Muñecos, soldados y horas de cierre
El periodismo herido
El caso del muñeco Cody, un supuesto soldado norteamericano capturado en Irak, trajo a discusión las consecuencias de las informaciones periodísticas inexactas.
Adrián Eduardo Duplatt
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La noticia
Las agencias de noticias Associated Press (AP), Reuters y France Press (AFP) difundieron por el mundo a principios de 2005 la foto del soldado norteamericano John Adam, secuestrado en Irak por extremistas islámicos. En la imagen se veía al soldado sentado contra una pared cubierta por una bandera con inscripciones en árabe, con los brazos en su espalda y con un fusil apuntándole a la cabeza. Conservaba su traje de militar y algunas municiones en su cintura. AP obtuvo la foto de un sitio de Internet que pertenece a los autodenominados «Batallones de la Guerra Santa en Irak». El epígrafe anunciaba que si no liberaban a determinados combatientes islámicos, Adam sería ejecutado sin miramientos.
La foto fue levantada y publicada por la prensa internacional. El Mundo y La Vanguardia, de España, The New York Times, de Estados Unidos y Al Jazeera, de Qatar, fueron algunos de los medios que informaron las desventuras del soldado John Adam.
¿Qué fue lo curioso de esta información, habitual en la posguerra irakí?, pues que el mentado Adam no era un soldado norteamericano, sino un muñeco comercializado por la empresa «Dragon Models USA Inc.», la que, al reconocer su producto en las fotografías, se comunicó con los medios a través de su Director de Marketing Liam Cusak para advertirles sobre el posible error. Los periódicos y las cadenas informativas dieron a conocer como cierto algo que no era más que una martingala. Horas después de distribuir la fotografía, las agencias pidieron a sus abonados que la retiraran porque podía tratarse de una imagen falsa. De acuerdo al periódico El Mundo (2/2/05), las agencias reconocieron que parecía un montaje, «aunque nadie se atrevía a afirmar que no existía ningún marine secuestrado».
La duda que sobrevuela el episodio, en definitiva, es saber si fue sólo un error imponderable en las rutinas periodísticas o si se trató de un paso más hacia la pérdida de credibilidad de los medios(1).
El descargo de la prensa
Cody es el nombre bajo el que se comercializó el muñeco de guerra. Según dan cuenta los medios(2), fue fabricado para engañar a los enemigos de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos, haciéndoles creer que había más soldados de los que realmente estaban apostados en el campo de batalla.
Santiago Lyon, Director de Fotografía de AP dijo «El principal error es que hicimos la investigación en el momento equivocado, es decir, una vez transmitida la fotografía. Después empezamos a tener dudas y un vendedor de juguetes nos avisó que parecía un muñeco» (Clarín, 4/2/05). También explicó que «Hablamos con las fuerzas armadas y nos aseguraron que no les faltaba nadie. También lo hicimos con Dragon Models. Entonces comenzamos a fijarnos en los detalles: la posición del cuerpo del sujeto, el color del arma, que no estuviera agarrada por delante y que el chaleco tuviera tanto armamento. Teníamos que haber visto todo esto antes de publicarla» (Echevarría, 2/2/05).
Daniel Peral, Jefe de Internacional de Televisión Española explicó que no siempre se fía de lo que aparece en las páginas web, «pero en este caso sí porque tenía el filtro de Reuters; además las fotos son más creíbles que los videos» (La Tribuna Hispana, 8/2/05).
Por su parte, fuentes del Departamento de Asignaciones de la CNN+ indicaron que las imágenes no se emitieron por la cadena porque «no se había obtenido la confirmación del secuestro por parte del Ejército de Estados Unidos… Seguimos el procedimiento habitual» (La Tribuna Hispana, 8/2/05).
El Mundo se excusa desviando la responsabilidad hacia las agencias: «Numerosos medios de comunicación de todo el mundo, entre otros elmundo.es, publicaron ayer por el error de las agencias la noticia del secuestro del soldado» (2/2/05).
Para continuar con la retahíla de explicaciones y justificaciones, Indira García, Jefa de Internacional de Antena 3 (España) asevera que «cuando llega un flash, un despacho urgente de agencias, hay que darlo… (nos fiamos) porque todas las agencias coincidían, incluso France Press, que utilizamos mucho para hablar de Irak porque tienen gente en el terreno… (además) se tomó la cautela de utilizar el habitual presuntamente, presunto secuestro» (Periodistadigital.com, nro. 1625). En el diario El País (España) se publicó la foto precisando que venía de una web islámica para luego, cuando se descubrió el engaño, valerse de la excusa de que «en la profesión se trabaja demasiado deprisa» (Díaz, 2005).
Finalmente, Miguel Salvatierra del diario ABC (España) apeló a la precaución y explicó que cuando publicaron la imagen aclararon que el secuestro no estaba confirmado y que la fuente era el medio AlYazira, porque al editor gráfico la foto le había parecido «rara» (Díaz, 2005).
A grandes trazos, la miríada de excusas pueden agruparse en tres grandes grupos: 1) la prisa con la que se trabaja en las rutinas periodísticas, máxime a la hora de cierre; 2) la atribución de responsabilidades en otros medios que se citan y se utilizan como escudos, sean estos grandes agencias o con el mismo estatus empresario; y, por último, 3) la cobertura legal con la utilización del potencial o recurriendo al «presunto», «sin confirmación», etc.
(Es de destacar que los medios rectificaron su error inmediatamente cuando lo descubrieron. Santiago Lyon sacó dos conclusiones del affaire: «una, que hay que extremar el rigor, y la segunda, que cuando se produzcan -y volverán a darse errores similares- se debe ser transparente y rectificar» (Echevarría, 2/2/05)).
La prisa diaria
Resultaría tedioso describir el trajín que se vive en un medio de comunicación al momento de cierre o de salida al aire de un noticioso. Informaciones que llegan y que hay que chequear, buscar fuentes para confirmar, redactar, editar, titular, cuidar aspectos legales, elegir qué se publica y qué no…
En un clima así pueden producirse errores, y de hecho ocurren. No se trata de una justificación, sino de una explicación(3). Nadie está exento de pifias, sólo hay que procurar que sean la excepción y no la regla. Si ocurrieren, nobleza obliga, se deben rectificar cuanto antes. En este punto -la rectificación-, los medios actuaron en el caso «Cody» como lo recomiendan los variopintos códigos de ética periodística del mundo.
El código del The New York Times reconoce una responsabilidad ética para corregir todos sus errores, grandes y pequeños. El diario «lamenta cada error y aplaude la integridad de un escritor que ofrece la corrección de su propia historia publicada». The Washington Post pregona que el periódico se empeña en minimizar el número de errores que cometen y para corregir los que ocurren. «La exactitud es nuestra meta; la franqueza es nuestra defensa», enfatizan (Centro Internacional para periodistas, 2005). La Nación asevera que «Debe ser el propio diario el que rectifique los errores en que pudo haber incurrido» (1997:47). El código de ética del desaparecido diario Perfil (1998:267) establecía que el ombudsman se encargaría de atender las quejas de los lectores, de velar por que se siguieran el estilo y la ética del diario y de investigar si ello no ocurría; posteriormente, sus conclusiones y comentarios debían ser publicadas en la sección «Ideas», y que «El periodista que reconoce inmediatamente los errores aumenta su credibilidad, reduce las demandas judiciales y los propios errores» (1998:37). Pero le faltó agregar «siempre y cuando no sean frecuentes».
Como es de esperar, el aspecto humano en la producción de noticias es ineludible, tanto para cometer errores, como para reconocerlos y remediarlos. No es de extrañar que errores y disculpas hayan visto la luz en el caso «Cody». Lo que se trata de establecer es si fue imposible evitar el desacierto y en qué medida conmovió la fe en los medios.
Sabido es que un solo desliz en una larga nota puede teñir de sospecha todo lo que allí se diga(4); y si los errores, por más pequeños que sean, se reiteran, el periódico pierde credibilidad.
«Precisión, precisión, precisión», exigía Joseph Pulitzer a sus periodistas. La exactitud es una condición imprescindible, así sea para grandes informaciones o para pequeños datos. La American Society of Newspapers Editor (Sociedad Estadounidense de Editores de Periódicos) realizó un estudio entre 1998 y 1999 en el que se identificaban a los errores de precisión, gramática y ortografía como las primeras causas del bajo nivel de credibilidad de la prensa norteamericana.
La Defensora del Lector de La Prensa de Panamá, Mileika Bernal, concuerda con estas ideas y cree que errores van a existir siempre, pero agrega que la inevitabilidad no es la única responsable. «Los errores también ocurren cuando los miembros de una sala de redacción no tienen el entrenamiento y recursos que necesitan para hacer las cosas bien. O cuando los miembros del personal no comprenden completamente sus responsabilidades. O cuando los editores jefes no enfatizan la precisión como una prioridad y detallan sus expectativas. Entonces, un valor fundamental del periodismo es atropellado por la presión de producir» (Bernal, 2005).
Por lo tanto, si la excusa para la equivocación en la noticia sobre Cody se apoya en las urgencias de la hora de cierre, el periodismo resulta herido. A los contraargumentos vertidos por Bernal pueden sumárseles los de Restrepo, a saber, utilizar en forma más inteligente el tiempo en la sala de redacción y la reasignación de recursos humanos y materiales a lo largo de la jornada laboral. Por último, siempre queda la opción de la abstinencia. Si no se está seguro de la veracidad de lo que se va a publicar, no hacerlo. De lo contrario, lo único que se logra es un periodismo de «baja calidad» (Restrepo, 2005).
Otros medios como fuentes
Las reglas del buen periodismo exigen que las fuentes sean citadas en todos los trabajos y que las noticias deban chequearse en más de una fuente. Existen ocasiones en que no es conveniente identificar las fuentes, pero se trata de situaciones excepcionales(5). Es decir, las fuentes son la base de la verosimilitud de los enunciados periodísticos.
El «Contrato Mediático»(6) entre el medio y el lector -descripto por Lucrecia Escudero (1996)- establece que se trata de un contrato fiduciario por el cual el lector se compromete a priori en creer lo que el medio le dice, quedando a posteriori la posibilidad de la confirmación de la noticia. La base del acuerdo es la credibilidad. Si no se cree en el medio, el contrato es imposible. En cuanto a la confirmación de la noticia -generalmente inconclusa- el medio debería darle al lector las herramientas por medio de las cuales podría verificar lo que está leyendo. Y las fuentes son las herramientas más importantes en ese sentido.
En el caso «Cody» los medios que dieron la información errónea se ampararon en que habían citado la fuente que, precisamente, era otro medio. Las agencias AP, Reuters, France Press o el medio Al Jazeera serían los culpables del desliz. Incluso -como ya se citara- se llegó a afirmar que «Numerosos medios de comunicación de todo el mundo, entre otros el mundo.es, publicaron ayer por el error de las agencias de noticias el secuestro del soldado» (El mundo, 2/2/05). En pocas palabras: la culpa es de las agencias, no del medio. La excepción fue la CNN+ que, al no poder verificar la información con las Fuerzas Armadas norteamericanas, prefirió no hacerla circular.
El procedimiento de la CNN+ es el que debió aplicar el resto de los medios: chequear el dato inicial con otras fuentes; dudar de lo que se estaba viendo en la fotografía(7) y buscar opiniones de expertos en imágenes. Algunos dudaron e igualmente dieron la noticia. Ocurrió que la carrera por la primicia difuminó los límites entre verdad y falsedad, debilitando la profesión periodística. Dar rápidamente una información impactante se impuso a los criterios de calidad. Miguel Wiñazki cree que «Hoy, ejercer el periodismo es también practicar la filigrana observacional de desocultar simulaciones. No es fácil, porque la ficción tiende mil trampas, se disfraza de realidad, persuade, hipnotiza, convence y a veces, es mágica, y viene de lejos» (Wiñazki, 2004). Este trabajo de deconstrucción no se realizó porque había una fuente para citar. Ahora bien, ¿cómo justificaron los medios la utilización de una sola fuente para fiarse y dar la noticia por cierta? Pues, porque la fuente de marras era otro medio.
Lucrecia Escudero (1997) explica que entre las fuentes informativas más utilizadas se encuentran otros diarios. Escudero habla de una caja de resonancia(8) que provoca dos efectos principales. Por un lado, la autolegitimación de los medios como fuentes fiables; y, por el otro, la homogeneización de la agenda informativa. Es decir, la noticia fue replicándose de un medio a otro con la fiabilidad que daba suponer que el medio que publica una información ya la verificó, por lo tanto se puede levantar y darla a conocer sin un nuevo chequeo, atribuyendo su origen (Colombo, 1997).
También Ignacio Ramonet menciona esta característica en el periodismo actual. Se refiere a que los medios funcionan entrelazados, en «bucles, de forma que se repiten e imitan entre ellos» (2001), provocando un «mimetismo mediático». Para Ramonet, los medios se citan unos a otros en una espiral vertiginosa de sobreinformación. Y se pregunta «¿Qué medios tiene el ciudadano para averiguar qué se falsea de la realidad? No puede comparar unos medios con otros. Y si todos dicen lo mismo no está en condiciones de llegar, por sí mismo, a descubrir lo que pasa» (2001).
Como lógica consecuencia de este procedimiento que utiliza una única fuente -otro medio- para chequear informaciones se ve incumplido el «Contrato Mediático», ya que el lector no puede verificar a posteriori la información que se le brinda. Ergo, los medios pierden credibilidad y, si después se descubre que lo que leyeron -o vieron- era un fraude, la desconfianza aumenta aún más.
Por otra parte, el «Manual de Estilo» de Clarín es ilustrativo en cuanto a las informaciones que provienen de agencias de noticias. En principio, el manual estipula que «Toda noticia debe estar debidamente chequeada y verificada y sustentarse en fuentes legítimas y representativas», para advertir, posteriormente, que «Todas las fuentes deben ser objeto de verificación o confrontación cuando ello fuere necesario, incluso los documentos oficiales» y si hay discordancia entre una agencia de noticias y otro tipo de fuentes, se debe recurrir a fuentes directas y fehacientes. Si la contradicción se plantea entre una agencia y el propio corresponsal, es este último quien tiene mayor crédito, previa evaluación de los editores (Clarín, 1997:24/25). Clarín es claro: las informaciones deben constatarse y las fuentes verificarse; más aún si se trata de agencias de noticias. Perfil también se guiaba con ese Norte: «No omitir las fuentes, y muy especialmente cuando se trate de otro medio» (1998:36). Por su parte, la Federación Internacional de Periodistas, en febrero de 2003 redacta una «Declaración sobre políticas para la Cumbre Mundial de la Naciones Unidas sobre la Sociedad de la Información», en la que su apartado 15 enfatiza «para que la información sea útil y para probar adecuadamente su credibilidad, se debe obligar a los proveedores de servicios de información que den a conocer los orígenes y la propiedad de toda la información que se pone a disposición del público».
Los medios soslayaron dichas premisas en el caso «Cody»: no chequearon la novedad, no buscaron otra fuente y se fiaron ciegamente en la agencia de noticias. Ergo, las posibilidades de equivocarse eran ingentes, algo que finalmente ocurrió y que contribuyó a lacerar sus credibilidades en mengua.
La cobertura legal
Si de medios de comunicación se trata, las informaciones que se publican pueden ser exactas o inexactas, es decir -sin entrar en disquisiciones sobre filosofía del lenguaje-, noticias que coinciden con la realidad o que difieren de ella.
Con las primeras, en principio no habría problemas; con las segundas, sí. Las noticias inexactas, a su vez, pueden ser erróneas o falsas. Son erróneas si no hubo intención de brindar información falaz, y falsas si hubo intención de engañar. Las responsabilidades de la prensa en ambos casos son disímiles.
Mientras que el caso de noticias falsas genera en el medio responsabilidades civiles -por el daño que causan- y penales -por la responsabilidad dolosa en ellas-, en las noticias erróneas estas responsabilidades pueden no existir si el error fuera inexcusable.
Existe un debate acerca de si los medios están expuestos «al inexorable deber de confirmar la veracidad de las noticias que obtienen por medio de las fuentes -las agencias noticiosas, oficinas de prensa del Estado, Policía Federal, etc.-, lo que en la práctica puede devenir imposible» (Zannoni y Bíscaro, 1993:66). Exigir la condición insalvable de la exactitud acarrearía derivaciones como la autocensura, pérdida de la libertad de expresión, menoscabo en el derecho a la información, desinformación de la opinión pública, debilitamiento de la democracia…
Ahora bien, el derecho de informar que tienen los medios está franqueado por el requisito «objetivo» de la verdad, conjugado con su referencia subjetiva: la actitud del periodista hacia la verdad.
Es que en el derecho a informar existen dos límites, uno interno y otro externo. El primero -el de la verdad- se refiere a los valores éticos y periodísticos que se siguen para crear la noticia y el externo está dado por los otros derechos que entran en juego cuando de información pública se trata (derecho a la intimidad, al honor, a la imagen…) (Zannoni y Bíscaro, 1993).
Para evaluar la responsabilidad de una información inexacta se debe ponderar a quién afecta. La doctrina de la «real malicia» distingue entre el ciudadano común y los hombres públicos o que intervienen en asuntos de interés público, que se ven afectados por aquella información, conjugando el distingo con la evaluación de la inexactitud entre errónea o falsa(9).
Si se continúa por los raíles legales, la doctrina del caso «Campillay» impuesta por la Corte Suprema de Justicia de la Nación brinda un paraguas protector ante informaciones que no se pueden confirmar como verdaderas al momento de darlas a conocer. La Corte indicó cuál es el proceder en estos casos: «propalar la información atribuyendo directamente su contenido a la fuente pertinente, utilizando un tiempo de verbo potencial, o dejando en reserva la identidad de los implicados en el hecho ilícito» (Zannoni y Bíscaro, 1993:50).
En la eventualidad, los medios que informaron sobre la detención del soldado John Adam atribuyeron la noticia a las agencias (AP, Reuter…) o dejaron traslucir alguna duda sobre su veracidad (utilizaron el «presuntamente», «sin confirmar»…). De este modo, en el hipotético caso de que la noticia hubiera afectado a alguien, los periódicos no habrían tenido responsabilidad jurídica por qué responder (aunque si hubiera existido un soldado John Adam en el ejército norteamericano estacionado en Irak, distinto podría ser el análisis).
Consecuencias y conclusiones
La libertad de expresión tiene límites externos e internos. Aquéllos se refieren a los derechos que pueden verse afectados por la difusión de noticias inexactas -incluso exactas-. Los medios deben tener presente los derechos personalísimos (a la intimidad, al honor, a la imagen…) antes de de difundir informaciones. En el caso «Cody», ningún tercero se vio perjudicado, por lo que se podría afirmar que no se transgredieron los límites externos del periodismo y no se produjeron consecuencias jurídicas para los periódicos.
Ahora bien, la noticia dada resultó ser inexacta y errónea, no falsa. No fue intención de los medios hacer circular una información que no se ajustaba a la realidad. La excusa fue que por el trajín cotidiano y por error de sus fuentes -las grandes cadenas informativas- el albur llegó al público como un hecho cierto. Hubo, entonces, inconvenientes con los límites internos de la libertad de expresión, tanto en su dimensión objetiva, como la subjetiva.
La dimensión objetiva -la correlación entre información y verdad- se vio quebrantada. John Adam no era un soldado atrapado por la resistencia irakí, ni siquiera era una hombre, sino un muñeco. Pero esta sola circunstancia no basta para desacreditar a los medios. Si la única posibilidad que tuvieran los periódicos para ejercer la libertad de expresión -tan cara a una sociedad democrática- fuera propalar noticias exactas, se podría caer en el riesgo de la autocensura y la mengua del derecho ciudadano a estar informado. Por ello es necesario evaluar la dimensión subjetiva del límite interno a la libertad de expresión: la actitud del informador hacia la verdad.
Los medios se parapetaron detrás de las agencias y en la prisa de la hora de cierre para excusar el equívoco. Mas esta actitud transgrede las normas básicas de las rutinas periodísticas: chequear la información, utilizar varias fuentes, dudar, buscar precisiones… (Colombo, 1997)(10)…
Los periodistas no vacilaron y, si lo hicieron, aún así dieron la noticia. La urgencia diaria no es excusa; es, en todo caso, una explicación para el periodismo de mala calidad (Restrepo, 2005).
En cuanto a las fuentes, todos se basaron en una única campana: la agencia de noticias. Es decir, no hubo verificación de la información con otras fuentes. Para colmo de males, la solitaria fuente era otro medio, lo que provocó los efectos de autolegitimación mediática y homogeneización de la agenda, con la consiguiente pérdida de solidez periodística de los medios (Escudero, 1997; Colombo, 1997 y Ramonet, 2001). Al quebrarse el «Contrato Mediático» (Escudero, 1996), la credibilidad del campo mediático se vuelve tan lábil como el papel de arroz. Si algunos medios pudieron dudar y no caer en la tentación de difundir una noticia incierta -v.gr. CNN+-, ¿por qué toda la prensa no actuó igual? La respuesta navega por las aguas azarosas de la competencia entre medios, la lucha por las primicias, el rédito que brindan las noticias sensacionalistas y la lasitud de las rutinas profesionales.
En resumidas cuentas, si bien no existieron consecuencias legales en el caso «Cody», sí se produjeron en el terreno de la credibilidad de la prensa. Santiago Lyon, Director de Fotografía de AP lo definió con claridad: «El principal error es que hicimos la investigación en el momento equivocado». Es decir, después de publicar la fotografía actuaron como tendrían que haberlo hecho antes: chequear la información con las Fuerzas Armadas, fijarse en los detalles de la imagen -máxime si tenían dudas-, buscar expertos en montajes fotográficos, contactarse con fábricas de muñecos… y, ante las sospechas, abstenerse de publicar.
NOTAS:
1 Recordar, v.gr., los casos de Jayson Blair en The New York Times y Jorge Zicolillo en la revista TXT, por citar algunos ejemplos conocidos y cercanos en el tiempo.
2 Clarín: «Autocrítica de las agencias que distribuyeron una foto falsa», 4 de febrero de 2005.
3 Javier Darío Restrepo en su «Consultorio Ético» de la Fundación Para un Nuevo Periodismo Iberoamericano (www.fnpi.org), en la consulta 507 del 16 de enero de 2005 responde: «La escasez de tiempo era una explicación, pero no una justificación para los errores que se reflejan en un periodismo de mala calidad…».
4 «La credibilidad depende del rigor con que se procese la información; menospreciar la exactitud es un suicidio… Hay dos tipos de errores que destruyen cualquier texto: la desinformación o la exageración. En una nota, el lector recibe veinte informaciones diferentes. Las diecinueve que él ignora son correctas. Una, la que él ya conocía, está equivocada. Ese lector pensará que las veinte estaban erradas» (Perfil, 1998:35).
5 Cuando la fuente pide reserva de identidad en casos en que puede perder el trabajo, la vida… El pedido debería ser analizado por las autoridades del medio que, de acuerdo a diversos códigos de ética, le exigirían al periodista que cite la fuente de otro modo sin ponerla al descubierto o que busque fuentes alternativas.
6 No debe confundirse con el «Contrato de Lectura» enunciado por Eliseo Verón, que sería un pacto por el que se construye un lazo que une en el tiempo a un medio y sus consumidores. Su objetivo es construir y preservar hábitos de consumo». En caso que el medio mute parcial o totalmente sus modalidades del decir, o el estilo en general -incluso sólo en sus tapas-, el contrato podría romperse.
7 Perfil recomendaba: «Dudar de todo, incluso de las propias conclusiones, y conservar una distancia crítica aun de las personas e ideas con las que simpaticen, lo hará al periodista mejor» (1998:37).
8 Cuando los medios dieron cuenta del yerro en el caso «Cody» mencionaron que la información fue «rebotando» de un medio a otro, haciéndose eco de la información falsa.
9 Para ampliar el concepto de la doctrina de la real malicia ver Miguel Angel Ekmekdjian (1992): Derecho a la información. Buenos Aires, Depalma.
10 Furio Colombo (1997) habla de una doble verificación: de la información en sí, y de la fuente (por qué habla, por qué ahora, qué intereses puede tener…).
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Publicado en Narrativas, nro. 4, abril / junio de 2005.