acertadamente- los atentados afirmando que en realidad no cambió nada, y si lo hizo, fue para peor. Pero, tal vez, no se buscaba cambiar nada con el ataque. Sería ingenuo pensar que los autores querían que de ese modo se terminara la expoliación económica, financiera y cultural por parte del país motor de la globalización. Quizás se trató de decirle al mundo -sobre todo a la desinformada sociedad estadounidense- «aquí estamos» como slogan de la resistencia. Un aggiornado «Yankees go home» del siglo XXI.

A semejanza de lo que explicaron Horkheimer y Adorno sobre lo ocurrido con la Modernidad y su autodestrucción, los mitos de la globalización conllevan, también, las semillas de su resistencia .

Los responsables del atentado actuaron casi como los piqueteros que cortan una ruta y queman cubiertas, no para cambiar la política económica argentina por ese sólo acontecimiento, sino para hacerse visibles, para hacerse audibles, en un mundo insensible y exclusivo.

Las rutas de doble sentido

Tanto los piqueteros, como los suicidas de Nueva York, eligieron los mismos caminos para aparecer en escena. Se valieron de las rutas que llevaron al actual status quo social, pero a contramano.

Benedict Anderson explicó que para consolidar los Estados-nación fue necesario construir una comunidad imaginada, que fuera homogénea a todos los ciudadanos. La educación, los medios de comunicación -la prensa en el siglo XIX- y los caminos y vías férreas fueron los instrumentos que llevaron adelante los preceptos de los estados modernos. No importó si para ello se sojuzgaba la cultura o los modos económicos preexistentes. La modernidad todo lo cubrió, como la mancha voraz de las películas de terror clase «B».

Hoy, caminos y medios de comunicación, cumplen un efecto disímil, antagónico, al que tuvieron en ese entonces. Las rutas argentinas dejaron de ser un no-lugar inocuo, de mera circulación, para erigirse en un territorio certero y perceptible de los marginados que claman por su lugar en el mundo. Los caminos vuelven a ser lugares de identidad, relacionales e históricos, en la definición de Marc Augé.

Las rutas aéreas en Estados Unidos funcionaron del mismo modo. La tecnología que posibilitó pasar de los carros a los aviones, facilitó también el éxito de los atentados. Por medio de las vías de comunicación, que desde antaño fueron los canales para la expansión de la modernidad y la globalización, los excluidos se hicieron ver y escuchar. Rompieron la racionalidad de los caminos y los transformaron en un lugar de comunicación, en un nuevo espacio público.

Y si la prensa en el siglo XIX difundió noticias y opiniones para solidificar la comunidad imaginada, los nuevos medios de comunicación del XXI continuaron su ubicua misión. Sin embargo, a través de ellos los rebeldes también se hacen presentes. Al utilizar la lógica mercantil que mueve a las empresas de comunicaciones, los excluidos originan nuevas formas de protesta que no tienen por qué seguir los preceptos del siglo pasado. Así, un corte de ruta, una marcha federal, clases públicas, matizados con espectáculos de todo tipo y atentados espectaculares, brindan la posibilidad de entrar en el juego de la televisión. Los medios potencian su labor divulgativa gracias a un Estado que, si no está ausente, es poco menos que sordo y ciego. Sin los medios, los marginados no podrían captar la atención de los políticos o generar climas de opinión pública (mas, en este sentido, no hay que olvidar que los medios pueden consolar, pero no curar la iniquidad del mundo).

Las puntas del camino

Los ataques no se produjeron, como otras veces, en las regiones periféricas del mundo. Se realizaron en pleno corazón del «mundo civilizado», donde todo es razón y cultura. ¿Cómo se pudieron concretar en lugares alejados y tan distintos de los que supuestamente son oriundos los autores de los atentados? Arjun Appadurai puede ayudar a dar con la respuesta.

La diáspora que genera la globalización desparramó por el mundo y cobijó a los autores de los ataques (como a tantos otros millones de personas). En este sentido, Appadurai habla de las migraciones y los medios de comunicación como los elementos que plasman las culturas actuales. Por ello, con la combinación de estos fenómenos, las distancias entre centros planificadores y ejecutores no fue impedimento para la concreción del atentado. Internet, aladid de las comunicaciones globalizadas, fue la llave de la caja de Pandora. Sin ella, sin sus mails y sus transacciones en tiempo real, hubiera sido asaz dificultoso poner en contacto a gente de Estados Unidos, Europa, Asia o cualquier otro punto del mundo.

A su vez, el ataque a Las Torres estuvo planeado con despliegue cinematográfico y tiempos televisivos. El mundo pudo ver en vivo cuando el segundo avión se estrelló contra uno de los edificios. El incidente cumplió acabadamente los requisitos para ser exhibido en todas las pantallas de los hogares globalizados. La sociedad norteamericana, tan poco afecta a conocer lo que ocurre allende los mares, se vio sacudida por un mundo subterráneo y desconocido que irrumpió en su vida cotidiana sin miramientos. La televisión, con su sensación de cercanía, multiplicó el impacto del ataque y provocó que en todo el planeta se viera como si hubiera ocurrido allí, donde el espectador lo observaba en su pantalla familiar.

Las migraciones y los medios de comunicación, al decir de Appadurai, incentivan la imaginación. Conocer otras culturas da nuevas ideas y facilita los instrumentos para concretarlas. El cine catástrofe incentiva la imaginación y proporciona la representación final de actos contundentes y su percepción posterior en la televisión. El ataque a Las Torres parece más la promoción de un nuevo trabajo de Hollywood que un atentado genuino. Un nuevo tipo de arte que se difunde por méritos propios. Así lo entendió el compositor alemán Karlheinz Stockhausen, cuando afirmó que se trató de la mayor obra de arte que pudiera realizarse. Imaginación, espectacularización, emoción y comunicación fueron sus ingredientes. En forma coincidente, Sofía Casal cree que

[…] tal vez que lo más inquietante de este atentado haya sido precisamente su espectacular belleza. Los periodistas (vanidad profesional aparte), al retransmitirlo, apenas podían reprimir en su tono la fascinación y la emoción ante lo que presenciaban/presenciábamos. Pienso que esta emoción, en absoluto reñida con el miedo, es la clave de la estética contemporánea, basada en una exigencia extrema de conmoción y temblor. De ahí su poder masivo. Antes le llamaban «lo sublime». Pero creo que aquí hay algo peligrosamente nuevo, quizás todavía no nombrado […] (Casal, 2001).

Es que en el mundo globalizado se piensa más por imágenes, que por palabras. Las imágenes no son sólo emoción. Los que vieron el derrumbe de Las Torres pueden dar fe de ello; también los que lo provocaron. Nadie se hizo directamente responsable, no hubo comunicados ni proclamas. Las palabras sobraron. Asomaron otros modos del decir, en los que la televisión parece ser su vehículo fundamental. O tal vez, otras formas de razón, distintas a las que nos tenía acostumbrados la modernidad.

Lo que resta

Las vías y los medios de comunicación, que otrora sirvieran para expandir la modernidad, suprimiendo toda disidencia a su paso, hoy cumplen un disfunción globalizadora inquietante. Los caminos, terrestres o aéreos, ya no sólo para la circulación de personas, mercaderías o capitales. Se convirtieron en nuevos espacios públicos donde los marginados se hacen ver y escuchar, donde actúan y se asientan en un nuevo territorio. Y la prensa, en la que la televisión juega un rol multiplicador predominante, configura el escenario donde irrumpen las nuevas formas del decir, donde las representaciones se hacen entender por medio de la imaginación, casi sin necesidad de palabras.

Tanto los piquetes de las rutas argentinas, como los ataques a las Torres Gemelas, son ejemplos de esta nueva racionalidad pagana, que emerge desafiando los mandamientos de la globalización.

 

BIBLIOGRAFÍA:

ANDERSON, Benedict (1993): Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y difusión del nacionalismo. México, Fondo de Cultura Económica.

APPADURAI, Arjun (2001): La modernidad desbocada.

AUGE, Marc (2000): Los no lugares. Espacios del anonimato. Barcelona, Gedisa.

CASAL, Sofía (2001): «Lo sublime» ?en línea?, en Mundofree.com http://www.melodysoft.com/cgi-bin/foro.cgi?ID=almacen&msg=67 [consulta: 08/12/01]

ENTEL, Alicia (1996): La ciudad bajo sospecha. Comunicación y protesta urbana. Buenos Aires, Paidós.

FUKUYAMA, Francis (1990): El fin de la historia.

HORKHEIMER, Max y ADORNO, Theodor (2001): Dialéctica de la Ilustración. Fragmentos filosóficos. Trotta.

VERTBITSKI, Horacio (2001): «La alegría de la muerte» ?en línea?, en Página/12, www.página12.com.ar del 10/10/01 [consulta: 06/12/01].

Publicado en Narrativas, nro. 14, octubre / diciembre de 2004, ISSN-6098.