EL PAÍS | Opinión – 23-03-2004

El racista enmascarado

CARLOS FUENTES

 

«El mejor indio es el indio muerto». «El mejor negro es el esclavo negro». «La amenaza amarilla». «La amenaza roja».El puritanismo que se encuentra en la base de la cultura WASP (blanca, anglosajona y protestante) de los Estados Unidos de América se manifiesta de tarde en tarde con llamativos colores. A los que arriba señalo, se añade ahora, con el vigor de las ideas simplistas que eximen de pensar, «El Peligro Moreno». Su proponente es el profesor Samuel P. Huntington, incansable voz de alarma acerca de los peligros que «el otro»representa para el alma de fundación, blanca, protestante y anglosajona, de los EE UU. Que existía (y existe) una «América» (pues Huntington identifica a los EE UU con el nombre de todo un continente) indígena anterior a la colonización europea, no le preocupa. Que además de Angloamérica exista una anterior «América» francesa (la Luisiana) y hasta rusa (Alaska) no le interesa. La preocupación es la América Hispánica, la de Rubén Darío, la que habla español y cree en Dios.

Éste es el peligro indispensable para una nación que requiere, para ser, un peligro externo identificable. Moby Dick, la ballena blanca, es el símbolo de esta actitud que, por fortuna, no comparten todos los norteamericanos, incluyendo a John Quincy Adams, sexto presidente de la nación norteamericana, quien advirtió a su país: «No salgamos al mundo en busca de monstruos que destruir».

Huntington, en su Choque de civilizaciones, encontró su monstruo exterior necesario (una vez desaparecida la URSS y «el peligro rojo») en un islam dispuesto a asaltar las fronteras de Occidente, rebasando las proezas de Saladino, el sultán que capturó Jerusalén en 1187, y superando él, Huntington, la campaña cristiana de Ricardo Corazón de León en Tierra Santa cinco años más tarde. La cruzada antiislámica de Huntington Corazón de León definió que ese corazón era profundamente racista, pero asimismo profundamente ignorante del verdadero kulturkampp dentro del mundo islámico. Islam no se dispone a invadir Occidente. Islam está viviendo, de Argelia a Irán, su propio combate cultural y político entre conservadores y liberales islámicos. Es un combate vertical, en hondura, no horizontal, en expansión.

El explotador mexicano. La nueva cruzada de Huntington va dirigida contra México y los mexicanos que viven, trabajan y enriquecen a la nación del norte. Para Huntington, los mexicanos no viven -invaden-; no trabajan -explotan- y no enriquecen -empobrecen porque la pobreza está en su naturaleza misma. Todo ello, añadido al número de mexicanos y latinoamericanos en los EE UU, constituiría una amenaza para la cultura que para Huntington sí se atreve a decir su nombre: la Angloamérica protestante y angloparlante de raza blanca.

¿Invaden los mexicanos a los EE UU? No: obedecen a las leyes del mercado de trabajo. Hay oferta laboral mexicana porque hay demanda laboral norteamericana. Si algún día existiese pleno empleo en México, los EE UU tendrían que encontrar en otro país mano de obra barata para trabajos que los blancos, sajones y protestantes, por llamarlos como Huntington, no desean cumplir, porque han pasado a estadios superiores de empleo, porque envejecen, porque la economía de los EE UU pasa de la era industrial a la post-industrial, tecnológica e informativa.

¿Explotan los mexicanos a los EE UU? Según Huntington, explotando él mismo la infame Proposición 187 de California que pretendía excluir a los hijos de inmigrantes de la educación y a sus padres de todo beneficio médico o social, los mexicanos constituyen una carga injusta para la economía del norte: reciben más de lo que dan. Esto es falso. California destina mil millones de dólares al año en educar a los hijos de inmigrantes. Pero si no lo hiciese -atención, Schwarzenegger-, el Estado perdería dieciséis mil millones al año en ayuda federal a la educación. Y el trabajador migrante mexicano paga veintinueve mil millones de dólares más en impuestos, cada año, de lo que recibe en servicios.

El inmigrante mexicano, lejos de ser el lastre empobrecedor que Huntington asume, crea riqueza al nivel más bajo, pero también al más alto. Al nivel laboral más humilde, su expulsión supondría una ruina para los EE UU. John Kenneth Galbraith (el norteamericano que Huntington no puede ser) escribe: «Si todos los indocumentados en los EE UU fuesen expulsados, el efecto sobre la economía norteamericana… sería poco menos que desastroso… Frutas y legumbres en Florida, Tejas y California no serían cosechadas. Los alimentos subirían espectacularmente de precio.
Los mexicanos quieren venir a los EE UU, son necesarios y añaden visiblemente a nuestro bienestar» (La naturalezade la pobreza de masas).En el nivel superior, el migrante hispano, nos dice Gregory Rodríguez de la Universidad de Pepperdine, tiene el más alto número de asalariados por familia de cualquier grupo étnico, así como la mayor cohesión familiar. El resultado es que, aunque el padre llegue descalzo y mojado, el descendiente del migrante alcanza niveles de ingreso comparables a los del trabajador asiático o caucásico. En la segunda y tercera generación, los hispanos son, en un 55%, dueños de sus propias casas, comparados con el 71% de hogares blancos y el 44% de hogares negros.

Añado a los datos del profesor Rodríguez que sólo en el condado de Los Ángeles el número de negocios creados por migrantes hispanos ha saltado de 57.000 en 1987 a 210.000 el año pasado. Que el poder adquisitivo de los hispanos ha aumentado en un 65% desde 1990. Y que la economía hispanoamericana en los EE UU genera casi cuatrocientos mil millones de dólares -más que el PIB de México.

¿Explotamos o contribuimos, señor Huntington?

El balcanizador mexicano. Según Huntington, el número y los hábitos del migrante mexicano acabarán por balcanizar a los EE UU. La unidad norteamericana ha absorbido al inmigrante europeo (incluyendo a judíos y árabes, no mencionados selectivamente por Huntington) porque el inmigrante de antaño, como Chaplin en la película homónima, venía de Europa, cruzaba el mar y siendo blanco y cristiano (¿y los judíos, y los árabes y ahora los vietnamitas, los coreanos, los chinos, los japoneses?) se asimilaban enseguida a la cultura anglosajona y olvidaban la lengua y las costumbres nativas, cosa que debe sorprender a los italianos de El Padrino y a los centroeuropeos de The Deer Hunter. No. Sólo los mexicanos y los hispanos en general somos los separatistas, los conspiradores que queremos crear una naciónhispanoparlante aparte, los soldados de una reconquista de los territorios perdidos en la guerra de 1848. Si diésemos vuelta a esta tortilla, nos encontraríamos con que la lengua occidental más hablada es el inglés.

¿Considera Huntington que este hecho revela una silenciosa invasión norteamericana del mundo entero? ¿Estaríamos justificados mexicanos, chilenos, franceses, egipcios, japoneses e hindúes a prohibir que se hablase inglés en nuestros respectivos países? Estigmatizar a la lengua castellana como factor de división prácticamente subversiva revela, más que cualquier otra cosa, el ánimo racista, éste sí divisor y provocativo, del profesor Huntington. Hablar una segunda (o tercera o cuarta lengua) es signo de cultura en todo el mundo menos, al parecer, en el Edén Monolingüe que se ha inventado Huntington. Establecer el requisito de la segunda lengua en los EE UU (como ocurre en México o en Francia) le restaría los efectos satánicos que Huntington le atribuye a la lengua de Cervantes.

Los hispanoparlantes en los EE UU no forman bloques impermeables ni agresivos. Se adaptan rápidamente al inglés y conservan, a veces, el castellano, enriqueciendo el aceptado carácter multiétnico y multicultural de los EE UU. En todo caso, el monolingüismo es una enfermedad curable. Muchísimos latinoamericanos hablamos inglés sin temor de contagio. Huntington presenta a los EE UU como un gigante tembloroso ante el embate del español. Es la táctica del miedo al otro, tan favorecida por las mentalidades fascistas. No: el mexicano y el hispano en general contribuyen a la riqueza de los EE UU, dan más de lo que reciben, desean integrarse a la nación norteamericana, atenúan el aislacionismo cultural que a tantos desastres internacionales conduce a los Gobiernos de Washington, proponen una diversificación política a la que han contribuido y contribuyen afroamericanos, los «nativos» indígenas, irlandeses y polacos, rusos e italianos, suecos y alemanes, árabes y judíos.

El peligro mexicano. Huntington pone al día un añejo racismo antimexicano que conocí sobradamente de niño, estudiando en la capital norteamericana. The Volume Library, una enciclopedia en un solo tomo publicada en 1928 en Nueva York, decía textualmente: «Una de las razones de la pobreza en México es la predominancia de una raza inferior». «No se admiten perros o mexicanos», proclamaban en sus fachadas numerosos restoranes de Tejas en los años treinta. Hoy, el elector latino es seducido en español champurrado por muchos candidatos, entre ellos Gore y Bush en la pasada elección. Es una táctica electorera (como la proposición migratoria de Bush hace unas semanas). Pero para nosotros, mexicanos, españoles e hispanoamericanos, la lengua es factor de orgullo y de unidad, es cierto: la hablamos quinientos millones de hombres y mujeres en todo el mundo. Pero no es factor de miedo o amenaza. Si Huntington teme una balcanización hispánica de los EE UU y culpa a Latinoamérica de escasas aptitudes para el gobierno democrático y el desarrollo económico, nosotros hemos convivido sin separatismos nacionalistas desde el alba de la Independencia.

Acaso nos une lo que Huntington cree que desune: la multiculturalidad de la lengua castellana. Los hispanoamericanos somos, al mismo tiempo que hispanoparlantes, indoeuropeos y afroamericanos. Y descendemos de una nación, España, incomprensible sin su multiplicidad racial y lingüística celtíbera, griega, fenicia, romana, árabe, judía y goda. Hablamos una lengua de raíz celtíbera y enseguida latina, enriquecida por una gran porción de palabras árabes y fijada por los judíos del siglo XIII en la corte de Alfonso el Sabio. Con todo ello, ganamos, no perdimos. El que pierde es Huntington, aislado en su parcela imaginaria de pureza racista angloparlante, blanca y protestante -aunque su generosidad la extienda, graciosamente, al «cristianismo». Porque seguramente Israel e islam son peligros tan condenables como México, Hispanoamérica y, por extensión, la propia España de hoy, culpable según Huntington de indeseables incursiones en antiguos territorios de la Corona.