La cerveza le caía por el mentón y empapaba su remera descolorida. No le importaba. El líquido frío lo refrescaba sin preguntar. Iba a volcarla sobre su cabeza, pero se arrepintió. Era la última botella y los demás lo miraban impacientes. Además de beber, esperaban una respuesta suya. Chucky se dio cuenta de que tendría que conseguir más.

Junto a sus amigos estaba parapetado tras el casco de un auto abandonado. El calor era insoportable y la sombra, escasa como los billetes en sus bolsillos. Ninguno de los cinco tenía más de quince años, ni menos de media docena de entradas a la comisaría. «¿Y ahora qué hacemos… se terminó la fresca», preguntó El Enano, mientras arrojaba el último envase hacia el centro del descampado en desnivel que les servía de potrero. Chucky sacó un 22 de la cintura y gatilló dos veces hacia la botella, que permaneció inmutable. A unos veinte metros, un hombre apuró su paso sobre la vereda de tierra. «Vieja, con esta calor y sin birra, no podemos seguir pateando», agregó otro. «El Gaita nos va sacá cagando si no le mostramos la guita antes de pedir más», insistió el Enano. Chucky no los escuchaba. Tenía la mirada clavada en un taxi -un 504 celeste- que serpenteaba por las cuestas de los cerros. El chofer iba solo y parecía estar perdido. Chucky se paró de un salto y acomodó el fierro en su espalda. «Ya vengo, me salió una changa», murmuró, mientras desaparecía tras el cascajo. Los demás no le prestaron mayor atención. Continuaron en la nada, huyendo del sofocón de verano.

Veinte minutos más tarde, Chucky volvió con dos Quilmes en cada mano y unos pesos en el bolsillo. El sudor le corría por su rostro como el rocío de las botellas heladas. Sus amigos se arremolinaron en torno a las bebidas sin esperar invitación. El 22 había adelgazado. Después de apurar unos tragos, la barra lo interrogó: «¿Qué pasó, eeeh…». Chucky bebió a borbotones, se encogió de hombros y contestó: «Un tachero pagó la vuelta… no pudo venir porque le salió un viaje al Hospital…, parece que tiene un nuevo ahujero en el cuerpo… nada jodido… solamente un poco de ventilación para refrescar la calor». Al principio, los otros cruzaron sus miradas sin entender; después, dieron su plácet entre carcajadas.