Pregunta a quemarropa

¿Por qué se leen las noticias policiales?

El consumo del género policial es creciente en diversos ámbitos.
Las razones de su lectura también son variadas.
Lo individual se conjuga con lo social, lo psicológico con lo material y práctico, y el llano morbo con la compleja visión de la sociedad.

Adrián Duplatt
[email protected]

El simple arte de preguntar

“¿Por qué se leen tanto las noticias policiales?”, inquiere el alumno en una asignatura de periodismo1. Sus compañeros yerguen sus cabezas para escuchar mejor la réplica. El profesor y el jefe de trabajos prácticos se miran y entrecierran los ojos a lo Clint Eastwood en “Harry El Sucio”. No esperaban aquel disparo. Ensayan respuestas rápidas, y esperan. El silencio los envuelve como una llovizna fría. El tubo fluorescente del techo parpadea y el viento zumba entre las rendijas de una ventana que nunca cerró bien. Los alumnos asienten circunspectos y no repreguntan. La clase sigue su derrotero. El profesor garabatea en el pizarrón sin dar señales de la contienda, pero está malherido. El alumno había dado en el blanco.

El interrogante, aun simple, demanda respuestas complejas. Para entender por qué se consumen las noticias policiales es necesario profundizar el tema y analizarlo desde varias perspectivas. Incluso la pedagógica. La literatura policial es el eje central de una unidad del programa de la materia que cobijó la duda de los alumnos2. Literatura policial y notas rojas o, sencillamente, literatura y periodismo. Senderos de un camino que no siempre se bifurca.

Las razones de la presencia del policial en el programa de estudios no es el objetivo de este trabajo; tampoco estudiar las consecuencias políticas y sociológicas del consumo de notas rojas, ni las causas del nacimiento y la presencia de los crímenes en la literatura, en las ciencias sociales y el periodismo. En todo caso, las explicaciones servirán para entender por qué se lee el policial, siempre y cuando esto sea así. Es decir, ¿realmente se leen las noticias policiales más que el resto de las informaciones del diario? ¿O es una afirmación que se sustenta en la intuición y la observación pasota de noticieros y diarios?

La lectura de policiales

El punto de partida del análisis es la premisa: antes de preguntar por qué se leen tanto las crónicas policiales es preciso saber si realmente se leen tanto, algo que por lo general se da por cierto sin respaldo empírico.

El periodista del diario El Patagónico de Comodoro Rivadavia en 2014 preguntaba en el título de su nota: “¿Por qué las noticias policiales interesan tanto a la sociedad?” y la periodista de La Nación, Ludmila Moscato hacía lo suyo un año antes: “¿Por qué los crímenes fascinan a la audiencia?”. A saber, alumnos de la Universidad Nacional de la Patagonia y periodistas de Comodoro Rivadavia y de Buenos Aires interpelan por lo mismo, dando por sentada la condición inicial del razonamiento. Especulan sobre los porqués, pero no apoyan la afirmación originaria. A pesar del prurito metodológico expuesto, es factible constatar que el estudiante y los periodistas estaban en lo cierto.

El diario El Patagónico -en línea3– publica los fines de semana una sección llamada “Las cinco más leídas”, donde se reflejan las estadísticas de la semana respecto a las noticias que tuvieron más entradas en su edición web. Haciendo un racconto de los meses de abril y mayo de 2015 surge que, en promedio, tres de las cinco noticias son policiales. El 60% de las noticias que más se leen de El Patagónico son policiales. Este dato no es extraño en el consumo de medios en la Argentina, sino que forma parte de la tendencia nacional.

Los resultados de la encuesta nacional de hábitos y prácticas de lectura, realizada en 2011 por la Secretaría de Cultura de la Presidencia de la Nación y la Universidad Nacional de Tres de Febrero4, convalidan la impronta del diario comodorense.

El primer registro a tener en cuenta es que el 78% de los encuestados dice leer el diario. El principal motivo esgrimido es “para estar informado” y en segundo lugar, “por placer”. Otro dato relevante es que bajó el número de los que leen el diario todos los días; hoy se lee en forma esporádica (algunos días)5.

Para entrar en el quid de la cuestión: en promedio, el 47% de los encuestados lee casi todo el diario y las secciones más consultadas por los lectores fueron “Deportes” con un 25% y “Policiales” con un 19%; les siguieron “Política Nacional”, “Clasificados” y otras.

Si se discrimina por sexo, la sección más leída por las mujeres es “Policiales” (19%) y la más leída por los hombres es “Deportes” (44%). Esta última sección es la que conmovió los promedios al duplicar los valores de las otras secciones, sea para varones o para mujeres, pero con una aclaración. A esos tiempos (mayo de 2015), las informaciones sobre la corrupción en la FIFA y el atentado con gas pimienta en cancha del Club Boca Juniors durante la Copa Libertadores se publicaron -en su gran mayoría- en las secciones y suplementos deportivos, a pesar de ser claramente delictivas. No obstante estas discutibles taxonomías, las noticias policiales son las más leídas por las mujeres y las segundas más leídas por los hombres, superando a temas políticos -nacionales o internacionales-, información general, salud, educación, servicios, clasificados, etc.

Otra encuesta, esta vez de la Fundación El Libro y la Universidad de San Andrés6, reflejó que el 86% de los consultados dice leer libros en general, el 80% lee el diario y el 75% lee revistas. De los lectores de libros, la mayoría lee novelas, de las cuales el 23% son policiales.

Las dos encuestas difieren muy poco en sus resultados. La primera, de prácticas y hábitos de lectura, anuncia que el 78% de los encuestados lee el diario y el 19% lee policiales -la sección más leída-; la segunda informa que el 80% lee el diario y, en el rubro novelas, el 23% lee policiales. No ficción y ficción coinciden en que el policial es lo más leído de sus producciones.

La propensión no es solo argentina, el crítico literario Pierre Lepape explicó en 2005 que en Francia la literatura policial es cada vez más prestigiosa y leída, en un entorno general de retraimiento del mercado literario en general7. Sin tener a mano recientes encuestas sobre prácticas culturales francesas, se basó en las estadísticas anuales del Sindicato Nacional de Editores y la base de datos Electre Biblio.

Por lo tanto, la respuesta a la incógnita sobre la fiabilidad de la premisa es clara: el género policial se lee más que otros, ya sea en el campo de la literatura o del periodismo. Restaría encontrar, entonces, las respuestas a ese interés de los lectores por las notas rojas.

Algunas consideraciones sobre el delito

El tópico del delito constituye un engranaje alambicado. Sus componentes principales son el delito propiamente dicho, su representación mediática y la sensación de inseguridad de los ciudadanos. Algunas relaciones entre ellos son paradójicas. Por ejemplo, mientras el delito baja, la sensación de inseguridad sube.

La Dirección Nacional de Política Criminal, dependiente del Ministerio de Seguridad, brindó la siguiente información: en el período 1991-2002, el delito casi se duplicó; en 2003 comenzó a bajar y en 2008 hay un leve repunte de los homicidios. Datos recientes de los registros de mortalidad del Ministerio de Salud de la Nación confirman la corriente: hubo 3352 homicidios en 2013, contra 2888 del año anterior8. Asimismo, la Asociación para Políticas Públicas (APA) reveló que Santa Fe y Chubut tienen las mayores tasas de homicidios del país, con 13,2 cada 100.000 habitantes en ambos casos9. El informe de APA coincide con los números oficiales del Chubut. En Comodoro Rivadavia. La Dirección de Estadísticas del Superior Tribunal de Justicia del Chubut informó que mientras el delito bajó en general10, aumentó levemente en cuanto a los homicidios a lo largo de los años 2012, 2013 y 201411.

De igual modo, en el marco del trabajo sobre delito y medios de comunicación, investigadores de la Universidad Nacional de la Patagonia establecieron que entre 2006 y 2010 los delitos denunciados en la Justicia en Comodoro Rivadavia fueron estables, con una tenue tendencia en baja: 2006: 6787 delitos; 2007: 6394; 2008: 6588; 2009: 6713 y 2010: 606012.

Por otro lado, según estadísticas elaboradas por las consultoras Latinobarómetro y TNS-Gallup, las mayores preocupaciones de los ciudadanos son la violencia y el delito, dejando atrás al desempleo y la inflación (Focás, 2015). Estos valores no son recientes, sino que marcan una tendencia desde hace una década. En 2015, las encuestas en Argentina mantienen a la inseguridad como la máxima inquietud de los ciudadanos13. Inseguridad, desempleo, inflación se reiteran en los primeros puestos de las consultas de opinión pública en la Argentina en un año electoral. La inseguridad puntea en solitario con valores -según los sondeos- que van entre el 42 y 49 % de los encuestados14.

Los periodistas de Página/12 Horacio Cecchi y Raúl Kollmann dieron cuenta en 2004 de los inicios de este fenómeno disonante. Afirmaron que el índice de delitos estaba bajando, mientras que la ola, o su sensación, parecían ir en sentido contrario. Fuentes de la Policía Federal testimoniaron: “Hay 53 comisarías en la ciudad. Cada una hoy registra un robo armado por día. La cifra es menor a la de otros años. Pero el dato se informa los medios (sic) como si fuera un asalto tipo comando”15. El sociólogo Gabriel Kessler también toma al año 2004 como significativo en el tratamiento periodístico del delito, donde se configura una nueva modalidad del campo. Por ello habla de un período

que se inicia a partir de la recuperación económica de 2004, denominado afianzamiento de la inseguridad, donde el tema es un problema público de primer orden y se consolida la imagen de la «nueva delincuencia» construida en la fase anterior, que vincula delito a crisis y se centra en jóvenes de sectores populares, muy distintos al «crimen organizado» (Kessler, 2009).

Este cortocircuito en la lógica de que a menos delito le correspondería menor sensación de inseguridad es explicado por Brenda Focás (2015) por la convergencia de dos caminos. Por un lado, los cambios en la forma de la vida. A partir de los noventa, la Argentina inmersa en el tsunami neoliberal vio afectada su vida en orden a las formas del trabajo, del sexo y el género, la urbanización, las tecnologías del control… El sociólogo Juan Pegoraro (1997) llama al estado social emergente de esos cambios el Paradigma de la Inseguridad, donde la incertidumbre no corresponde solo por el miedo a la violencia delictiva, sino también por el miedo a perder el trabajo, a no tener cobertura de salud, a las nuevas constituciones de las familias, etc. y a nuevos mecanismo de control social que se imponen. El sentimiento de inseguridad no es ajeno al nuevo paradigma.

El otro camino transita por los medios de comunicación. Explica Focás:

(…) los medios de comunicación pasaron a jugar un papel central en torno a la construcción de los discursos sobre la violencia urbana. En este sentido, diferentes estudios académicos coinciden en señalar que, en los últimos diez años, hubo un aumento en la representación mediática del delito, tanto en los medios gráficos como audiovisuales (Focás, 2015).

Asimismo, Kessler (2009) define el sentimiento de inseguridad de una sociedad como “una suerte de anticipación de un peligro percibido, más ligado a la percepción del entorno que a la experiencia personal”. El sentimiento no depende tanto de lo que le haya ocurrido a una persona, sino de lo que percibe en general a su alrededor, sea una vivencia directa o mediada a través de los medios de comunicación. El sentimiento de inseguridad se edifica con la realidad social personal de los individuos y a través de la realidad social públicamente relevante que se construye a través del periodismo.

Pegoraro, por su parte, distingue dos dimensiones en la inseguridad: la objetiva y la subjetiva. La primera es

[…] la probabilidad de ser víctima de un delito, probabilidad que debe relacionarse con el tipo de delito y por lo tanto con variables como edad, género, vivienda, trabajo, rutinas personales, pertenencia a una clase o sector social (Pegoraro, 2000:120).

La segunda -la subjetiva- se trata del temor a ser víctima de un delito, producto de la «construcción social del miedo asociado a diversos factores, en especial las noticias escritas o visuales que recogen los medios de comunicación» (Pegoraro, 2000:120).

La inseguridad subjetiva está relacionada con el pánico moral delimitado por Stuart Hall en los siguientes términos:

Cuando la reacción oficial hacia una persona o grupo de personas o serie de hechos es completamente desproporcionada a la amenaza representada, cuando los ‘expertos’, encarnados por los jefes de policía, el sistema judicial, los políticos y los editores perciben la amenaza de formas completamente disímiles […] cuando los medios […] enfatizan ‘repentinos y dramáticos» incrementos […] y ‘novedad’ por encima y más allá de lo que un estudio sobrio y realista podría sostener, entonces creemos que es apropiado hablar de los comienzos del pánico moral (Hall, cit. por Isla y Míguez, 2003:6).

Focás (2012) coincide -como se señaló- en señalar a los medios como coadyuvantes en el cortocircuito lógico. Los medios tematizan la inseguridad en lo cuantitativo y en lo cualitativo. No solo se publican más noticias policiales, sino que cambian sus características. Ahora son generalizadas, fragmentadas y ponen el foco en la víctima, lo que las hace más emotivas. El delincuente16 deja de ser un monstruo anormal para convertirse en un infractor de la ley en la vida cotidiana. Además, la víctima pasó a ser más importante que el victimario. El ciudadano consumidor de los noventa mutó a un ciudadano víctima receptor de un nuevo relato policial. Se edificó una nueva enunciación. La ingente cobertura acompaña dialécticamente las nuevas formas del relato policial en la prensa. El delito tiene su sección propia y su sombra se expande sobre el resto del diario.

Por ejemplo, la ciudad en Comodoro Rivadavia exhibe estadísticas que marcan una relación inversa entre delito real y cobertura mediática. Los diarios Crónica y Patagónico publicaron 263 noticias policiales en 2006 y 309 en 2006; es decir un aumento de más del 17%. En cambio, los delitos efectivamente denunciados en la justicia, para los mismos años fue de 6787 y 6713, respectivamente; es decir, las denuncias bajaron alrededor de un 1%17 en el mismo período.

En lo cualitativo, el discurso periodístico sobre el delito es alarmista. Todos los ciudadanos están en peligro. Los acontecimientos son ahistóricos, no tienen causas ni contextos. Se denuncian olas de inseguridad sin respaldo estadístico. Construyen casos testigos que facilitan la identificación de la víctima con el lector y erigen a aquel -la víctima- en representante de las mayorías. Desde las crónicas policiales, los protagonistas polarizados se construyen con distintas miradas. La víctima, una compasiva; el delincuente, una acusatoria, haciendo foco en una solución represiva del delito.

De igual modo, los medios audiovisuales aumentaron el tiempo que le dedican a la información policial. En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, las conclusiones de un monitoreo de programas noticiosos de canales de aire durante 2014, presentado por la Defensoría del Público en 2015, estableció que el 28% del tiempo y el 22,8% de las noticias emitidas correspondían a policiales; después le seguían deportes, información general e internacionales. El periodista Washington Uranga (2015) habla de que los canales de aire tematizan el delito. La tematización, entendida como la selección de un tema y su colocación en el centro de atención pública, es producto del sistema de medios y no de uno en particular (Duplatt, 2013). En todo caso, la investigación de la Dirección de Análisis, Investigación y Monitoreo de la Defensoría del Público ratifica su hipótesis de trabajo: la representación de casos delictivos son el eje sobre el que se organizan los noticieros de la televisión abierta.

La percepción del delito, entonces, está influida por los medios, tanto en lo cuantitativo como en lo cualitativo. Los medios no determinan el modo de la recepción, sino que condicionan los complejos procesos de resignificación o negociación simbólica de las audiencias.

La correlación de mayor cobertura mediática del delito con la mayor sensación de inseguridad puede ser cierta -dice Focás (2015)- si existe una consonancia subjetiva entre lo que se lee y el entorno personal del lector. Es decir, si la noticia resulta verosímil de acuerdo al conocimiento personal de la realidad que tenga el ciudadano.

El proceso de recepción es variopinto y no se dan relaciones directas entre cobertura mediática del delito y la sensación de inseguridad, pero los medios tienen la capacidad de crear agendas públicas y la del delito y sus riesgos es una de ellas. El razonamiento implícito es no decir cómo pensar, pero sí sobre qué pensar18.

Las estadísticas hablan de una merma en el delito real, mientras que la sensación de inseguridad aumenta. La paradoja puede explicarse con la mutación en la cobertura del delito por parte del periodismo. En los medios se publican más crímenes y el centro de la información son las víctimas.

Si bien la relación no es directa entre consumo de noticias y reacción del ciudadano, la influencia de los medios a través de una mayor cobertura del tópico y el cambio cualitativo en el tratamiento del delito es notoria a la hora de fijar agendas y construir representaciones sociales que guiarán al lector en su vida cotidiana y pública. Es importantes recordar que los ciudadanos, en su gran mayoría, leen diarios y en estos lo que más leen son los policiales. Pero, ¿por qué?

Explicaciones en grado de tentativa

Algunas investigaciones -ya citadas- mostraron que la gente lee diarios; otras, que los medios -diario o televisión- le dedican más espacio y tiempo a la información policial. Por lo tanto, no resulta extraño que otros trabajos muestren que la sección que más se lee en el diario sea la policial19. Tampoco sería descabellado inferir que, si los noticieros de aire de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires transmiten policiales casi el 30% de su tiempo, el espectador que se sienta a mirar las noticias, aun involuntariamente, lo que más consuma sean policiales.

Una primera explicación es obvia. Se consume más policial porque se publica más policial. Pero no por notoria es determinante. Tampoco alcanza la respuesta de sentido común que encuentra en el morbo la razón de la lectura de policiales. La atracción hacia lo desagradable está presente, en diferentes grados, en todo ser humano. Ergo, salvo casos patológicos, tampoco se presenta como una explicación completa.

Profundizando la cuestión, Kessler (2009) cree que las personas al leer los nuevos modos de las noticias policiales pueden realizar experiencias vicarias, que define como la forma de victimización indirecta más importante. Se entiende la experiencia vicaria como las sensaciones y emociones que se viven a través de las experiencias de otras personas. La experiencia no se completa apelando a la razón, sino a la emoción. Algo semejante especula el periodista y docente Víctor Latorre (2015) al afirmar que se leen los policiales a modo de alerta (a cualquiera le puede pasar) y por vivencias de experiencias vicarias.

De igual modo, para Focás (2015), las noticias policiales cooperan con un uso social o pedagógico de los medios. La información funciona como brújula que ayuda a un aprendizaje sobre el delito. El lector puede diagramar recorridos seguros por la ciudad, prevenirse ante determinadas modalidades criminales, conocer cómo actuar en casos similares al de la noticia… Existe una lectura preventiva de las crónicas policiales. El escritor Ernesto Mallo afirma que se lee para saber de qué hay que cuidarse. Saber para prevenir. Mallo desarrolla su idea y expresa:

Como vivimos en sociedades criminalizadas y en las cuales el crimen está en aumento, la gente tiene que saber cómo funciona para poder protegerse. El criminal opera sorpresivamente, rara vez anuncia lo que va a hacer, pero siempre hay señales, y creo que lo que hacen la ficción policial y los libros de no ficción es evidenciar esas señales, y acá viene la curiosidad de la gente: quiero saber de qué me tengo que cuidar (en Moscato, 2013).

El periodista español Lorenzo Gomis (1991) en su teoría del periodismo señala que los ciudadanos no pueden vivir sin un presente social que los envuelva y les sirva como referencia. La realidad social públicamente relevante construida por los medios es ese presente social. En tiempos actuales, una brújula de sentido que apunta porfiadamente al policial. La noticia no solo se lee, sino que se consulta, lo que implica una actitud pre y poslectura mucho más activa e interesada.

Dice Focás:

Al convertirse la ciudadanía en blanco de la inseguridad, el consumo de noticias policiales deja de ser un ejercicio morboso para convertirse en una sección de consulta cotidiana, ya que todos deben estar al tanto de lo que acontece en el mundo del delito (Focás, 2015).

Algo similar ocurre con la literatura policial. El escritor Rodrigo Fresán (2010), reflexionando sobre este punto, dijo: “un oficinista en la hora de su almuerzo lee el último thriller de éxito, tal vez buscando consuelo en un género en el que las cosas y los casos, para bien o para mal, se resuelven. Lo que –atención, advertencia– no siempre significa que ganen los buenos y los malos reciban su justo castigo”20.

Experiencias vicarias, usos sociales, consuelos… definiciones que se reiteran en los campos periodístico y académico.

La investigadora Stella Martini, señaló que desde hace veinte años los casos policiales han pasado a ser un capital muy fuerte en los medios. Hoy la noticia policial no es solo policial, sino que se derramó hacia la política; a través de la información de casos se cuestiona la gobernabilidad, se señala la inoperancia de los gobernantes y se pregunta qué hacen las autoridades para remediar la situación (en Fasoletti, 2014)21. En este sentido, el periodista Ricardo Ragendorfer explica que la amplificación de casos periodísticamente no relevantes tiene como fin instalar la inseguridad y el miedo para lograr una mayor política punitiva. Se está en presencia de una forma de control social que no es nueva (en Fasoletti, 2014).

(A principios del siglo XIX, la burguesía puso en manos de los trabajadores los instrumentos de producción. En ese momento fue necesario apartar a la delincuencia de los sectores populares. El obrero debía ver al delincuente como a un enemigo personal y cercano, no como lo hacía hasta entonces, casi como un héroe romántico. Además, para ayudar a un mejor aprovechamiento de los objetos y de las personas, todo en la sociedad debía ser controlado y vigilado. La individualización y la naciente policía se encargaron de velar por estos intereses. Es así, en este entorno, como surgieron los relatos de criminales en los periódicos, en los folletines y en la literatura. A través de la multiplicación geométrica de informaciones y ficciones sobre la delincuencia, se creó la figura del criminal como enemigo imperdonable y, a la vez, se justificó la vigilancia y el control social por parte del poder de turno. Asimismo, la actual diseminación de noticias policiales en la prensa contemporánea parece tener los mismos fines que en el siglo pasado: atemorizar y controlar (Duplatt, 2019)).

El investigador Esteban Rodríguez Alzueta historiza la dimensión literaria del tópico y señala que en sus inicios la literatura policial era seriada y se publicaba en los periódicos como folletín (en Fasoletti, 2014). Su público eran los sectores populares. En el presente, la frontera lábil entre diarios serios y amarillistas significó que periódicos tradicionalmente conservadores le dieran cada vez más espacio a las notas rojas. Para ello tuvieron que modificar sus contratos de lectura. Si antaño el crimen era procesado con valores de las clases populares –v.gr., la corporalidad-, las noticias de hoy son tamizadas por valores inmateriales como la justicia, la moralidad, el respeto a la propiedad, entre otros. La noticia de hoy no es UN delito, sino OTRO delito y no gira alrededor del victimario, sino de las víctimas, sean estas directas o potenciales. Se pasó de la crónica roja al periodismo de investigación, y del delito, al miedo al delito. Explica Rodríguez Alzueta (en Fasoletti, 2014) que cuando la noticia es la inseguridad todos temen ser la próxima víctima y por tanto todos tenemos algo para decir, una sensación para compartir. Algo de qué hablar.

Gomis (1991) en su Teoría del periodismo, especuló con que la gente consume periodismo para tener temas que comentar. Señala también que es más noticia un acontecimiento que genere más comentarios. Algo similar ocurriría en lo específicamente policial. Ante grandes crímenes inmersos en una pasmosa cobertura policial en general, ¿cómo quedarse afuera de las discusiones cotidianas sobre determinadas noticias? Hipótesis: los ciudadanos consumen noticias policiales porque les sirven de brújula de sentido en la vida cotidiana, pero además porque les permite integrarse en disímiles círculos sociales, laborales, etc. ¿Cómo quedarse ajeno a las especulaciones sobre el caso Nisman, donde parece haber ocurrido un misterioso crimen en un país que cuenta con un detective por habitante?

Pero no se debe olvidar que los imaginarios del delito se asientan sobre bases reales. El delito existe. Ante los casos criminales el lector puede sentir angustia y la necesidad de seguir el caso hasta su resolución. Si no se resuelve, la angustia pervive.

Rodríguez Alzueta explica que la noticia policial trabaja con las fantasías populares y que la crónica policial es una continua reescritura del cuento de caperucita roja y el lobo feroz. Mutatis mutandis, v.gr., los personajes (mujer/ violador, trabajador/ladrón, empresario/raptor, etc.), la estructura del relato se conserva (en Fasoletti, 2014). Las crónicas policiales se edifican como cuentos o, más precisamente, como melodramas.

El género melodramático conjuga la narración, el suspenso y los sentimientos de los lectores, apelando a la realidad conocible, pero siendo permeable a la ficción. Se trata de una alquimia entre lo popular en la vida cotidiana y lo mediático. Quien lee periódicos o mira televisión puede reconocerse y proyectar en ese discurso su propia conciencia -parte de la colectiva-, sus miedos, angustias y contradicciones en una sociedad en el que rara vez fue protagonista). El investigador Francesc Barata Villar cree que tal vez “los relatos de crímenes suplan una demanda de misterio que en otras épocas fue abastecida por la religiosidad y los mitos… la mayoría de los sin religión no se han liberado, propiamente hablando, de los comportamientos religiosos, de las teologías y mitologías”22 (Barata Villar, 1998:63). Es decir, se proyectan sentimientos agobiantes en un relato -el policial- que sabe amalgamar como ninguno las categorías de conflicto y enigma. Sin ellas, ningún relato es posible (Link, 2003).

La investigadora María Elena Sanucci (2005) también busca respuestas en las raíces del relato policial. Explica que el sensacionalismo de las notas rojas nace con el diario Crítica en 1913 y fue continuado por el diario Crónica desde 1970. Las narraciones del delito siguieron con la impronta del melodrama a través del folletín. Se narraban sucesos patéticos con exacerbación emotiva y con protagonistas polarizados y estructuras simples.

Para Sanucci (2005), la información con narración posibilita el aprendizaje y conocimiento del mundo e implosiona en el lector con experiencias y vivencias identitarias. De este modo, el policial actúa como mediador para develar cuestiones culturales, amén de las oscuras criminales. Ricardo Piglia (1986) completa esta visión y afirma que la realidad está urdida de ficciones y que la Argentina contemporánea es un buen lugar para ver hasta qué punto el discurso del poder adquiere a menudo la forma de una ficción criminal.

Los sectores populares no consumen el género policial por morbo, sino que se reconocen como actores de la realidad. Dice Rodríguez Alzueta: “A través de la lectura de las crónicas estos sectores tienen la oportunidad de identificarse con la víctima o los familiares de la víctima y proyectar sus miedos, sus angustias, sus problemas, sus reclamos, incluso sus esperanzas. Lo que le pasó a esa persona les puede pasar a ellos” (en Fasoletti, 2014).

El psiquiatra forense Mariano Castex (en Moscato, 2013) afirma que las marcas del horror son imborrables. El continuo bombardeo de los medios con información policial marca a fuego a las audiencias. Muchos crímenes son horrorosos e inexplicables. Por ello los lectores buscan soluciones informándose compulsivamente. Si no se obtienen respuestas, se obtienen dosis abrumadoras de angustia. Cómo hacer para que no les pase lo mismo que leen; pues leyendo más noticias. Saber tranquiliza.

La psicóloga Dora Laino (en Moscato, 2013) explica que lo sin sentido y la incertidumbre son atemorizantes. Para disipar el temor se buscan explicaciones con más información. La escritora Mercedes Giuffré (2012) también cree que las novelas policiales operan como catarsis de una realidad caótica y angustiante a nivel global. Si se atiende a una de las acepciones de la palabra “catarsis” como efecto purificador y liberador que causa la tragedia en los espectadores suscitando la compasión, el horror y otras emociones, se puede ver, intercambiando “tragedia” por “noticias sobre tragedias”, que la explicación es plausible para la información policial. La dicotomía evasión-reflejo del mundo parece desaparecer -agrega Giuffré-; el policial se convirtió en un espacio de reflexión desprejuiciada sobre nuestra época.

Parecería que el relato sobre el crimen tiene una función terapéutica. Parafraseando a Luis Alberto Spinetta, se diría que se busca allí el antídoto contra todos los males de este mundo23. La enumeración de adversidades es abrumadora: violencia, angustia, miedos, inseguridades…

No obstante, Martini no quiere dejar de lado el morbo para entender el consumo de noticias policiales. En todo ser humano están presentes el morbo y la curiosidad (en Fasoletti, 2014). Reflexiona que quizá se lea más el policial porque la estructura narrativa y temática es más fácil de entender que en las noticias políticas o económicas y señala que la sociedad se está acostumbrando a leer noticias breves y simples (en Fasoletti, 2014).

Sin embargo, más allá de la brevedad, la simplicidad no tiene que ser vituperada. La narración es otra forma de entender y explicar el mundo. No suplanta el camino racional-positivista, sino que lo complementa, aportando nuevas explicaciones desde otra dimensión cognoscitiva. Un artículo que provenga de las ciencias sociales o el periodismo siempre es perfectible. En él importa tanto el dato, como la forma en que se da a conocer. El periodismo narrativo presenta tales características. Fusiona investigación y técnicas literarias para llegar de manera verosímil, verídica y estética, a una verdad profunda destilada de la realidad social (Duplatt, 2006).

El estilo narrativo del discurso periodístico sobre el policial, entonces, potencia sus efectos. El investigador Damián Fernández Pedemonte señala:

Desde un punto de vista descriptivo, el periodismo narrativo parece estar en mejores condiciones de hacer comprensibles unas personas a otras, unos grupos humanos a otros, y esa es una buena finalidad del periodismo. Suscita interés, crea mundo en donde el lector puede instalarse para compartir experiencias, vivir vicariamente la vida de otro (Fernández Pedemonte, 2001:244).

Los medios hacen foco en el delito y lo simplifican. Lo tornan asequible para el lector/espectador abrumado por la realidad compleja y sombría, pero no todo es impuesto desde los medios. Ragendorfer cree que existe una relación dialéctica entre medios y ciudadanos. Por un lado el deseo de escuchar o leer y, por el otro, la imposición de la agenda. Entre ellos, el denominador común es el miedo. Existe una construcción del miedo y una identificación del enemigo (joven, morocho, de buzo y capucha…) (en Fasoletti, 2014).

Sanucci (2005) también deja claro que “la propagación mediática es posible porque hay una base de sustentación social evidente, basada en gustos populares y, a la vez, en la reproducción de un discurso hegemónico del orden social establecido”.

Para completar la descripción de la narración policial, puede decirse que su mirada es moralizante y normativa. El estilo hiperbólico y sensacionalista que impera en la mayoría de las notas rojas puede generar pánico moral en los lectores y llevarlos a la catarsis. El rol catártico “consiste en el efecto liberador, no solo de las pasiones de temor sino también de las propias tendencias violentas, conscientes o inconscientes” (Fernández Pedemonte, 2001:25).

Sanucci (2005) recuerda que Raymond Williams observaba que la violencia como amenaza lleva al miedo social. Una sociedad bombardeada por los medios con noticias policiales que plantean una escenografía violenta en cada esquina es factible que se torne conservadora y acepte restricciones en sus libertades individuales y en sus derechos sociales. De igual modo, el delincuente es identificado claramente, lo que abre las puertas a la xenofobia y la estigmatización de los pobres y jóvenes.

El ya mencionado uso del género policiaco como control social despierta otro tipo de interés para su lectura: el académico.

Policiales y sociedad

En busca de los últimos alegatos, se puede plantear la simbiosis entre la literatura policial y las crónicas delictivas. El periodista Sebastián Hacher piensa que se leen noticias policiales -amén del morbo- porque es lo más parecido a la literatura que se puede encontrar en un diario. Contiene elementos dramáticos y verosímiles, existe una estructura narrativa y puede ser entretenida (en Moscato, 2013).

En igual sintonía, el periodista Javier Sinay (en Moscato, 2013) afirma que la información policial condensa la subjetividad humana y el retrato social. Como una novela negra, la nota roja revela las pasiones del ser humano, sin dejar de describir el escenario donde se desarrolla el drama. Si pinta la sociedad como una novela negra, plantea misterios como la novela de enigma. Piglia explicó que el relato periodístico se ubica entre esos dos tipos de narraciones policiales y que, v.gr., en “El misterio de Marie Roger”, de E.A. Poe, los diarios son un mapa de la realidad que es preciso descifrar (Piglia, 1986). En este análisis, el lector se erige como detective en un juego marcado por la curiosidad.

Tal vez por ello el género policial trasciende lo periodístico y lo literario para trasladarse a lo académico. La matriz perceptiva para leer la sociedad en clave de policial fue descripta por Daniel Link en “El juego de los cautos…” (2003). A su vez, Link se pregunta qué hay en el policial para llamar la atención de historiadores, sociólogos, psicoanalistas y semiólogos. La respuesta la halla con la ayuda de Roland Barthes, Michel Foucault, Jacques Lacan, Walter Benjamin, Antonio Gramsci, Marshall Mc Luhan, Gilles Deleuze, Tzvetan Todorov, Ricardo Piglia, Jean-François Lyotard y varios otros; todos ellos que le dedicaron varias páginas a la relación promiscua entre lo policial y la sociedad.

Link refiere una ficción que desnuda el carácter ficcional de la verdad. La verdad es discursiva. Emerge del texto y solo del texto. En el campo de la literatura, la propuesta parece inocente. La trama se complica si se entra al discurso de la no ficción y el periodismo. La verdad estaría solo en el diario o el noticiero, clausurando otros caminos. Lo policial -continúa Link- preserva la ambigüedad racionalidad-irracionalidad y su elucidación a través de los signos lo hace atractivo. Por último -y más profundo-, se trata de un género que despoja a las clases populares de sus héroes, instaurando la esfera autónoma del delito (Link, 2003).

En consecuencia, estudiar la historia, la estructura y la lógica de funcionamiento de una narrativa que describe cabalmente la sociedad y la desnuda tal cual es en su superficie y en sus abismos seduce a los académicos de campos heterogéneos. En el galimatías de signos que es el mundo, la clave de lectura reside en el género policial. No importa la índole del acontecimiento. Todo cae bajo la lupa del policial. Poco afecta si el suceso es político, social, económico o deportivo, igualmente resulta sospechoso.

Crímenes, misterio, verdades, sospecha; titiriteros en las sombras, culpables aparentes, desconfianza… ¿literatura o realidad?

Epílogo

El género policial es lo más leído, tanto en literatura como en periodismo. La miríada de razones es compleja. Los especialistas provenientes de las ciencias sociales, del periodismo y la literatura lo explican a través de su conformación como género -con sus condimentos sociales y políticos-, de su estructura narrativa y de procesos psicológicos que se conforman en los consumidores.

A las razones más pedestres para su lectura, como la curiosidad y el morbo, se suman otras más vastas: el uso social y pedagógico de la noticia policial, las experiencias vicarias y las proyecciones en los protagonistas de los sucesos, las identificaciones con las víctimas, la resolución de las angustias por el omnipresente delito y los efectos catárticos. Tampoco es desdeñable que lo policial desborda hacia otras secciones del diario y que los medios le dedican más espacio y tiempo al delito. De esta manera, si el crimen está en agenda, es necesario informarse sobre él y, aun involuntariamente, caer en su lectura. Además, si se narra como un cuento, sencillo de leer y entretenido por sus cuotas de misterio, enigmas y conflictos, más fácil es consumir y comentar su contenido.

Escritores y lectores se solazan con el policial; los medios y los periodistas exprimen el delito y lo ciudadanos leen y comentan sus noticias; la sociedad se puede descifrar como un policial y los académicos lo estudian en busca de respuestas soterráneas. Del crimen y castigo se pasó al crimen y relato.

El género policial es, entonces, un punto de sutura entre la literatura, el periodismo, la sociedad y las ciencias sociales. Eso es todo, que no es poco.

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Notas

1 Clase de Comunicación Escrita III (hoy Taller de Producción de Contenidos) de la Licenciatura en Comunicación Social, Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco (mayo de 2015).

2 Para consultar la fundamentación de la literatura policial en el programa de Comunicación Escrita III, ver Narrativas (www.narrativas.com.ar/esc III programas.html).

3 www.elpatagonico.net

4 Se encuestó a la población de más de 12 años en localidades de todo el país de más de 30.000 habitantes.

5 Otro dato de interés para la región: en la Patagonia es donde más se leen diarios (88% de los encuestados), superando al Noroeste (85%), Cuyo (83%), Centro (79%), Noreste (72%) y GBA (75%).

6 Universia Argentina: “La mayoría de la gente afirma leer por placer”. www.universia.com.ar 17.1.2008.

7 Pierre Lepape (2005): “La devoradora pasión por el policial”, en Le Monde Diplomatique, nro. 74. agosto de 2005.

8 Daniel Gallo (2015): “Cifras oficiales: creció un 16% el número de asesinatos en el país, en La Nación, 28.5.2015.

9 Ibidem.

10 http://www.juschubut.gov.ar/index.php/areas/administracion-general/direccion-de-administracion

11 Diario Patagónico: “El “detrás” de un doble homicidio”: “éramos una familia”, 20.5.2015.

12 La representación social del delito en los medios gráficos de Comodoro Rivadavia (Chubut) y su incidencia en el control social durante el período 2003 – 2009. Dirs. Adrián Duplatt y Daniel Pichl. Aval Acad.: Res. R/7 388/2010. Facultad de Humanidades y CC.SS. – UNPSJB.

13 Luis Majul (2015): “La encuesta que alegra a Macri y preocupan a Scioli”, La Nación, 12.2.2015.

14 Consultora de Hugo Haime, inseguridad: 47% (Clarín: “La muerte de Nisman, una muerte más”, 3.6.2015; IPSOS PUBLIC AFFAIRS, inseguridad: 42% (febrero de 2015); Centro de Estudios de Opinión Pública (CEOP), inseguridad, 49% (Raúl Kollman: “Pronósticos optimistas para 2015”, Página/12, 4.1.2015).

15 Horacio Cecchi y Raúl Kollmann: “Cómo se fabrica la sensación”, Página/12, 3.6.2004.

16 Término utilizado para simplificar las ideas y la redacción, sin dejar de tener presente todos son inocentes hasta recibir una condena firme de la justicia. No obstante ello, es común leer y escuchar la palabra “delincuente” en los medios.

17 La representación social del delito en los medios gráficos de Comodoro Rivadavia (Chubut) y su incidencia en el control social durante el período 2003 – 2009. Dirs. Adrián Duplatt y Daniel Pichl. Aval Acad.: Res. R/7 388/2010. Facultad de Humanidades y CC.SS. – UNPSJB. (Análisis realizados bajo el paraguas de la cifra negra del delito: crímenes no denunciados y que no figuran en las estadísticas oficiales).

18 Sin olvidar las posibilidades de influir en el modo de pensar a través de la jerarquización de la información.

19 Con la cortapisa de la sección “Deportes” para los hombres.

20 Rodrigo Fresán (2010): “Noir”, en Página/12, 23.2.2010.

21 Radio Rivadavia de Buenos Aires organizó en octubre de 2014 una mesa redonda con especialistas del delito y el periodismo. El tema del encuentro fue el auge de la noticia policial y fue coordinado por la periodista Analía Fasoletti (2014). Los presentes fueron Stella Martini, Ricardo Ragendorfer y Esteban Rodríguez Alzueta.

22 Citando a Mircea Eliade.

23 … Lo obligaremos a dar su corazón / a dar el antídoto contra todos los males de este mundo… Vamos en procura / de un genio tirador / que pruebe con nosotros o busquemos la forma. / De algo que nos cure la preocupación / algo que nos sirva / contra todos los males de este mundo (Spinetta Jade, 1981, disco: “Los niños que escriben en el cielo”.