Michel Foucault y la literatura policial

VIGILAR Y NOVELAR

A principios del siglo XIX, la burguesía puso en manos de los trabajadores los instrumentos de trabajo. En ese momento fue necesario apartar a la delincuencia de los sectores populares. El obrero debía ver al delincuente como a un enemigo personal y cercano, no como lo hacía hasta entonces, casi como a un héroe romántico.

Además, para ayudar a un mejor aprovechamiento de los objetos y de las personas, todo en la sociedad debía ser controlado y vigilado. La individualización y la naciente policía se encargaron de velar por estos intereses.

Es así, en este entorno, como surgieron los relatos de criminales en los periódicos, en los folletines y en la literatura. A través de la multiplicación geométrica de informaciones y ficciones sobre la delincuencia, se creó la figura del criminal como enemigo imperdonable y, a la vez, se justificó la vigilancia y el control social por parte del poder de turno.

La actual diseminación de noticias policiales en la prensa contemporánea parece tener los mismos fines que en el siglo pasado: atemorizar y controlar.

Adrián Duplatt

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El otro enigma

Si el tema es el origen de la novela policial, nombrar a Edgar Allan Poe es inevitable. “El misterio de Marie Roget”, “La carta robada” y “Los crímenes de la calle Morgue” son los cuentos fundacionales de los relatos enigmáticos, donde un sagaz personaje logra, armado únicamente de su ingenio, resolver los casos criminales más intrincados. Poe encontró simultáneamente, sin proponérselo, las reglas de la investigación policial y de la novela policial1.

También Conan Doyle -con Sherlock Holmes-, Chesterton -con el Padre Brown-, Gaboriau -con el folletín «El caso Lerouge»-, Dickens, Wilkie Collins y varios más, hicieron sus aportes al género.

El policial, amén de ser un género literario, es un estilo y un tema que contamina otros géneros, como dice Marcela Groppo, en la actualidad supera los límites de la literatura: crónicas, películas, series televisivas, telenovelas, historietas, investigaciones periodísticas2.

Mucho se ha escrito sobre literatura policial, su cronología, técnicas y variantes, pero existe un aspecto que no ha sido suficientemente explorado y que puede resumirse en las siguientes preguntas: ¿por qué surge, a mediados del siglo XIX, en Norteamérica, Inglaterra y Francia –por ejemplo-, este tipo de narración? ¿Qué condiciones socio-económica, políticas y culturales contribuyeron a que el género policial naciera y se desarrollara en la forma en que lo hizo?

El análisis para tratar de develar estos interrogantes puede dividirse en dos: un aspecto superficial representado por la sociedad burguesa en crecimiento -a comienzos del siglo XIX-, y un aspecto profundo: las nuevas tecnologías políticas de las que se vale esa burguesía para afianzar su poder.

A su vez, dicho análisis estará teñido por nuevas teorías sobre el poder y el control social, en las que el discurso es un elemento insoslayable. Es que, como afirma Foucault, «el discurso no es simplemente aquello que traduce las luchas o los sistemas de dominación, sino aquello por lo que, y por medio de lo cual se lucha, aquel poder del que quiere uno adueñarse»3.

Saber es poder, y la relación funciona a través del lenguaje. Y la literatura policial es una forma de discurso.

Policía y propiedad privada

Con respecto al primer nivel de análisis, puede decirse que solo unas circunstancias históricas precisas hicieron posible el surgimiento del relato policial.

El nacimiento de las grandes ciudades, con sus secuelas de hacinamiento y crecimiento demográfico exacerbaron el crimen. Los burgos originarios de la Edad Media dieron cabida -gracias a la necesidad cada vez mayor de comerciar- a grandes masas de población, en las cuales había elementos criminales.

Por su parte, la Revolución Industrial, iniciada en el s. XVIII, movilizó hacia las ciudades a grandes masas de campesinos desocupados. Los labriegos fueron convertidos en obreros; la tierra fértil, reemplazada por la fábrica.

Los textos de aquella época «constituyen la respuesta visceral de una sociedad con formas, usos, valores, tradiciones, mitos y costumbres ancestrales, que se esfuerza en vivir en un medio en el que no está acostumbrada -la ciudad- donde la aglomeración humana provoca un incremento de la criminalidad (…) reflejan la eterna lucha del bien contra el mal. Un bien que es orden y un mal que es todo aquello que lo contradice»4.

Asimismo, los relatos policiales podrían haber suplido -o suplir- la demanda de misterio que en otras épocas fuera abastecido por la religiosidad y los mitos. La mayoría de los ateos o de los no religiosos no se liberaron totalmente de comportamientos religiosos, de las teologías y mitologías5.

Más tarde se crearían los cuerpos policiales organizados y nacerían las modernas técnicas criminalísticas. En el siglo XIX ven la luz la dactiloscopía, la antropometría, la toxicología, la medicina forense y la balística, entre otras disciplinas que ayudan a los flamantes policías a resolver los casos que se les presentan6. Hacen su aparición los primeros folletines y la prensa recoge y difunde las narraciones de los delitos más espeluznantes.

Pero, ¿cómo pueden escribirse e imprimirse estos relatos de crímenes y ejecuciones si es que la impresión estaba controlada estrictamente? La respuesta, para Foucault, es que pueden ser impresos y puestos en circulación porque se espera de ellos un efecto de control ideológico.

Es que la dominación social no sería una imposición desde el exterior, sino -como explicara Gramsci- “un proceso en el que una clase hegemoniza y tiene el poder en la medida en que representa intereses que también reconocen de alguna manera como suyos las clases subalternas»7.

El género policial se convierte, de este modo, en la forma más abierta del slogan fundamental de la sociedad burguesa sobre la propiedad. Para el cineasta Serguei Eisenstein, toda la historia del policía se desarrollaba alrededor de la lucha por la propiedad.

En ese ámbito son muy interesantes las modificaciones sufridas por el material policial; por ejemplo, al inicio del XIX, que coincide con el desarrollo de la burguesía, ¿quién se destacaba como protagonista? El aventurero, el criminal -el conde de Montecristo, Rocambole, aun sin ser protagonistas de novelas estrictamente policiales-. Es decir, héroes que están ligados a la protesta romántica y, por lo tanto, son magnánimos.

Existía una mirada desconfiada hacia el aparato judicial, lo que se tradujo en complacencia para con algunos criminales, quienes aparecían como representantes de la verdadera justicia.

Los delincuentes son bien tolerados por la población y eso representaba un gran inconveniente para la burguesía8.

Más tarde, a partir de la segunda mitad del siglo XIX ¿quién se convierte en el protagonista? El investigador. El tutor del patrimonio, el que “pesca” a los canallas que osan atentar contra la propiedad. En el transcurso del siglo XIX se dio, pues, una mutación en el centro de gravedad de las historias criminales9. Esa traslación en el protagonismo del policial coincide con el ascenso de la burguesía y la necesidad de éstos de preservar sus propiedades.

Los “nuevos ricos” debían no sólo conservar lo que poseían, sino multiplicarlo. El sistema de poder imperante en la época -las monarquías absolutas- no les convenía. Tenía demasiadas fallas; mucho se perdía. Debían, por lo tanto, encontrar un sistema que satisficiera mejor sus expectativas.

El poder de la burguesía

Michel Foucault explicó que el sistema de poder de las monarquías imperantes en Europa en los siglos XV a XVIII tenía dos fallas. El primer inconveniente era la discontinuidad y el segundo, que era excesivamente oneroso.

La primera falla se debía a que el rey no podía controlar todo lo que ocurría en sus dominios; y en el tema “comercio” la disfunción del sistema era tal que el contrabando llegó a ser tan, o más importante que el intercambio legal, y se constituyó, así, en un flujo económico descontrolado que producía ingentes pérdidas a los comerciantes. Flujo al que la incipiente burguesía quería poner fin.

La segunda falla era la onerosidad de la forma en que los monarcas ejercían su poder. El poder consistía en recaudar y obtener tributos. Impuestos y diezmos iban a parar al tesoro real y esto tampoco era tolerable para la burguesía10.

La necesidad de contar con un poder que pudiera controlar minuciosamente las cosas y las personas, pero que a la vez no sea oneroso y facilitara el comercio, llevó a Occidente a la creación de una nueva tecnología política: la disciplina y las técnicas de individualización.

Disciplina e individualización

La disciplina constituyó un invento tan importante como la máquina a vapor. Con las técnicas de individualización el poder encontró la manera de controlar la conducta de los hombres, cómo vigilarlos, cómo buscarles el lugar en la sociedad de tal manera que produzcan más. Los ejemplos más visibles de las técnicas de disciplina e individualización lo constituyen el ejército y las escuelas, pero se aplican a cualquier orden de la vida cotidiana y a la población como conjunto humano y herramienta de producción11. Todo se numera y etiqueta para un mejor control.

En 1836 Balzac escribió: “Pobres mujeres de Francia. Querrías de muy buen grado seguir siendo desconocidas para hilar vuestra pequeña novela de amor. Pero cómo vais a poder lograrlo en una civilización que hace consignar en las plazas públicas la salida y la llegada de los carruajes, que cuenta las cartas y las sella una vez a su recepción y otra a su entrega, que provee a las casas de número y que pronto tendrá a todo el país catastrado hasta en su mínima parcela…”12 .

Desde la Revolución Francesa una extensa red de controles había ido coartando, cada vez con más fuerza en sus mallas, a la vida burguesa. La numeración de las casas en la gran ciudad da un apoyo muy útil al progreso de la normalización. La administración napoleónica la había hecho obligatoria para París en 1805.

Medidas técnicas tuvieron que venir en ayuda del proceso administrativo de control. Surge la posibilidad de determinar las firmas personales y la fotografía.

La fotografía posibilita, por primera vez, retener claramente, y a la larga, las huellas de un hombre. Las historias detectivescas surgen en el instante en que se asegura esta conquista, la más incisiva de todas, sobre el incógnito del hombre13.

Las incipientes novelas policiales tenían dos protagonistas imprescindibles: el detective-investigador y el delincuente. Y es aquí donde entra verdaderamente en juego la lógica profunda del sistema de poder de la burguesía. El papel de la delincuencia en el sistema capitalista es indispensable para entender el por qué del surgimiento de la novela policial en el momento histórico en que se consolida el sistema económico burgués. Empieza, así, el segundo nivel de análisis.

La delincuencia funcional

La pena de prisión fue denunciada como el gran fracaso de la justicia penal desde comienzos del siglo XIX, y en los mismos términos que se la cuestiona hoy en día.

Son pocos los penalistas que no estén convencidos de que la prisión no consigue los objetivos que le han asignado: la tasa de criminalidad no disminuye; la cárcel lejos de resocializar, fabrica delincuentes; aumenta la reincidencia; no garantiza la seguridad… De todas formas, los establecimientos penitenciarios siguen estando llenos.

La prisión, lejos de transformar al delincuente común en gente honrada, fabricaba -y fabrica- más delincuentes o los hunde todavía más en la criminalidad.

Sin embargo, ese “fracaso” del sistema penal fue convertido en beneficioso para la burguesía. La prisión es, así, un instrumento de gestión y de control diferencial de los ilegalismos. En este sentido lejos de constituir un fracaso, la cárcel, por el contrario, ha conseguido triunfar claramente a la hora de definir un determinado tipo de delincuencia, la delincuencia de las clases populares; ha logrado producir una determinada categoría de delincuentes, identificándolos para mejor diferenciarlos de otras categorías de infractores provenientes de la burguesía14.

Como es habitual, en el mecanismo del poder ha existido siempre una utilización estratégica de lo que era un inconveniente. La prisión fabrica delincuentes, los que, al final de cuentas, son útiles para fines políticos y económicos. Prostitutas, rateros, soplones, rufianes, homicidas, ladrones, hampones rompehuelgas… todos tienen su lado positivo para el poder15. Eugène François Vidocq, en Francia, es un buen ejemplo de ello. Vidocq era contrabandista, rufián y desertor; fue a prisión y salió convertido en confidente de la policía. Después fue policía y terminó siendo jefe de servicios de seguridad. Todo un símbolo.

De obreros y delincuentes

En el siglo XIX los obreros sentían miedo y odio hacia los delincuentes, ya que estos estaban al servicio de los gobernantes en las luchas que mantenían los primeros por sus reivindicaciones sociales. Por otra parte, el trabajo de las penitenciarías -a muy bajo precio- provocaba otro tipo de enfrentamiento con los trabajadores, que veían como sus faenas eran desarrolladas y pagadas a los criminales, quienes, con sus bajos salarios acaparaban el mercado laboral.

Pero esto, como ya se señalara anteriormente, no fue siempre así. En el siglo XVIII algunos delincuentes eran famosos y se los bien recibía tanto en las casas campesinas, como en los palacios aristocráticos u hogares burgueses. Algunos criminales -no todos- eran tolerados por la población. No existía una clase autónoma de delincuentes. Eran recibidos por la burguesía, por la aristocracia y por el campesinado en los lugares por los que pasaban, y protegidos por todos.

A pesar de que las compañías comerciales publicaban boletines para desprestigiar a los delincuentes, como los de la francesa «Compagnie des Fermes» que referían los crímenes de un tal Montaigne que estaba a la cabeza de una banda, el efecto conseguido era más bien contrario al buscado.

Es que el delincuente –o condenado, según el caso- era visto como un héroe por los sectores populares. La multiplicidad de sus andanzas, ampliamente publicitadas y, a veces, el arrepentimiento expuesto en el momento de la ejecución los hacía ver como luchadores contra el “gran poder” opresor.

“… Contra la ley, contra los ricos, los poderosos, los magistrados, contra la gendarmería o la ronda, contra la recaudación de impuestos y sus agentes, [el condenado] aparecía como protagonista de un combate, en el que cada cual se reconocía fácilmente. Los crímenes proclamados ampliaban hasta la epopeya unas luchas minúsculas que la sombra protegía cotidianamente. Si el condenado se mostraba arrepentido, pidiendo perdón a Dios y a los hombres por sus crímenes, se le veía purificado: moría, a su manera, como un santo. Pero su misma irreductibilidad constituía su grandeza: al no ceder en los suplicios, mostraba una fuerza que ningún poder lograba doblegar. “El día de la ejecución, frío, sereno e impasible, se me vio hacer sin emoción la pública retractación, téngase o no por increíble. Luego en la cruz fui a sentarme sin que tuvieran que ayudarme” –Jácara de J. D. Langlade, ejecutado en Avignon en 1768-.

”…el criminal de las hojas sueltas, de las gacetillas, de los almanaques, de las bibliotecas azules, lleva consigo, bajo la moral aparente del ejemplo que no se debe seguir, toda una memoria de luchas y enfrentamientos. Se ha visto a condenados que después de su muerte se convertían en una especie de santos, cuya memoria se honra y cuya tumba se respeta…”16.

Los folletines y papeles sueltos debían ser herramientas de control ideológico, “fábulas verídicas de la pequeña historia”, según Foucault. Servían a la proclamación póstuma de los crímenes que justificaba la justicia, pero también glorificaban al criminal. Y este era un gran inconveniente. Pronto los reformadores del sistema penal pidieron la supresión de esas hojas sueltas.

Entre el pueblo, los boletines desempeñaban el papel de epopeyas menores y cotidianas de los ilegalismos, pero perdieron importancia a medida que se modificó la función política del ilegalismo popular.

Los nuevos ricos y la nueva moral

Cuando la capitalización puso en manos de la clase popular una riqueza investida bajo la forma de materias primas, de máquinas y de instrumentos, fue absolutamente necesario proteger esa riqueza17.

La sociedad industrial exigía que la riqueza esté en manos no de sus dueños, sino de aquellos que podían obtener más beneficios de ella trabajándola. ¿Cómo proteger esa riqueza? mediante una moral rigurosa; de ahí la campaña de cristianización de los obreros durante el siglo XIX. Había que separar al obrero del criminal.

Fue necesario constituir al pueblo en sujeto moral, separarlo de la delincuencia18; mostrar al criminal como peligroso no solo para los ricos, sino también para los pobres; había que mostrarlos como viciosos y origen de todos los peligros.

Y aquí es donde se produce el nacimiento de la literatura policíaca y la importancia de los periódicos de sucesos, de los relatos de horribles crímenes19. Las noticias de robos y muertes provocan el miedo a la delincuencia y justifican la presencia de la policía en la vida cotidiana de los ciudadanos; se justifica que ellos estén permanentemente vigilando y controlando.

La literatura funcional

Para Foucault la desaparición de las hojas sueltas y boletines que daban cuenta de las actividades criminales, se fue dando a medida que surgía una nueva literatura del crimen, en la que este aparece glorificado, “pero porque es una de las bellas artes, porque solo puede ser obra de caracteres excepcionales, porque revela la monstruosidad de los fuertes y de los poderosos, porque la perversidad es todavía una manera de ser un privilegiado: de la novela negra a Quincey, o del Castillo de Otranto a Baudelaire, hay toda una reescritura estética del crimen, que es también la apropiación de la criminalidad bajo formas admisibles”20.

En apariencia se trata del descubrimiento de la belleza del crimen; “de hecho es la afirmación de que la grandeza también tiene derecho al crimen y que llega a ser incluso el privilegio exclusivo de los realmente grandes. Los bellos asesinatos no son para los artesanos del ilegalismo… a partir de Gaboriau,… responde a este primer desplazamiento, con sus ardides, sus sutilezas y la extremada agudeza de su inteligencia, el criminal que presenta se ha vuelto libre de toda sospecha; la lucha entre dos puras inteligencias –la del asesino y la del detective- constituirá la forma esencial del enfrentamiento»21.

Así, lejos se está de los relatos que detallaban las andanzas de los criminales, de la descripción de los hechos y de la confesión y arrepentimiento.

Ahora se está ante el lento proceso de la investigación y descubrimiento del crimen. Se pasa del enfrentamiento físico con el poder a la lucha intelectual entre el criminal y el investigador.

Foucault afirma que desaparece, de este modo, la gloria del malhechor rústico y la sombría glorificación por el suplicio. El hombre del pueblo es ahora demasiado sencillo como para convertirse en protagonista de las verdades sutiles.

“En este nuevo género no hay ya ni héroes populares ni grandes ejecuciones; se es perverso, pero inteligente, y de ser castigado no hay que sufrir. la literatura policíaca traspone a otra clase social ese brillo que rodeaba al criminal. En cuanto a los periódicos, reproducirán en sus gacetillas cotidianas la opaca monotonía sin epopeya de los delitos y de sus castigos. A cada cual lo que le corresponde, que el pueblo se despoje del viejo orgullo de sus crímenes; los grandes asesinatos se han convertido en el juego silencioso de los cautos”22.

Es así que a mediados del s. XIX, «la burguesía transforma este sujeto social [el criminal] en héroe literario y le otorga los rasgos de clase social de ella. El delincuente ya no pertenece al pueblo y el crimen no es considerado desde su aspecto moral, sino desde la forma perfecta que lo constituye como una de las bellas artes que solo la burguesía es capaz de producir»23.

El relato policial construye un delincuente burgués, inteligente, que compite con el detective en un pie de igualdad. Se intenta separar al delito de su motivación social.

Los relatos policiales

Además de trasladar la “gloria” de la delincuencia a otra clase social, la incipiente literatura tenía otros objetivos en similar sintonía. La delincuencia debía ser presentada como muy cercana, presente por doquier y temible. Esta es la función de la gacetilla que invade una parte de la prensa y que comienza por entonces a tener periódicos propios. La crónica de sucesos criminales, por su redundancia cotidiana, vuelve aceptable el conjunto de los controles judiciales y policiales que reticulan la sociedad.

Se trata, por ello, de un doble proceso. En primer lugar, se separa del pueblo a sus héroes criminales, tornándolos en enemigos; y, en segundo lugar, la apropiación de la burguesía de ese héroe, ahora con otras características: inteligente, sensible y de clase. No hay héroes populares, ni grandes ejecuciones. El aura del delincuente asciende socialmente.

La novela policial, para su primera finalidad -separación obrero/delincuente-, comienza a desarrollarse en los folletines y en la literatura barata, en un cruce entre literatura y periodismo.

Según Jorge Rivera, “los orígenes del género [folletín] están íntimamente ligados a las transformaciones técnicas y formales de la prensa… Este proceso de crecimiento y diversificación se traduce prácticamente en una demanda creciente de materiales y en la creación de un tipo particular de literatura periodística que tendía a satisfacer la idea de estos nuevos lectores, sin grandes exigencias ni tradición letrada”24. Así surgieron, por ejemplo, Rocambole de Ponson du Terrail en el diario La Patrie y las novelas de Honoré de Balzac, que aparecieron primariamente en los diarios, al igual que las de Alejandro Dumas.

Razones comerciales y el crecimiento de un público con posibilidades de leer debido a las campañas religiosas y de alfabetización, hicieron posibles la proliferación de esos relatos folletinescos, plagados de injusticias, malvados, víctimas, héroes, identidades encubiertas, fugas, puertas secretas y casualidades que detienen el puñal justo a tiempo o revelan el secreto celosamente guardado25.

Por su parte, la literatura policial propiamente dicha comenzó con los cuentos de Edgar Allan Poe –Los crímenes de la calle Morgue, El misterio de Marie Roget, La carta robada-.

La dualidad de estos relatos, conformada por misterio y solución, en la que están presentes el gótico y la lógica “respondía básicamente al espíritu de la época en la que el autor vivía. Un espíritu que comenzaba a coronar a la razón por encima del oscurantismo heredado del siglo XVIII; una razón basada en una nueva lógica que comenzaba ya a recorrer el mundo de las ideas políticas, filosóficas y religiosas y que abrazaba a Hegel, Kant y Marx con el maquinismo de la revolución industrial. Esta lógica que triunfa sobre los últimos restos del medioevo, es la que muestra Poe, hijo doloroso de la transición26.

En sus cuentos Poe introduce la figura del detective amateur -Auguste Dupin- que encarna por excelencia la lógica imperante, que se entretiene con su inteligencia, descifrando los enigmas que la razón común no puede vencer. Establece, así, una competencia analítica entre detective y delincuente. Una competencia leal, en la que ambos son más inteligentes que el hombre común. El delincuente ya no proviene de sectores populares, sino que, al igual que su perseguidor, son de “la alta sociedad”. Esto último se verá mejor en los epígonos de Poe.

A él le siguieron otros autores que cultivaron la novela policial de “enigma”. Conan Doyle con Sherlock Holmes, Willkie Collins y La Piedra lunar, Dickens con La casa desierta y muchos otros que ya han sido nombrados como Gaboriau que en 1866 publicó en forma de folletín El caso Lerouge. Más adelante se agregarían nombres como Chesterton con Las aventuras del Padre Brown y la saga interminable de Agatha Christie.

La nueva literatura tiene por función principal demostrar que el delincuente pertenece a un mundo totalmente distinto, sin relación con la existencia cotidiana y familiar. Esta índole extraña comenzó por ser la de los bajos fondos (Los misterios de París de Eugenio Sué, Rocambole), después de la locura (sobre todo en la segunda mitad del siglo), y finalmente la del crimen dorado, de la delincuencia de “alto vuelo” (Arsenio Lupin). La nota roja unida a la literatura policial han producido desde hace más de un siglo una masa desmesurada de “relatos de crímenes” en los cuales aparece, sobre todo, la delincuencia a la vez como muy cercana y completamente ajena, perpetuamente amenazadora para la vida cotidiana, pero extremadamente alejada por su origen, sus móviles y el medio en que se despliega, cotidiana y exótica27.

Esta táctica múltiple no ha quedado sin efecto: lo demuestran las campañas de los periódicos populares contra el trabajo penal, contra el “confort” de las prisiones, contra la filantropía en las prisiones… se buscaba la ruptura total entre obreros y delincuentes.

No obstante, dicha táctica no triunfó totalmente; las campañas de algunos periódicos obreros que propusieron un análisis político de la criminalidad así lo evidencian.

La novela Los misterios de París, de Sué, que ya fue mencionada como integrante de esta “ola” moralizante, tuvo, en definitiva, un rumbo distinto. La temática era la delincuencia, pero se incluían reflexiones sobre el régimen penitenciario y la pena de muerte, así como cierta crítica a la opresión de la sociedad hacia los más desprotegidos. Se trataba, para Jorge Rivera, de “una novela progresista y de intención social”28.

Esta última corriente de pensamiento no asignaba el punto de origen de la delincuencia al individuo criminal, sino a la sociedad: “El hombre que nos da la muerte no es libre de no dárnosla”29. La culpable es la sociedad, su mala organización, no el delincuente.

Los duros vienen marchando

La burguesía y los sectores populares continuaron su litigio por el poder y, al igual que la novela policial, se desarrollaron en nuevos ambientes sociohistóricos. Al entrar al siglo XX siguieron sus caminos disímiles que, sin embargo, se tocaban en alguna encrucijada.

La novela negra americana, por una parte, marcó toda una época con sus relatos de detectives profesionales en conflicto con mafiosos y políticos de una sociedad corrupta; el capitalismo y el comunismo, por otra, comenzaban lentamente su lucha por el poder.

Fruto de estos antagonismos, surgirían nuevas formas de control social. La individualización e identificación de las personas llegaría a su apogeo gracias, en parte, a las nuevas tecnologías.

Pero eso ya es otra historia…

Notas

1 Boileau – Narcejac: La novela policial. Ed. Paidós, Buenos Aires, pág. 43.

2 Marcela Groppo: El relato policial inglés. Ed. Cantaro. Buenos Aires, 1999, pág. 9.

3 Michel Foucault: El orden del discurso. Ed. Tusquets, Buenos Aires, 1992, pág. 12.

4 Isabel Segura, cit. Por Francesc Barata Villar: El drama de los delitos en los mass media, en Delito y Sociedad No. 11/12, Ed. La colmena. Buenos Aires, 1998, pág.63.

5 Francesc Barata Villar: El drama de los delitos en los mass media, en Delito y Sociedad No. 11/12, Ed. La colmena. Buenos Aires, 1998, pág.63.

6 Leonardo Acosta: Novela policial y medios masivos. Ed. Letras cubanas. La Habana – 1986, pág. 15.

7 Francesc Barata Villar: El drama de los delitos en los mass media, en Delito y Sociedad No. 11/12, Ed. La colmena. Buenos Aires, 1998, pág.67.

8 Marcela Groppo: El relato policial inglés. Ed. Cantaro. Buenos Aires, 1999, pág. 10.

9 Leonardo Acosta: Novela policial y medios masivos. Ed. Letras cubanas. La Habana – 1986, pág. 30.

10 Michel Foucault: Las redes del poder. Ed. Almagesto. Buenos Aires – 1991, págs. 14/15.

11 Michel Foucault: Las redes del poder. Ed. Almagesto. Buenos Aires – 1991, págs. 15/18

12 Walter Benjamin: Poesía y capitalismo. Ed. Taurus. Madrid – 1980, pág. 62.

13 Walter Benjamin: Poesía y capitalismo. Ed. Taurus. Madrid – 1980, pág. 67.

14 Michel Foucault: Las redes del poder. Ed. Almagesto. Buenos Aires – 1991, págs. 38.

15 Michel Foucault: Microfísica del poder. Ed. La piqueta. Madrid – 1992, pág. 90.

16 Michel Foucault en El juego de los cautos. La literatura policial: de Poe al caso Giubileo, Daniel Link – compilador, La Marca editora, Buenos Aires, 1992, págs. 28/29.

17 Michel Foucault: Microfísica del poder. Ed. La piqueta. Madrid – 1992, págs. 90/91.

18 Michel Foucault: Microfísica del poder. Ed. La piqueta. Madrid – 1992, pág. 90.

19 Michel Foucault: Microfísica del poder. Ed. La piqueta. Madrid – 1992, pág. 90.

20 Michel Foucault en El juego de los cautos. La literatura policial: de Poe al caso Giubileo, Daniel Link – compilador, La Marca editora, Buenos Aires, 1992, pág. 30.

21 Michel Foucault en El juego de los cautos. La literatura policial: de Poe al caso Giubileo, Daniel Link – compilador, La Marca editora, Buenos Aires, 1992, pág. 30.

22 Michel Foucault en El juego de los cautos. La literatura policial: de Poe al caso Giubileo, Daniel Link – compilador, La Marca editora, Buenos Aires, 1992, pág. 30.

23 Marcela Groppo: El relato policial inglés. Ed. Cantaro. Buenos Aires, 1999, pág. 10.

24 Judith Gociol, en Rev. La Maga, No. 238 del 7/8/96, pág. 40.

25 Judith Gociol, en Rev. La Maga, No. 238 del 7/8/96, pág. 41.

26 Martín Malharro en Oficios Terrestres, U.N.L.P., No. 1 año 1995, págs. 57/58.

27 Michel Foucault: Vigilar y castigar. Siglo XXI editores. Buenos Aires – 1989, pág. 292.

28 Judith Gociol, en Rev. La Maga, No. 238 del 7/8/96, pág. 41.

29 Michel Foucault: Vigilar y castigar. Siglo XXI editores. Buenos Aires – 1989, pág. 293.