Papa nuevo, Iglesia vieja

El arribo de Francisco

Adrián Eduardo Duplatt
[email protected]

Tribulaciones y lamentos

Con el papado de Juan Pablo II, la Iglesia Católica dio por tierra con la reforma del Concilio Vaticano II. La modernización iniciada en los años sesenta por Juan XXIII se detuvo con el triunfo del ala conservadora de la Iglesia. Por este camino, la contrarreforma gestada por el Karol Wojtyla retrasó indefinidamente la solución a dos grandes problemas que enfrentaban los católicos: el surgimiento de otras iglesias y la razón iluminista.

La reforma protestante del siglo XVI significó un florecer de congregaciones que disputaron la autoridad católica. El luteranismo y el calvinismo son ejemplos de ello. Por su parte, los ideales de la modernidad socavaron el poder absolutista espiritual de los papas, que distaba mucho de los aires democráticos pregonados por la revolución francesa.

En este escenario de la modernidad, las iglesias se multiplicaron junto al desarrollo de la ciencia y los derechos civiles. Ante el él, Juan Pablo II se convirtió en el paradigma del conservadurismo religioso y el autoritarismo político. No era de extrañar, entonces, la pérdida de chance de la prédica surgida en el concilio de los sesenta. Benedicto XVI, continuador de Juan Pablo II, siguió deambulando por los raíles construidos por su antecesor. Los asedios a la Iglesia, lejos de terminarse, se profundizaron. El sumo pontífice, ya sin fuerzas, renunció. Francisco, el nuevo papa venido del fin del mundo, encarna en la actualidad la nueva promesa de renovación espiritual para un catolicismo demasiado aquejado de sufrimientos terrenales.

Para entender las tribulaciones presentes de la Iglesia, es necesario recurrir a la historia: la Reforma Gregoriana, el Concilio de Trento, el Concilio Vaticano I y el más importante de todos, el Concilio Vaticano II.

Reformas y concilios

La Reforma Gregoriana fue impulsada por el papa Gregorio VII entre los años 1073 y 1085. En esos tiempos se vivía en un orden feudal, en sociedades rurales donde el abuso de los señores era moneda corriente. Existía la compra-venta de cargos eclesiásticos y los religiosos no practicaban el celibato. Las mayores recriminaciones que se les hacía a la Iglesia eran que sus miembros tenían más afecto por los bienes terrenales que por los celestiales. Era preciso, entonces, una renovación espiritual de toda la Iglesia.

El movimiento reformista había empezado años antes y lo que buscaba era la instauración de una sociedad en que la vida de las personas siguiera las enseñanzas de los evangelios. En su disputa con los poderes terrenales, se estableció que el papa solo podía ser elegido por los cardenales, dejando afuera la voluntad de los reyes. También se dejó en claro que el papa tenía la supremacía sobre todos los cristianos y que únicamente respondía ante Dios. En consonancia con estas ideas, se pregonó que la jerarquía de la Iglesia no cometía errores dogmáticos o morales. Esta serie de disposiciones le valieron el enfrentamiento con las monarquías europeas. En el arreglo de esta contienda por los súbditos europeos nació la “Teoría de las dos Espadas”, que decía que el cuerpo de los cristianos pertenecía al rey, y su alma al papa. Por otra parte, en esta época se generalizó el rito romano en las misas y se oficializó como música sacra el canto gregoriano surgido en los monasterios de la Edad Media.

Posteriormente, el Concilio de Trento fue llamado por el papa Paulo III, alrededor de los años 1545 y 1563. Contó con unos 250 asistentes.

Aquí el gran problema de la Iglesia era la reforma protestante, originada en Alemania, con sus cuestionamientos a la autoridad papal, a la disciplina física y la subordinación moral de los cristianos a los jerarcas católicos y romanos y la corrupción de las instituciones católicas, v. gr., la venta de indulgencias como salvoconducto para escabullirle al Purgatorio. El excesivo monetarismo y la exacerbada intolerancia religiosa de la Iglesia provocaron un cisma entre los católicos obedientes del papa y los reformistas o protestantes, con Lutero y Calvino a la cabeza.

Ante este panorama se inició una contrarreforma católica que tuvo su origen en el Concilio de la ciudad italiana de Trento. Allí se establecieron el celibato y los sacramentos. Se instituyó que la Iglesia Católica era la única mediadora entre los hombres y Dios y se dejó en claro la existencia del Purgatorio. Se reivindicaron los santos y se reinstauró la inquisición (Santos Oficios). Se imprimió una edición definitiva de la Biblia, la que se consideró fuente de la verdad divina y de la tradición cristiana. Se estableció esta que no podía ser objeto de una interpretación libre. Los únicos que podía interpretarla eran el papa y los obispos, como herederos de Pedro y los apóstoles.

Después, en el siglo XIX, se celebró el Concilio Vaticano I, llamado por el papa Pío IX entre los años 1869 y 1870 y al que asistieron unos 770 religiosos.

La Iglesia tenía en esta época dos grandes conflictos: el racionalismo y el galicalismo. El primero, con sus avances científicos, cuestionaba el monopolio de la verdad que estaba en manos de la Iglesia. Las teorías evolutivas de Darwin y Wallace eran un ariete que habría fisuras en el muro de la verdad religiosa. El galicalismo, por su lado, desafiaba la autoridad del papa y se lo conoció como el “separatismo francés”.

Para hacer frente a esos enemigos, el concilio decretó la infalibilidad del papa como una manera de reforzar su autoridad y estableció una condena al racionalismo, diciendo que la razón puede conocer la certeza de la existencia de Dios, pero es necesario un revelación divina para conocer los misterios de la Santísima Trinidad, la encarnación, la redención,…

Por último, el Concilio Vaticano II fue llamado por el papa Juan XXIII, quien estaba decidido a enfrentar los problemas del catolicismo: el racionalismo, las nuevas iglesias y la pérdida de fieles. Entre 1962 y 1965 sesionó el concilio con grandes discusiones sobre la manera de hacer frente a la modernidad y el auge de nuevas iglesias. Juan XXIII murió antes de terminar las reuniones y Paulo VI las culminó respetando las ideas de su antecesor. Así, la política fue colocarse junto al otro -el moderno, el creyente de otro credo- sin anatemas, sino con comprensión; sin condenas, sino con respeto, utilizando el diálogo ecuménico y aceptando la existencia de otras iglesias. Los nuevos aires católicos vieron la luz luego de arduas disputas entre los sectores progresistas y conservadores de la curia. Algunos grupos pertenecientes a los últimos llegaron a retirarse definitivamente de las sesiones.

En lo simbólico, se abandonó la liturgia romana y se la hizo más popular para acercarla al pueblo. Las misas ya no serían en latín y de espaldas a la gente, sino que serían en el idioma vernáculo y el sacerdote de frente a ellos. El canto religioso dejó de ser exclusivamente gregoriano y se aceptaron músicas folklóricas e instrumentos musicales populares.

A todo esto, el Concilio Vaticano II se hizo cargo de un nuevo desafío: la progresiva multiplicación de los pobres. En América Latina la renovada visión religiosa se tradujo en la Teología de la Liberación o iglesia tercermundista -partidaria de los pobres- y en numerosos obispos y cardenales que se opusieron férreamente a las dictaduras militares que imperaban en la región entre los años sesenta y los ochenta.

Sin embargo, una iglesia marxista no era vista con buenos ojos en medio de la disputa global entre capitalismo y comunismo. Había que recomponer el orden dentro de una institución influyente y milenaria. En 1978 llegó el restaurador.

Juan Pablo II

A mediados de los setenta el mundo estaba dividido por la Guerra Fría. En el bloque comunista, el Estado ahogaba a la Iglesia. En el Vaticano, las voces no europeas eran tenues. El diálogo del catolicismo con otras religiones era casi nulo, reservado a emisarios de segundo nivel. En este contexto asume Karol Wojtyla como el papa Juan Pablo II.

El nuevo papa era de origen polaco, un país comunista, y estaba apañado por los sectores marginados del Concilio Vaticano II. Con él se inició la restauración dogmática de la Iglesia Católica y el fortalecimiento de la disciplina dentro de la institución.

Juan Pablo II reescribió el derecho canónico y encuadró toda la vida de los religiosos dentro de la Iglesia. Publicó un nuevo catecismo universal. Ya no se perdonaban nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores, sino que había que perdonar nuestras ofensas como nosotros perdonábamos a nuestros ofensores. También se oficializó el pensamiento único en la Iglesia. Nada podía discutírsele al Papa. Quitó poder a los sínodos de obispos, hiriendo gravemente la democracia que se respiraba desde el Vaticano II. Asimismo, relegó de manera categórica a las mujeres religiosas, y a las no religiosas no les reconocía el derecho a la anticoncepción o al aborto. A la retahíla de prejuicios y perjuicios anteriores, el teólogo suizo Hans Küng agrega la relación de la Iglesia Católica con la mafia y el encubrimiento de religiosos acusados de pedofilia.

Juan Pablo II rompió con el Concilio Vaticano II, se enfrentó con la Teología de la Liberación y con el marxismo, pero no con el capitalismo salvaje y colonialista. Practicó un romanocentrismo que vio el diálogo ecuménico partiendo de la preeminencia de lo católico.

Para afuera fue visto como un paladín del diálogo, de las libertades, de la tolerancia, de la paz y el perdón; pero para adentro acalló el derecho de expresión, prohibió el diálogo, fue misógino y, al decir de Leonardo Boff –un brasileño impulsor del movimiento tercermundista- impartió una teología fundamentalista.

Las consecuencias de esta política no se hicieron esperar. La pérdida de credibilidad es una de ellas. Las mujeres se apartaron de un catolicismo que no las amparaba y los jóvenes no se acercaban a una institución que condenaba o prohibía las prácticas sociales mayoritarias, como las sexuales (el Vaticano no permitía el uso de preservativos, pregonaba el celibato hasta el casamiento y establecía la indisolubilidad del matrimonio).

Como era de esperar, esto trajo aparejado la pérdida de fieles, circunstancia aprovechada por el resurgimiento de nuevas iglesias y sectas.

Con la muerte de Juan Pablo II se abrieron las puertas para un cambio en la Iglesia conservadora. Fueron veintiséis años de mutaciones en la sociedad. En el 2005, el mundo era único, con una creciente influencia de África y América Latina en el Vaticano. Las presiones por reformar el sacerdocio eran ingentes. Existía conciencia de que la religión podía tender puentes entre el mundo occidental y el árabe. La nueva elección brindaba la posibilidad de señalar un líder para la renovación católica.

Antes de la elección del papa, Gerard O’Connel, un experto vaticanista, veía algunas tendencias dentro de los elegibles. Creía que los cardenales eran liberales o conservadores según el tema en discusión, v.gr. cuestiones sociales o cuestiones doctrinales. Dividió al cónclave en dos teniendo presente la actitud de los cardenales ante el mundo y ante los otros.

Por un lado estaban los “defensores de la fortaleza” y, por otro, los “constructores de puentes”.

Los “defensores de la fortaleza” estaban a la defensiva ante el mundo y ante los otros. Tenían una visión jerárquica de la Iglesia. Estaban temerosos de la pérdida de identidad por el secularismo y el agnosticismo y pensaban que la decadencia del catolicismo se debía al Concilio Vaticano II.

Los “constructores de puentes”, que eran abiertos al mundo, dialoguistas y menos jerárquicos, se dividían, a su vez, en “reconciliadores” y “nuevos horizontes”.

Los “reconciliadores” era abiertos al mundo, pero con cautela y prudencia. Creían en la comunicación, no en la excomunión; en la inclusión, no en la exclusión. Los partidarios de “nuevos horizontes” iban más allá con su apertura al mundo. Querían tomar riesgos, más colegialidad, más participación de los obispos en las decisiones del papa, eran proclives a las reformas institucionales y creían que hay que modernizarse en temas como el divorcio y la moral sexual.

Entre estos grupos se encontraba el nuevo papa. Juan Pablo II había nombrado a todos los cardenales electores menos a tres. El elegido fue el alemán Joseph Ratzinger, Director de la Congregación para la Doctrina de la Fe y mano derecha de Juan Pablo II. Saber a qué grupo pertenecía Ratzinger fue una sencilla adivinanza.

Benedicto XVI

El papado de Joseph Ratzinger como Benedicto XVI fue considerado en sus inicios como una etapa de transición. No se lo veía como un reformador, pero sí como alguien capaz de atemperar los aires rancios del Vaticano. Nada de eso sucedió. Antes de su renuncia histórica en febrero de 2013, el suyo ya era considerado un pontificado fallido.

Ratzinger fue elegido en 2005 con 78 años de edad. No rompió con la visión dogmática y oscurantista heredada de Juan Pablo II. No cultivó el diálogo ecuménico, practicó la indolencia ante las consecuencias sociales del neoliberalismo, desprotegió a los sacerdotes de base que se comprometían con los pobres, reimpulsó los ritos antiguos en las ceremonias de la misa –v.gr., el uso del latín y los cantos gregorianos- y se alejó de las mutaciones de la sociedad en temas como el género o la bioética.

Otros conflictos irresolutos de su papado fueron la pedofilia, la corrupción financiera del banco del Vaticano y el asunto conocido como Vatileaks1. Todos sin suficiente investigación y castigo. También fue responsable de un incidente con el islamismo al descalificar a Mahoma como violento, en un discurso en Alemania2, y de recibir nuevamente en la Iglesia a eclesiásticos extremistas que antaño habían sido excomulgados.

La jerarquía de la Iglesia se encontraba huérfana de rumbo y sin autoridad moral. Ante la incapacidad de mando no fue raro que se hablara de un gobierno paralelo en el Vaticano.

A las acciones imprudentes de Ratzinger, como la mencionada inoportuna vinculación del islamismo con la violencia, pueden añadirse las declaraciones que realizó en su periplo por Africa. Allí condenó el uso del preservativo en las relaciones sexuales, justo en un continente que sufre una impía pandemia de SIDA.

Las dificultades y la edad vencieron la voluntad del papa, quien renunció, tras 600 años de historia católica sin dimisiones al trono de Pedro. Fue necesario un nuevo jefe de la Iglesia, capaz de capear la tormenta y remozar la imagen de una Iglesia que, povo a poco, estaba dejando de ser eurocentrista.

Un nuevo contexto para un nuevo cónclave

La población mundial durante el siglo XX creció de 1500 millones a casi 7000 millones de habitantes. La proporción de católicos se mantuvo estable, tanto a nivel global, como dentro del cristianismo3.

En 1910, los católicos eran el 48% de los cristianos y el 17% de la población mundial; en 2010, el 50% y el 16% respectivamente.

Lo que varió notablemente fue la distribución geográfica. En 1010, Europa contaba con el 65% de los católicos y Latinoamérica, el 24%. En 2010, Europa cuenta con el 24% y Latinoamérica, con el 39% de los católicos del planeta.

Esa proporción geográfica no se condijo con su representación en el cónclave de 2013: el 53% de los cardenales eran europeos. De 115 purpurados, solo 19 eran latinoamericanos, había 28 italianos y 14 norteamericanos.

Los cambios geográficos en el catolicismo están relacionas con las migraciones globales y diversas situaciones de las economías nacionales, a lo que se aduna el trabajo desde el llano de los sacerdotes comprometidos con la pobreza. La teóloga Margarita Pintos cree que este crecimiento del catolicismo en Latinoamérica se debió, en gran parte, por la teología de la liberación, que acortó la distancia entre la jerarquía de la Iglesia y sus bases y, además, al ejemplo que dieron los sacerdotes y obispos que ofrendaron sus vidas por defender a los pobres4.

Pero la iglesia tercermundista no fue la única iglesia latinoamericana. La Iglesia católica fue bifronte desde que puso por primera vez sus pies en América. Carlos Ciappina5 dice que para entender la elección del nuevo jefe de una Iglesia con una complejidad urdida a lo largo de 500 años de historia en américa, no se debe realizar un estéril reduccionismo mediático a lo personal del elegido ni tampoco aplicar la perspectiva racionalista de ver a la religión como el opio de los pueblos: no se debe olvidar -dice- que la religión es una experiencia social y cultural que atraviesa toda la sociedad.

La Iglesia bifronte se vio desde la conquista a partir de 1492. Por un lado eran parte y apoyaban a las instituciones del poder colonial y, por otro, existía un grupo minoritario que denunció los abusos y crueldades de ese poder. Eran la jerarquía y las bases de una Iglesia que sentaba las bases de su accionar en Latinoamérica. Así, en la guerra de la independencia, la jerarquía continuó del lado de la monarquía española y algunos sacerdotes fueron activos participantes de las luchas independentistas. En 1812 un terremoto asoló Venezuela y desde los púlpitos se acusó de él a los patriotas, porque desobedecían al rey y eran merecedores del castigo de Dios; pero, a la vez, los curas Hidalgo y Morelos fueron pioneros de la independencia mexicana. Después, a lo largo del siglo XX, la jerarquía estuvo con las dictaduras y algunos sacerdotes y obispos con la Teología de la Liberación.

Con este patrón de conducta, Ciappina se pregunta si, en una sociedad que está ampliando sus derechos, el nuevo papa seguirá alguna de estas tendencias, o las dos a la vez. El hilo conductor de ambas tendencias son los pobres.

Para la Iglesia parece ser que todo gira alrededor de los pobres. El teólogo Rubén Dri6 explica que la Iglesia es para los pobres y, por lo tanto, los pobres son de la Iglesia. La solución que les da es la caridad. Dri afirma que la caridad es útil en la emergencia, pero la verdadera solución a la pobreza está en el empoderamiento de los pobres, que no son pobres, sino que están empobrecidos7. Algunas órdenes del catolicismo se especializan en ellos.

Jesuitas y franciscanos

La orden de los franciscanos fue fundada en 1209 por Francisco de Asís. Era una orden mendicante con votos extremos de pobreza. Vivían según los evangelios y no poseían ninguna pertenencia. Solían trabajar para los demás, en casas o granjas, atendían a los enfermos y sofocaban incendios (literalmente).

Por su parte, los jesuitas fueron fundados en 1540 como “Compañía de Jesús” por Ignacio de Loyola, Francisco Javier y otros. Ignacio de Loyola fue militar y le imprimió su disciplina a la orden. A los tres votos tradicionales católicos -de pobreza, de obediencia y de castidad-, ellos le agregaron un cuarto: obediencia absoluta al papa.

En la actualidad se los considera los intelectuales de la Iglesia. Son necesarios doce años de estudio para consagrarse sacerdote jesuita. Históricamente estuvieron a cargo de la educación de las élites de la sociedad y hoy cuentan con escuelas, universidades y medios de comunicación alrededor del mundo. Incluso un jesuita dirige la radio del Vaticano.

Si el contexto histórico para el nacimiento de los franciscanos fue la retahíla de críticas a la opulencia de la Iglesia y su apego a los bienes terrenales, el de los jesuitas fue la reforma protestante. Ante la desobediencia de luteranos y calvinistas, no fue extraño que surgiera una orden que prometiera obediencia absoluta al papa.

Los jesuitas fueron acumulando poder dentro de la Iglesia y gran influencia en la sociedad, tanto en lo político como en lo financiero. Ellos educaban a los gobernantes y poderosos y lo hacían con obediencia al papa y sus mandatos. Además tenían posesiones en Europa y América. Este poder generó la desconfianza de los reyes que disputaban la supremacía con el papa y que, además, estaban imbuidos de los aires racionalistas de la Ilustración. Es así que, sobre todo los borbones, presionaron al papa Clemente XIV para que los expulsara de la Iglesia, acción que consumó cerca de 1773. Unos cuarenta años después, los jesuitas volvieron al seno de la Iglesia. Como dato nada colateral puede aclararse que Clemente XIV era franciscano.

La influencia contemporánea de los jesuitas en el Vaticano es tan grande que al padre general de la orden se lo suele llamar “el papa negro”, por el color de la vestimenta de los jesuitas y por el poder que ejerce en las sombras.

Después del Concilio Vaticano II, Pedro Arrupe es elegido padre general y la Compañía de Jesús proclama que su misión es “Fe y justicia”. En este escenario, muchos jesuitas se volcaron a la teología de la liberación.

Los jesuitas abarcan, entonces, un arco que va desde los más conservadores -obedientes del papa- a los más progresistas -los tercermundistas-.

Jorge Mario Bergoglio, latinoamericano y jesuita, sería elegido Sumo Pontífice tras la renuncia de Benedicto XVI en 2013. Las novedades eran muchas: un papa latinoamericano, jesuita y de nombre Francisco.

Francisco

El argentino Jorge Mario Bergoglio, de 76 años, fue elegido papa tras la renuncia de Benedicto XVI. El nuevo sumo pontífice adoptó el nombre de Francisco, santo fundador de los franciscanos, la orden a la que pertenecía el papa que los había expulsado de la Iglesia. Las primeras dudas aparecen en relación con Francisco: ¿realmente tomó el nombre de San Francisco de Asís para dar el mensaje de una Iglesia austera y dedicada a los pobres? ¿o el nombre se debe a Francisco Javier, cofundador de la Compañía de Jesús? ¿o simbólicamente les arrebató a los franciscanos el nombre para un papa que era jesuita? La ambigüedad no es un condimento nuevo en la vida de Bergoglio.

Bergoglio es hijo de italianos; en 1957 entró al seminario de los jesuitas; en 1992 fue ordenado obispo y en 1998, arzobispo; en 2001 fue ungido cardenal primado de la Argentina. Desde entonces fue dos veces presidente de la Conferencia Episcopal Argentina. Por su accionar, se lo consideró un conservador en lo doctrinal y moral y un progresista en lo económico y social.

Si bien en el anterior cónclave terminó segundo de Ratzinger, los analistas no le daban mayores chances en el de 2013. Su edad, su procedencia -religiosa y geográfica- le quitaban fuerza a su candidatura. Tenía, además, tres rivales de fuerte ascendencia entre los cárdenales: Angelo Scola, Odilio Scherer y Sean O’Malley.

Scola, de 71 años, es el arzobispo de Milán y discípulo de Ratzinger. Es visto como un representante del poder y del dinero dentro del Vaticano.

Scherer, de 63 años, es arzobispo de Sao Pablo. También es conservador, pero de formas más diplomáticas. Era el favorito por su edad y por dirigir la diócesis más grande del mundo.

O’Malley, de 68 años, es arzobispo de Boston y franciscano. Tuvo una activa lucha contra la pederastia dentro de la Iglesia norteamericana. Adecuándose a los nuevos tiempos, fue el primer cardenal bloguero. En su diócesis es respetado por humilde, valiente y popular.

Finalmente, Francisco se impuso y ahora deberá hacerse cargo de terminar con la corrupción financiera del Instituto de Obras Religiosas (IOR), de limpiar la Iglesia de pederastas, de reanudar el diálogo con el Islam, de darle lugar dentro de la Iglesia a las mujeres, de aggiornar la doctrina en temas como la bioética o cuestiones de género…

Juan Pablo II fue el papa de la Guerra Fría, Benedicto XVI, el teólogo y Francisco, se constituyó en el papa que procedía de la región con más católicos en el mundo (Latinoamérica), pero de la Iglesia argentina, la más romana de todas. Fue un cura villero, pero de una orden obediente al papa. Su conducta siempre había oscilado como un péndulo entre el progresismo social y el conservadurismo doctrinal. Por ello, cuando después del Concilio Vaticano II, muchos jesuitas de Pedro Arrupe, bajo el lema “Fe y justicia”, se volcaron a la iglesia tercermundista, Bergoglio se ocupó de los pobres, pero lejos de las concepciones marxistas de los conflictos sociales y económicos y trató de que los curas de base se alejaran de esas actividades inconvenientes. Fue durante el papado de Juan Pablo II.

Sin embargo, Bergoglio, hábil político, supo granjearse el respeto de los obispos latinoamericanos. Presidió la comisión redactora del documento de Aparecida (Brasil), en la reunión de 2007 de la V Conferencia General del Consejo Episcopal Latinoamericana (Celam). El texto contenía muchas alusiones a las dramáticas consecuencias de la aplicación de políticas neoliberales en el mundo globalizado y abogaba por una más justa distribución de la riqueza. No es de extrañar que el coordinador del Grupo de Curas en Opción por los Pobres de Argentina, Eduardo de la Serna, considerara que, al lado de los otros papables, Bergoglio fuera como Maradona Messi y Cristiano Ronaldo juntos8. Rezumaba esperanza, pero sin entusiasmarse demasiado.

De la Serna no esperaba que Bergoglio alentara la Teología de la Liberación, pero no menospreciaba su labor pastoral en la diócesis de Buenos Aires. Después de arzobispos que eran “príncipes de la Iglesia” como Caggiano, Aramburu o Quarracino, Bergoglio estuvo dispuesto a acercarse a la gente9. Este comportamiento incierto puede ilustrarse con su procedencia política y su accionar católico pragmático: Bergoglio venía de la agrupación peronista de derecha Guardia de Hierro, mas, a diferencia de otros arzobispos, fue capaz de tomar mate con la gente, insistir en que los curas vayan a los barrios y poner curas villeros en los barrios más necesitados10.

Comunicación e imagen

Tom Peters escribió un libro llamado “Una marca llamada vos”11 que habla de la búsqueda comercial del nombre (“naming”). El planteo principal es que resulta imprescindible buscar una etiqueta que denote lo que se diferencia de los demás. Previo a introducirse al mercado, Peters cree que es importante tener definido el grupo al que se quiere llegar, determinar qué necesidad es la que esperan satisfacer y el nombre comunicativo.

En el caso de Bergoglio, su grupo objetivo son los católicos del mundo, la necesidad a satisfacer es la de blanquear o purificar la imagen de la Iglesia, acercándola a los pobres, y su marca, “Francisco”. El mensaje parece decir “soy austero y estoy con los pobres”. Mensaje que busca teñir su gestión futura.

El papa explicó que su nombre se debía a Francisco de Asís, “el hombre de la paz, del que ama” y que el objetivo de su papado era “una Iglesia pobre, para los pobres”12. De esta manera despejó las dudas con respecto a su nombre y su posible devoción al jesuita Francisco Javier. Asimismo, contó que los cardenales, en broma, le dijeron: «El nombre debería ser Clemente, Clemente XV, así te vengas contra Clemente XIV que suprimió la Compañía de Jesús». Incluso, si de marcas se habla, el nombre “Francisco” tiene más sonoridad que aquel.

Francisco dio precisiones sobre cómo se le ocurrió su nombre: “Les contaré la historia. Durante las elecciones, tenía al lado al arzobispo emérito de San Pablo, y también prefecto emérito de la Congregación para el clero, el cardenal Claudio Hummes: un gran amigo, un gran amigo. Cuando la cosa se ponía un poco peligrosa, él me confortaba”, recordó. El Papa señaló que “cuando los votos subieron a los dos tercios, hubo el acostumbrado aplauso, porque había sido elegido. Y él me abrazó, me besó, y me dijo: ‘No te olvides de los pobres’. Y esta palabra ha entrado aquí: los pobres, los pobres. De inmediato, en relación con los pobres, he pensado en Francisco de Asís. Después he pensado en las guerras, mientras proseguía el escrutinio hasta terminar todos los votos”13.

En todo caso, antes de saberse quién era el elegido, ya se realizaban especulaciones sobre el nombre con que se daría a conocer el nuevo papa. Tom Heneghan creía que quizás el mensaje no fuera inmediatamente comprendido. “Optar por un nombre poco escuchado procedente del pasado papal distante -como por ejemplo Hilario o Ceferino- podría hacer que los católicos corran a buscar en sus libros de historia para ver qué podría significar tal decisión”, pero si el nuevo pontífice escogía “uno de los nombres de la historia papal más reciente -Benedicto, Juan Pablo o solo Juan- eso indicaría claramente que el nuevo líder de los 1.200 millones de feligreses marcaría la continuidad con el papado al que su denominación hace referencia”14.

Además, Bergoglio no fue el único que pensó en Francisco. El cardenal O’Malley -franciscano- también lo habría elegido, según se especulaba en las afueras del cónclave.

La máxima en latín nomen est omen -un nombre es una señal- fue tan válida para los antiguos emperadores romanos, como para los actuales papas, indica Henegham. Su apelativo no iba a ser el único indicio que rondaría por el Vaticano en los primeros días del nuevo pontificado. Francisco se encargaría de enviar continuamente mensajes a través de sus acciones.

Para dar cuenta de su elección franciscana, el papa continuó con sus antiguos hábitos, como andar entre la gente o en colectivo o pagar personalmente sus cuentas de hotel, a lo que agregó usar un anillo de plata y no de oro, saludar tímidamente con una mano en vez de con los dos brazos en alto, sentarse en un trono ramplón, vestir sencillamente con una sotana y solideo blancos, pero sin la estola papal y la muceta colorada; también resaltaron sus zapatos como un símbolo de sencillez, en contraste con los modelos rojos de Prada de Benedicto XVI.

El fotógrafo Max Rossi fue quien congeló la imagen de los zapatos gastados de Francisco. La imagen “condensa la impronta que tiene la comunicación actual y revela el clima de este momento tan especial. Una foto, solo una foto, permite reconstruir la noción de «sencillez» a través de un mínimo gesto que surge del análisis de la ropa como uno de los códigos fundamentales ante la descripción de Francisco, el primer Papa latinoamericano”15.

En cuanto a lo discursivo, rompió con la línea dogmática dura que solía imprimirle a sus homilías en la Argentina. En ocasiones como Corpus Christi, la procesión a Luján o el Día del Niño por Nacer, solía hablar de la eutanasia como terrorismo demográfico, del matrimonio igualitario como subversión del plan de Dios y del aborto como cultura de la muerte.

En cambio, en su primer discurso como papa dejó sentada su procedencia: el fin del mundo, no el centro con visión eurocéntrica. “Ustedes saben que el deber del cónclave es darle un obispo a Roma. Parece que mis hermanos cardenales han ido hasta el fin del mundo para traerlo. Y aquí estamos…”, dijo Bergoglio al anunciarse frente a la plaza San Pedro16. Allí también expresó que quería presidir la caridad, le dio la centralidad al pueblo de Dios (tal como lo pedía el Concilio Vaticano II) y se inclinó ante la gente en vez de esperar la acostumbrada ovación.

En resumidas cuentas, desde su imagen Francisco quiere marcar la continuidad de su misión pastoral junto a los pobres, como hacía en Argentina; por ello la elección del nombre del santo fundador de los franciscanos. A la vez, con su discurso parece romper con la beligerancia de Bergoglio, aplicando la humildad y serenidad de Francisco. En resumidas cuentas, un hombre de la periferia en el trono de Pedro.

Un diagnóstico con reservas

El sociólogo y politólogo Atilio Borón se refirió a la elección de Bergoglio como papa y dividió su análisis en tres ejes: la actuación durante la dictadura, su actuación como arzobispo de Buenos Aires y el impacto de su papado en la realidad sociopolítica argentina y latinoamericana17.

Para Borón, durante la dictadura inaugurada por Jorge Videla, Bergoglio siguió los lineamientos de la jerarquía católica. No fue tan extremo como Christian von Wernich o Antonio Baseoto -a quien Borón tilda de troglodita medieval-, pero tampoco se comportó como Enrique Angelelli, Carlos Mugica y Miguel Hesayne y otros.

La gran nube oscura que se cierne sobre su pasado lo constituye la denuncia contra él por haber facilitado el secuestro de los curas villeros Francisco Jalics y Orlando Yorio. Al respecto existen opiniones encontradas. Alicia Oliveira, exjueza y amiga personal de Bergoglio, lo defiende y afirma que le consta que durante esos años, Bergoglio tuvo una conducta intachable y ayudó a salvar muchas vidas. En cambio el periodista Horacio Vertbitsky, por un lado, y el abogado católico Emilio Mignone, por el otro, ofrecieron pruebas de su accionar delator o, como mínimo, desaprensivo por la suerte de sus subordinados.

Posiblemente -cree Borón-, ambas facetas sean ciertas. Esta ambivalencia podría ayudar a entender por qué en democracia, Bergoglio pidió perdón en nombre de la Iglesia por no haber hecho lo suficiente, pero no lo hizo por el apoyo explícito de la Iglesia a la dictadura. Tiene muy bien aceitados los engranajes de su cintura política.

En su función como cardenal en Buenos Aires continuó la contrarreforma iniciada por Juan Pablo II. En sus inicios en la Iglesia durante los setenta se había juntado con la tendencia más reaccionaria y fue militante de la Guardia de Hierro (derecha peronista) y no fue de extrañar que se opusiera al matrimonio igualitario, a la educación sexual en los colegios, a la despenalización del aborto, a las minorías sexuales, a las expresiones artísticas que consideró ofensivas, como la de León Ferrari y, además, que mantuviera en la institución a religiosos como Julio Grassi -condenado por pedofilia- y Von Wernich -condenado por su colaboración con las torturas durante la dictadura-.

Borón reitera la idea de un personaje austero, cercano a los pobres, pero dogmáticamente conservador, es decir, militante de un conservadurismo popular.

Según explica Borón, el orden social injusto se puede sostener con un elitismo aristocratizante o con un conservadurismo plebeyo, que se aprovecha de la ignorancia y credulidad de los sujetos populares y en la constante prédica eclesiástica. La campaña apologética de los grandes medios de comunicación y la alegría de los represores que estaban siendo juzgados y se presentaron ante los jueces con escarapelas papales están en sintonía con esa idea.

Esto podría significar que el acompañamiento de Bergoglio a los pobres no pasaría de ser una fórmula de compasión más caridad para que subsistan en la pobreza, y no una ayuda para hacerles saber cuál es su situación y a qué o a quiénes se debe para intentar cambiarla. Helder Cámara, obispo de Olinda y Recife, explicó esta coyuntura: “Si les doy de comer a los pobres, me dicen que soy un santo. Pero si pregunto por qué los pobres pasan hambre y están tan mal, me dicen que soy un comunista”18.

Borón recuerda que Lenin dijo que es bueno que el esclavo se rebele contra su amo, pero es mejor que se rebele contra la esclavitud, es decir, contra el sistema y no contra sus agentes. Por lo tanto, Borón no espera que Bergoglio lidere una rebelión anticapitalista ni asuma como dogma la teología de la liberación, aunque tampoco cree que sea una continuación del papado de Juan Pablo II. La época es otra, con nuevos problemas.

La elección de Begoglio puede ser el producto de las tensiones internas del Vaticano, antes que una cuestión geopolítica19. El que no hayan elegido a un papa más joven puede deberse a que no se llegó a un acuerdo por otros candidatos y que, ante los conflictos -corrupción financiera, vatileaks, pedofilia…-, un europeo no podría actuar libremente.

Asimismo, Benedicto XVI fue un teórico más preocupado por el crecimiento del islam en Europa que por la pobreza, la desigualdad, la droga y la violencia en el mundo. Francisco, al provenir de Latinoamérica podría colocar esos temas en agenda y mediar en disputas como Malvinas o las FARC. Además, su país de origen es Argentina, una nación donde conviven armónicamente las distintas religiones y esto podría ser un plus en una Iglesia que busca acercarse al islamismo.

En cuanto a la política interna argentina, Francisco designó como su sucesor en el arzobispado de Buenos Aires a Mario Polli, de quien es su referente20. Por lo demás, es de esperar que los religiosos argentinos tengan un mayor acceso al Vaticano.

Con el gobierno tiene varias cuestiones pendientes: su liderazgo tácito de la oposición mientras fue arzobispo, la designación del obispo castrense y demás capellanes, la asistencia de la presidenta a los Tedeums, el tratamiento legislativo del aborto…

Los discursos de Bergoglio ahora tienen otra connotación en lo nacional. Pero Francisco no es Bergoglio. El nuevo papa tiene una agenda mundial complicada y una lucha interna dentro de la Iglesia que le va a insumir mucho de su tiempo y sus energías para dirimirla satisfactoriamente.

No fue ungido sumo pontífice para evaluar quién tuvo la culpa de las consecuencias de las inundaciones en Buenos Aires. Ahora es el jefe espiritual de 1200 millones de católicos de todo el mundo y cabeza de una institución milenaria. Que no es poco.

NOTAS:

1 Robo informático y difusión masiva de documentos secretos del Vaticano en 2012, que develaron las batallas de poder en la Santa Sede y los casos de corrupción existentes.

2 Universidad de Ratisbona, septiembre de 2006. Allí, Benedicto XVI “condenó la «irracionalidad» de «la difusión de la fe mediante la violencia», como ocurre en la ‘yijad’ (guerra santa) del Islam” (“Controversia en el mundo musulmán. El polémico discurso de Benedicto XVI”, diario El Mundo, 15/9/2006), lo que provocó la indignación en el mundo islámico.

3 Datos de The Pew Forum on Religion & Public Life: “The global catholic population”, abril de 2013. www.pewforum.org

4 María Antonia Sánchez Vallejo: “Los católicos americanos copan la población mundial de fieles”, diario El País, 13/3/2013.

5 Carlos Ciappina: “Los lugares de la iglesia y sus ministros – Un papa latinoamericano”, diario Página/12, 3/4/13.

6 Rubén Dri: “Los lugares de la iglesia y sus ministros – La verdad de cada uno es su propia historia”, diario Página/12, 3/4/13

7 Javier Auyero afirma algo parecido del clientelismo, al que considera una estrategia de solución rápida de conflictos. No desconoce todos los aspectos negativos de esta relación, pero la considera útil en contextos de necesidad extrema y urgente (“La política de los pobres. Las prácticas clientelistas del peronismo”, Buenos Aires, 2001, Manantial). De igual modo, Rubén Lo Vuolo, Alberto Barbeito y otros consideran que nadie es pobre, sino que vive en situación de pobreza (“La pobreza… de las política contra la pobreza”, Buenos Aires, 2004, Miño y Dávila).

8 Alejandro Rebossio: “Los teólogos de la liberación respaldan el inicio del papado de Francisco”, en diario El País, 20/3/13.

9 Pedro Lipcovich; “Maneja muy bien el poder”, diario Página/12, 14/3/13.

10 Ibídem.

11 Tom Peters: “The brand called you” (“Una marca llamada vos”), publicado en la edición agosto/septiembre de 1997 de la revista Fast Company

12 Luis B. García: “El papa confirma que su nombre se debe a Francisco de Asís”, diario La Vanguardia, 16/3/13.

13 Ibídem.

14 Tom Hengham: “La elección del nombre del nuevo papa será su primer mensaje”, Reuters – España, 13/3/13.

15 “Entremujeres.com”: “Los zapatos de Francisco, símbolo de sencillez”, 19/3/13.

16 Adrián Salbuchi: “Francisco, el papa del ‘fin del mundo’”, Alerta Digital, 21/4/13.

17 Atilio Borón: “De Bergoglio a Francisco”, diario Página/12, 20/3/12.

18 Atilio Borón: “De Bergoglio a Francisco”, diario Página/12, 20/3/12.

19 Raquel San Martín: ¿Un nuevo papa para un nuevo mundo?, diario La Nación, 17/3/13.

20Poli fue nombrado obispo auxiliar por Juan Pablo II y obispo por Benedicto XVI. Como muestras de su pensamiento puede mencionarse que se opuso al matrimonio igualitario porque alentaba la disolución de la familia y la nación y, en 2012, cuestionó duramente al sacerdote Jorge Luis Hidalgo por saludar por Facebook al dictador Videla en su cumpleaños.

Narrativas. Revista patagónica de periodismo y
comunicación, nro. 24, enero /junio de 2013.