El campo de los senderos que confluyen

Etnografía y periodismo

La antropología nació al servicio de los imperios y luego mutó. La prensa se consolidó con la noticia como mercancía, pero hoy también se la puede encontrar como bien público. Ambas disciplinas realizan trabajos de campo, entrevistas y tratan de interpretar el mundo de los marginados para hacerlos comprensibles al resto de la sociedad.

Adrián Eduardo Duplatt
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Confusiones

Javier Auyero es sociólogo y Alejandro Grimson, antropólogo. En 1997, el primero realizaba una investigación sobre el clientelismo político en la provincia de Buenos Aires; el segundo indagaba sobre los inmigrantes bolivianos en un barrio de la ciudad de Buenos Aires. Ambos recurrieron a la etnografía para recopilar la información necesaria para sus trabajos. Y a ambos, los actores bajo estudio los confundieron con periodistas.

Auyero comenta:

A pesar de desarrollar su tarea en un clima hostil que siempre sospecha de sus actividades ilegales o manipulativas, ella -Matilde, informante clave- no veía en mí una amenaza. Muchas veces, incluso mi presencia era un fuente de prestigio, como cuando ella me presentó al intendente: “El es un periodista que está escribiendo la historia de la villa… y dice que mucha gente me conoce” le comenta, orgullosa, al intendente (Auyero y Grimson, 1997:83).

Por su parte, Grimson grafica la confusión de sus entrevistados con las palabras de un peruano:

Esperá que ahora te sigo con el otro capítulo”, dice el Chato mientras se para y corre atrás de un coreano que pasa caminando. Empieza a hablarle, pero fracasa en su intento. Vuelve y dice que quiere que todo lo que están contando tiene que salir en los medios de comunicación. “Esta película”, su relato, “tiene que salir en jerga peruana, no boliviana, porque está hablando un inmigrante peruano. Que tantas cosas y problemas tiene que pasar en un país extranjero” (ibídem: 85).

La situación empeoró para Auyero. El secretario de Salud del municipio fue denunciado por un canal de televisión. Se lo acusaba de coimero. Desde entonces debía explicar que en su mochila no llevaba una cámara oculta, sino un grabador, una botella de agua y el diario del día. “Ya no era solo el periodista, sino que también un periodista del cual había que cuidarse, con el cual había que mantener una prudente distancia”, comentó el sociólogo (ibídem).

Auyero y Grimson ensayaron una explicación para el equívoco -equívoco no desconocido en la bibliografía específica en la materia-. A través del marco en el cual inscriben sus discursos y sus prácticas, los entrevistados leyeron una serie de índices corporales inconfundibles. A saber: los “muchachos” hacen preguntas, tienen grabador o toman notas, no son de aquí -por la ropa, la manera de hablar o moverse, el color de piel-, vienen en horario de trabajo… (ibídem, pág. 87). Pero estas marcas no serían suficientes si no se inscribieran en un proceso académico y mediático que en mayor o menor medida tiende a recuperar la voz del “otro”, el marginado, el excluido, el distinto de la sociedad contemporánea.

La desorientación en la gente no es nueva. A veces hasta confunden al investigador con un policía o miembro de los servicios de inteligencia. Lo distintivo de la época es la omnipresencia de los medios y ciertas prácticas periodísticas que buscan caminos alternativos al modelo informativo tradicional. Aquí, la confusión entre etnógrafos y reporteros se hace más profunda. Para entender la situación es preciso recordar algunos conceptos, como los de etnografía, descripción densa, entrevista etnográfica, reflexividad y sus relaciones con las nuevas narrativas en periodismo.

Etnografía

La etnografía, una metodología artesanal en la era de la informática, sigue siendo útil para conocer y comprender mundos lejanos, no en términos geográficos como antaño, sino culturales. Hoy las ciencias sociales recurren a este trabajo de campo para explicar nacionalismos, regionalismos, movimientos sociales, culturas de la pobreza y la globalización misma (Guber, 2001). Explicarlos y llevarlos a la agenda social. Por ello, esta metodología se emplea tanto en antropología, como en sociología y, también, en algunos casos de periodismo.

La etnografía tiene una triple acepción: como enfoque, como método y como texto.

Como enfoque, “es una concepción y práctica de conocimiento que busca comprender los fenómenos sociales desde la perspectiva de sus miembros” (Guber, 2001:12/13). Es decir, una buena descripción de las situaciones sería aquella que no malinterpreta el sentido que sus actores le dan. No hay lugar para el etnocentrismo.

El investigador debe desprenderse de sus puntos de vista, valores y razones. Alfred Schutz (1974) habla de una actitud de forastero. Acercarse al nuevo grupo con una actitud humilde, observando, aprendiendo y tratando de descubrir las motivaciones de los protagonistas para, después, tratar de actuar como ellos.

En palabras de Rosana Guber,

En este tipo de descripción/interpretación, adoptar un enfoque etnográfico es elaborar una representación coherente de lo que piensan y dicen los nativos, de modo que esa “descripción” no es ni el mundo de los nativos, ni cómo es el mundo para ellos, sino una conclusión interpretativa que elabora el investigador… a diferencia de otros informes, esa conclusión proviene de la articulación entre la elaboración teórica del investigador y su contacto prolongado con los nativos (Guber, 2001:15).

Asimismo, la etnografía es un método abierto de investigación en terreno, con la residencia prolongada con el grupo estudiado, la observación participante y la entrevista no dirigida como principales herramientas.

Este trabajo de campo depende del discurso y acciones de los actores y no del investigador que ya no es un sujeto asertivo, sino cognoscente. Va del desconocimiento al reconocimiento. Cuánto más sepa que no sabe o dude de sus certezas, más estará dispuesto a aprender la realidad en los términos del otro. “El investigador se propone interpretar/describir una cultura para hacerla inteligible ante quienes no pertenecen a ella” (Guber, 2001: 16/17).

Es así que el texto, generalmente monográfico, pero también audiovisual- busca traducir una cultura a los lectores que pertenecen a otra. “Lo que se juega en el texto es la relación entre la teoría y campo, mediada por los datos etnográficos” (Guber, 2001:19).

Entre los métodos enunciados, los más importantes, quizás sean la descripción densa, la observación participante y la entrevista.

La descripción densa

La descripción llana busca presentar los acontecimientos como acciones físicas sin sentido. La descripción densa busca interpretarlos. Reconoce las marcas de interpretación con que los protagonistas clasifican, comprenden y atribuyen sentido al mundo. Ergo, el investigador deberá conocer las estructuras mentales con que la gente actúa.

Clifford Geertz, yendo hacia una teoría interpretativa de la cultura, afirma que la etnografía es descripción densa. Geertz propone una definición semiótica de la cultura, entendida como un esquema históricamente transmitido de significados y símbolos, concepciones con que los hombres y mujeres comunican, desarrollan y perpetuan su conocimiento y actúan frente a la vida (Geertz, 1989).

Gylbert Ryle habla de una descripción superficial, solo física, en contraposición con la densa que busca el significado público basado en códigos e intenciones. Los individuos no se exponen a objetos simples de la realidad, sino a complejas relaciones que constituyen estructuras o sistemas. Entenderlas corresponde a la descripción densa, para lo cual se vale de la observación participantes y la entrevista no dirigida.

Observación participante, entrevista y reflexividad

Guber (2001) refiere al método etnográfico como falto de sistematicidad, pero, lo que en principio es un defecto, se convierte en una virtud. La complejidad de los grupos estudiados implica la imposibilidad de elaborar un catálogo de técnicas aplicable a todos los casos. Entonces se recurre a la observación participante. Se observa y toma notas de todo lo que ocurre alrededor del investigador y se participa en una o varias actividades de la comunidad. La experiencia permite un grado de conocimiento “interior” de las lógicas de los actores, que la sola observación aséptica no llega a alcanzar.

El observador participante y el participante observador tienen diferencias sutiles en cuanto al grado de involucramiento en las actividades cotidianas. El participante observador practica una o varias actividades y explica su rol de observador; el primero se centra en su tarea de observador externo y participa ocasionalmente de las actividades del grupo (Guber, 2001). En ambos casos las distancias entre investigador y actores se encuentran acotadas, no así en la realización de entrevistas.

La entrevista es una estrategia para que la gente hable sobre lo que sabe, piensa y cree. Es un intercambio discursivo entre alguien que pregunta y otro que contesta sobre acontecimientos ajenos a la entrevista. La entrevista es una relación social y dialógica entre entrevistado y entrevistador, pero no se debe olvidar que al plantear las preguntas se establece el marco interpretativo de las respuestas, que dependerán, también, de la situación o situaciones previas al encuentro. En el relato de inicio, Auyero y Grimson creen que al haberlos confundido con periodistas, los hablantes dieron respuestas diferentes a las que hubieran dado a dos académicos. El discurso mutó de descriptivo y narrativo a uno instrumental: denuncia, expresión del desamparo, contestación del estigma. Para readecuar la situación y las respuestas, y como un planteamiento ético, Auyero y Grimson creen necesario aclarar la confusión.

Luego, en las entrevistas abiertas, el investigador debe mantener una atención flotante para reaccionar ante un dato relevante en el discurrir del entrevistado. Las oportunidades de las entrevistas dependen de cada caso, al igual que las preguntas prefiguradas y, más aún, de las que surjan de las conversaciones.

Otro elemento de crucial importancia en el trabajo etnográfico es la reflexividad, entendida como la “conciencia del investigador sobre su persona y los condicionamientos sociales y políticos” (Guber, 2001:48) y la forma en que los actores piensan sobre su mundo. A ello se le añade la apreciación de que solo se conoce y aprehende la realidad a través de lenguaje, que el lenguaje crea realidades.

El giro lingüístico o toma de conciencia lingüística, se desarrolló a partir de Von Humboldt y Nietzsche, quienes postularon que el lenguaje no solo es vehículo del pensamiento, sino que se piensa en y por el lenguaje. Se conoce la realidad en la medida que se la empalabra. Por lo tanto, investigador y actor, en su relación, crean una realidad. Lo importante es tener presente esta singularidad del lenguaje y el lugar de procedencia de ambos. La reflexividad es, en definitiva, pensar sobre cómo se piensa.

Si se quiere entender al otro, el investigador deber poder transitar desde la propia reflexividad a la de los integrantes de la comunidad. Para ello es imprescindible el trabajo de campo, el “estar allí”, no como una autoridad del experto ante los legos, sino como única manera de resocializar al investigador para que pueda interpretar con el menor error posible la cultura estudiada para después comunicarla al resto de la sociedad.

Y en una sociedad de la información es una tarea que también le incumbe al periodismo.

Las nuevas narrativas en periodismo

El periodismo se consolidó en el siglo XIX para contar el mundo. Hoy el mundo no es el mismo. El orden y la racionalidad moderna dejaron paso a la complejidad. Nuevas formas de relato son necesarias para entender y ayudar al hombre común en su vida cotidiana.

Con la modernidad se dio un proceso de “blanquización” y codificación de la exclusión. Se estableció lo valedero y lo inservible. En el discurso social está permitida únicamente la cultura letrada, masculina y blanca, heterosexual y cristiana. El único criterio de verdad es la ciencia1.

El historiador Peter Burke (1996), en su historia social del silencio, demostró que cuando desde el poder no se podía hacer callar al dominado o que el silencio no bastaba porque siempre había un «murmullo» invencible, entonces se trataba de que el dominado aprendiera los códigos de la cultura autorizada (Peter Burke, 1996). Si el marginado quería llegar a los periódicos, debía adecuar su discurso –o era adecuado de facto por el periodista- al estilo y lenguaje estándar de la sociedad. Su habla era maquillada, normalizada, y recién después podía verse su imagen desdibujada en las páginas de los diarios. Así, su verdad, no generaba peligros aleatorios, como explicó Michel Foucault en el “El orden del discurso” (1992). La policía discursiva cumplía con su deber.

Es así que el periodismo tradicional trata, en general, de la ruptura de lo «normal», de las discontinuidades del sistema (el acontecimiento). Señala lo que está mal o, en su defecto, qué es lo correcto. Tanto en periodismo, como en la historia, el sujeto narrado se establece en términos de importancia. El sujeto es un personaje social (el rey, un presidente, empresarios). Todo giraba (o gira) en torno a acontecimientos relevantes y del hombre actuante. Es un discurso conservador. Su función es institucionalizar lo normal; legalizar la lógica de la reproducción social.

Zigmunt Bauman al hablar de los intelectuales explicó que tradicionalmente fueron legisladores, es decir, se los consultaba para que emitieran juicios sobre lo correcto y lo incorrecto. Entre ellos estaban los periodistas. Pero en la actualidad -sigue Bauman- se necesitan intelectuales intérpretes, que comprendan a los otros y los hagan comprensibles a los unos. Sin juzgarlos. El mundo es otro.

El orden moderno se rompió en todos los ámbitos: sociales, religiosos, económicos, discursivos… En literatura, v.gr., existe una explosión de los géneros, en todos los órdenes. Los géneros se mezclan, se desdibujan los contornos. El canon, hoy, es la posficción dictamina el crítico literario George Steiner. La característica del siglo XXI es el movimiento y el flujo: de personas, de bienes, de dinero, de información, de discursos, de sentido… nada es estable.

Con el debilitamiento de las instituciones de la modernidad se erosionaron los lugares legítimos de enunciación. No hay una única voz autorizada. Se escucha, cada vez más fuerte, el murmullo de otras voces inveteradamente acalladas.

Para dar cuenta de esa realidad y comprenderla es necesario abarcar otras miradas. Si se pretende cubrir un acontecimiento de otra cultura de la misma sociedad, primero es necesario que lo entienda el periodista para después volverlo inteligible al resto de los ciudadanos.

Es necesario recurrir, entonces, a la imaginación periodística postulada por Carlos Zeller (2001)2. Abrir la mente para dar paso a más acontecimientos, actores y procesos que tradicionalmente no entraban en las agendas de los medios. Y tratarlos de otra manera, renunciado a las certezas del lugar propio. Reflexionando en cada momento cada paso de las prácticas periodísticas. En suma, aplicar al campo periodístico la reflexividad de la que hablaba Guber.

Un arquetipo notable de la reflexividad aplicada al periodismo es James Agee.

Agee escribió en 1941 “Alabemos ahora a los hombres famosos”, un reportaje sobre tres familias indigentes del sur de Estados Unidos. El libro fue ilustrado por el fotógrafo Walker Evans. El reportaje, inicialmente proyectado para la revista Fortune, fue escrito con una actitud que Agee definía como “una conciencia humana individual y antiautoritaria” (Chillón, 1999:170). Quería contar la realidad de esa gente utilizando todo lo observable posible, mediante las técnicas adecuadas. Una fue, precisamente, convivir con ellos. Pero también fue consciente de las limitaciones del lenguaje, que su relato era eso, un relato y no la experiencia misma. Y a lo largo de las páginas se lo recordaba al lector en la medida que se sentía angustiado por esa aporía:

George Gudger es un hombre, etcétera. Pero obviamente, en el esfuerzo de hablar de él (por ejemplo) tan verdaderamente como soy capaz, estoy limitado. Lo conozco sólo en la medida en que lo conozco, y sólo en aquellos términos en que lo conozco; y todo eso depende tanto de quién soy como de quién es él […] si pudiese hacerlo (encarnar la realidad) no escribiría en absoluto. Esto sería un conjunto de fotografías; el resto serían fragmentos de ropa, briznas de algodón, terrones de tierra, grabaciones de palabras dichas, trozos de madera y de hierro, frascos de olores, bandejas con comida y con excrementos […] no he conseguido dar su verdad en sus palabras, que son suaves, sencillas, impregnadas de una música noble, cada parte de su experiencia y de su memoria tan netamente y tan simplemente definida en sus propios términos, tocando tantas cuerdas y relaciones de una vez que al relatarlo lo único que puedo hacer es enturbiarlo más (Agee, en Chillón, 1999: 171, 172 y 174).

Agee no juzga a los demás, reflexiona sobre su trabajo. Una desiderata para las nuevas narrativas periodísticas.

No hay que darle lugar a los juicios apresurados ni a los prejuicios instalados. El periodista debería poder ser un “shifter”, una tecla que le cambia el sentido a lo obvio y construye textos anamorfistas: a simple vista los acontecimientos son una cosa, pero, cambiándoles la perspectiva, son otra. La perspectiva inevitable es la de los propios actores. Como explica Rossana Reguillo,

quizás, más que su “enfrentamiento” a un discurso lineal y dominante, lo verdaderamente irruptivo de la crónica está en su operar otras formas de escucha. Al colocarse frente a un discurso vertical, el de un periodismo de fuentes “autorizadas”, la crónica que relata desde otra geografía los mismos acontecimientos, genera la posibilidad de otra lectura y por consiguiente, inaugura nuevos puntos de vista; nuevos, en tanto ciertas perspectivas, como ya se dijo, han sido invisibilizadas en la escena pública (Reguillo, ).

La tarea de las nuevas narrativas es, en definitiva, hacer audible la voz de los marginados, hacer visibles a los excluidos, hacer comprensibles sus mundos a quienes solo etiquetan sin conocer.

En lo metodológico, para visibilizar el problema, lo primero es la observación. Es preciso, entonces, una descripción densa en los términos de Clifford Geertz. La propuesta debe consistir en tocar, meterse, contaminarse, para después, sí, alejarse e interpretar.

La descripción debe ser densa para restituir la complejidad a lo observado. Se trata de una descripción, no de una enumeración al estilo de Gustave Flaubert. No hay que imputar desde afuera el sentido, sino penetrar en la comunidad para saber el significado como enunció Schutz en “El forastero”. Con este fin, el investigador -afirmó Schutz- debía observar, no juzgar, entender y actuar. No es casualidad, entonces, que Ryszard Kapuscinski, con igual Norte aplicado al periodismo, exprese que los cinco sentidos del periodista son estar, ver, oír, compartir y pensar).

En la observación es necesario tener presente la fenomenología: el proceso de observación y descripción fenoménica3. No abandonar nunca esa condición de forastero. No renunciar a la «mirada sorprendida». No depender únicamente de la tecnología, lo que vale es usar todo el cuerpo para investigar, todos los sentidos son útiles. Y el oído es uno de ellos.

Entrevista

La entrevista, a la luz de principios éticos y políticos, es una conversación. No debe realizarse desde posiciones de autoridad. El entrevistado es un interlocutor, no un informante al estilo policial.

En las coberturas periodísticas se puede encontrar una técnica para cada instancia; la entrevista corresponde a la dimensión discursiva.

En las entrevistas estructuradas las preguntas son cerradas para obtener una información puntual. En las entrevistas semiestructuradas se va de la propiamente cerrada a la abierta a partir del discurso del entrevistado. De una respuesta se abre un abanico de nuevas preguntas. Las entrevistas en profundidad no trabajan con preguntas, sino con temas. El entrevistado se explaya y el periodista acompaña con la atención flotante de la que hablaba Rosana Guber.

El gran desafío de estas coberturas periodísticas es equilibrar las voces. Para ello, el informante clave no basta. En cualquier tema es importante buscar a los «portadores de memoria». Por ejemplo, en un barrio, el cura, el vecino más antiguo… Recordar que se está ante interlocutores y que no hay verdades únicas.

La narrativa está al servicio de hacer visibles las contradicciones, para lo cual se sumerge en el movimiento y trae las voces históricamente relegadas. No les da voz. No son grupos mudos. Tampoco lava los discursos, sino que los hace audibles, como El Chato le pedía a Grimson. El género periodístico capaz de realizar esta tarea es la crónica en el periodismo cotidiano y el reportaje, entendido como periodismo en profundidad.

El cronista no ve, lo que implicaría un observador inmóvil, sino que visita; observa mientras se mueve. La crónica se hace cargo de la complejidad del mundo, no trata de normalizarla. Da cuenta de las culturas en plural que menciona Michel de Certeau. Busca tender puentes entre ellas, función que Dominique Wolton espera de la prensa en general cuando habla, v.gr., del papel de los medios ante los actos de terrorismo: “El periodismo no se tiene que hacer cargo de la guerra antiterrorista -para Wolton eso es responsabilidad de los políticos y los militares-, sino preparar la comunicación entre las culturas, ser mediadores de la paz” (Duplatt, 2006).

Además,

 

Es lenguaje social porque escucha y hace escuchar el habla de las excluidos; es lenguaje periodístico porque es realizado por periodistas, con fines periodísticos; es lenguaje académico porque su metodología y su discurso -la crónica- es utilizado por antropólogos, sociólogos, historiadores…; y es lenguaje literario porque no renuncia a criterios estéticos para dar a conocer la realidad, más aún, retoma la idea de que la literatura y sus procedimientos son un modo complementario de conocer el mundo, renunciando a la veracidad positivista, pero aspirando a una verdad esencial y profunda.

Los cruces

Las nuevas narrativas no reemplazan a los textos informativos tradicionales. Los complementan. En el periodismo diario no es habitual encontrar este tipo de crónicas, pero tampoco son una quimera. Sí se pueden leer crónicas literarias, pero no llevan la impronta política y reflexiva de las nuevas narrativas. Están relegadas a ser notas de color o policiales con fuentes oficiales.

En los reportajes, los ejemplos son más luminosos. Lo que no tiene cabida en las páginas de los diarios puede albergarse en los libros.

(Una aclaración necesaria: el método etnográfico aplicado al periodismo -aún desconociendo su teoría- no implica que se deban cumplir todos sus postulados. Sería absurdo que para cubrir una noticia, el editor le exija a sus periodistas que convivan varios meses con ocupantes de un terreno apropiado irregularmente, pero sí les puede solicitar que apliquen la imaginación periodística para el tratamiento del suceso y traten de ponerse en el lugar del otro).

Ryszard Kapuscinski es un claro ejemplo de la simbiosis entre periodismo y etnografía. Fue corresponsal de una agencia de noticias polaca y cubrió acontecimientos de Asia, Africa y América Latina. Además, publicó en forma de libro los reportajes El emperador, El sha, Imperio y La guerra del fútbol. El método de Kapuscinski era conocer en profundidad aquello de lo que iba a hablar. Para ello pasaba grandes períodos -meses, años- fuera de su país, recolectando información, testimonios, fotos, filmaciones, grabaciones, discos, posters, libros y, lo que es más importante, vivía con ellos en sus comunidades para poder comprenderlos.

Para explicar su trabajo, Kapuscinski dijo que lo decisivo

es conocer aquella sociedad en la cual ha sucedido un hecho que debemos narrar: hay que estar adentro en el sentido textual, con toda la mentalidad, la memoria, las pasiones. Hay que tratar de estar lo más cerca posible de esos acontecimientos que sucede a pueblos culturalmente ajenos a nosotros. Insisto con la necesidad de desarrollar un sentimiento de empatía: tenemos que tratar de estar en un cien por ciento dentro del medio al que nos enviaron, porque para entender algo de otras culturas hay que tratar de vivirlas. Un reportero debe estar entre la gente sobre la cual va a escribir. La mayoría de los habitantes del mundo vive en condiciones muy duras y terribles, y si no las compartimos no tenemos derecho -según mi moral y mi filosofía, al menos- a escribir (Kapuscinski, 2003:81/82).

Después, al describir cómo vivía en una aldea de Senegal, en condiciones muy precarias compartiendo las vicisitudes con los lugareños, remata

era una experiencia bastante difícil, pero si no la compartía no podría haber comprendido la vida en Africa. Si pasaba la noche en el Hilton o en el Sheraton, no habría tenido conciencia de todos esos hechos que hacen a sus vidas. La profesión de un reportero requiere, para poder escribir, que este tipo de experiencias se sientan en la propia piel (Kapuscinski, 2003:82).

La filosofía de “estar allí,” para ver, oír y comprender, también fue cultivada por Rodolfo Walsh.

Más allá de su más conocida obra literaria y periodística, Walsh realizó una serie de reportajes sobre la vida en el interior del país. “La isla de los resucitados” es su trabajo etnográfico más representativo. Compartió varis días con los habitantes de un leprosario en una isla chaqueña. En su crónica relata:

Entonces empieza el calvario.

Parece que todo le mira a uno –dice con su golpeado acento paraguayo Ramona Chamorro, de 26 años.

No le quieren recibir la plata –apunta el ex agricultor Antonio Winkler.

Y aun este insulto supremo para uno que fue poseedor, palidece ante la ofensa infligida a su hermano José, expulsado sin más trámite de su pueblo por la policía de Colonia Lisa (Chaco).

La queja está en todas partes. En los que no quieren salir de paseo aunque les den permiso. En los que no quieren irse aunque los den de alta. En el carpintero Vicente, que maneja las herramientas con los muñones de sus manos y no quiere dar su apellido «porque yo una vez estuve en la sociedad».

Es una enfermedad muy vergonzosa –dice, repite este hombre joven, minuciosamente pulcro, incansablemente activo–. Usted no sabe dónde meterse.

La voz desciende como si tanteara las paredes de un pozo, la mirada retrocede hacia aquella mañana, la ropa colgada en una silla, y él desnudo entre las paredes blancas y lisas del consultorio, oyendo la palabra serena del médico… (Walsh, 1995:97).

Y también:

«Queda prohibido el matrimonio entre leprosos» dice brutalmente el artículo 17 de la ley 11.359.

Los leprosos no se casan: se juntan. Allí, como en las zonas rurales de donde procede el setenta por ciento, no hay sacerdote ni registro civil

[…]

Yo siempre, señor, estuve al lado e la madera, y allá en San Lorenzo trabajaba de leña, y más antes, trabajo de durmiente y de rollizo, porque la labranza de madera con hacha é, y aunque sea de noche, no le voy a errar el golpe.

Y bueno, un día viene el patrón y me dice:

Pero usté, Vallejo, está enfermo. Jaechupé, le digo yo:

¿Por qué, patrón? Yo nicó no me he dao cuenta de que es enfermo.

Me dice él:

No, si usté es enfermo de esta enfermedá. Le digo yo:

Pero bueno, si usté sabe de que tiene esta enfermedá, ¿por qué no busca forma para internarme alguna parte, patrón? (Walsh, 1995:103).

En los fragmentos anteriores puede verse el testimonio de los integrantes de la comunidad, el respeto por su forma de habla y la identificación de Walsh con los avatares de los enfermos. La fase “dice brutalmente” deja ver como el periodista siente el desprecio y la prepotencia de que son víctimas los habitantes de la isla Cerrito.

Otro ejemplo de periodismo y antropología es el de Cristian Alarcón. Este periodista se dedicó a investigar y relatar la vida en una villa de Buenos Aires, con sus características de pobreza, inmigración, drogas y creciente violencia. El trabajo de campo resume relatos como:

Pasaron dos años desde el día que pisé por primera vez la villa… El extrañamiento del foráneo al conocer los personajes y el lugar, el lenguaje, los códigos al comienzo incomprensibles, la dureza de los primeros diálogos, fue mutando en cierta cotidianeidad, en la pertenencia que se siente cuando se camina una cuadra y se cruzan saludos con los vecinos, se comenta con alguno el tiempo, se pregunta por dónde andarán los pibes… (Alarcón, 2003:45).

Pero no solo de grandes ciudades viven las nuevas narrativas. Sobre Asencio Abeijón, el periodista que relató la Patagonia desde adentro y no con ojos de viajero, Fernanda Peñaloza afirmó: “Sin pretensiones de habitante metropolitano, Abeijón procura dar espacio discursivo a los que resisten los embates del viento, a los que quedan después del paso fugaz del viajero, a los que se encuentran al margen del estado y sufren las incumplidas promesas de modernidad” (Peñaloza, 2010).

Trabajo de campo, ir hasta el otro para comprenderlo, empatía, reflexión, relatos… Las muestras se multiplican: ¿Pedro Lemebel, José Roberto Duque, Carlos Monsiváis, Martín Caparrós, Patricia Nieto, Leila Guerriero, José Supera hacen periodismo o antropología? El mismo interrogante cabe para los trabajos regionales de Abeijón, Miguel Guerrero o Fredi Carrera.

¿Etnografía o periodismo? Mutatis mutandis, periodismo etnográfico.

NOTAS:

1 Ver, v.gr, los trabajos de Norbert Lechner, Carlos Monsiváis, O. Bayer, R. Reguillo, O. Oszlak, B. Sarlo, J.M. Barbero…

2 Concepto relacionado con el de imaginación sociológica de Wright Mills e imaginación histórica de Hayden White.

3 Metodología propuesta por Edmund Husserl.

BIBLIOGRAFÍA:

ALARCÓN, Cristian (2003): Cuando me muera quiero que me toquen cumbia. Vida de pibes chorros. Buenos Aires. Norma.

AUYERO, Javier y GRIMSON, Alejandro (1997). ““Se dice de mí…”. Notas sobre convivencias y confusiones entre etnógrafos y periodistas”, en Apuntes de Investigación, nro. 1, octubre de 1997.

BURKE, Peter (1996): Hablar y callar. Funciones sociales del lenguaje a través de la historia. Barcelona, Gedisa.

De CERTEAU, Michel (1999): La cultura en plural. Buenos Aires, Nueva Visión.

DUPLATT, Adrián Eduardo (2006): “Complejidad religiosa y algo más. Los colores del fundamentalismo”, en Narrativas, nro. 9, julio / septiembre de 2006.

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GUBER, Rosana (2001): La etnografía. Método, campo y reflexividad. Buenos Aires. Norma

KAPUSCINSKI, Ryszar (2003): Los cinco sentidos del periodista (estar, ver, oír, compartir y pensar). México. FCE.

PEÑALOZA, Fernanda (2010): “Abeijón, cuando el viajero se convirtió en carrero”, en Confines, nro. 29, julio / agosto de 2010.

REGUILLO, Rossana (2000): «Textos fronterizos. La crónica: una escritura a la intemperie», en Diálogos, nro. 58, 2000.

SCHUTZ, Alfred (1974: El forastero. Ensayo de psicología social. Buenos Aires, Amorrortu.

WALSH, Rodolfo (1995): El violento oficio de escribir. Obra periodística (1953-1977). Buenos Aires. Planeta.

ZELLER, Carlos (2001): «Los medios y la formación de la voz en una sociedad democrática», en Análisis, No. 26, UAB, 2001.

Publicado en Narrativas, nro. 23, julio / diciembre de 2012, ISSN 1668-6098.